Solidaridad | P.
Miguel Ángel Gullón, op
… Dios siempre está despierto
Continuando
con el artículo del mes de noviembre, “Aunque el diablo nunca duerme…”, nos
encontramos numerosas razones para afirmar que Dios vela siempre por nosotros.
Y más en este tiempo de Navidad donde el Emmanuel (Mt 1, 23), el “Dios con
nosotros” da sentido a nuestra vida. En medio de la pandemia nos fortalece la esperanza de
saber que Dios está siempre con nosotros, sobre todo en este tiempo tan difícil
que nos toca vivir.
Jesús se hace presente de forma especial en cada uno de nuestros
corazones llevando una vela que simboliza a tantas personas que el Covid ha
apartado de nosotros físicamente. Jesús nos consuela y alienta diciéndonos que
nuestros familiares y amigos difuntos gozan de una vida bienaventurada junto al
Dios de la vida. Damos gracias a Dios y a los investigadores por la vacuna que
pronto nos permitirá abrazarnos como la pasada Navidad. Por eso valoramos más
ahora el valor del encuentro, del compartir, de la fraternidad que nos habla el
Papa Francisco en su última Encíclica “Fratelli Tutti” donde reina el respeto y
las mejores costumbres: “muchas veces se percibe que, de hecho, los derechos humanos no son iguales
para todos. El respeto de estos derechos es condición previa para el mismo
desarrollo social y económico de un país. Cuando se respeta la dignidad del
hombre, y sus derechos son reconocidos y tutelados, florece también la
creatividad y el ingenio, y la personalidad humana puede desplegar sus múltiples
iniciativas en favor del bien común” (FT 22).
La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro
Navidad es la vida en plenitud, es la ternura de un Dios que sufre las heridas de quienes son marginados por nuestra sociedad dominada por el mercado. Navidad es la máxima expresión de la dignidad, de la imagen divina, del mayor acontecimiento salvífico de la historia pues Dios siempre nos cuida y protege de todo aquello que nos hace daño. Francisco, fiel observador de nuestra sociedad, nos comparte su reflexión: “observando con atención nuestras sociedades contemporáneas, encontramos numerosas contradicciones que nos llevan a preguntarnos si verdaderamente la igual dignidad de todos los seres humanos, proclamada solemnemente hace 70 años, es reconocida, respetada, protegida y promovida en todas las circunstancias.
En el mundo de hoy persisten numerosas formas de
injusticia, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo
económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso
matar al hombre. Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra
parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos
fundamentales ignorados o violados” (FT 18). Aún así es posible creer en el
hombre, en su esencia pura y genuina, creado por amor. Pese a todos aquellos
que vaticinan calamidades es más fuerte la utopía del paraíso que Jesús nos
promete en el momento más amargo de la cruz.
Recordemos con agradecimiento aquella primera Navidad en la que los
pastores, junto a María y José, contemplaron la encarnación de Dios en un niño
inocente nacido en un humilde techo. Desempolvemos la historia de aquel Adviento
de 1511 cuando la primera Comunidad Dominica denunció las violaciones a la
dignidad de los moradores de la isla La Española proclamando: “¿Éstos no son
hombres, no tienen almas racionales, no son dignos de tratarlos como a ustedes
mismos?”. De ese grito nació la vida, se conmemoró la auténtica Navidad que
sueña con un mundo más justo y fraterno, pues se dijo y se repitió bien claro a
los colonizadores que los tainos eran personas y éstas más importantes que el
oro.
El eco de esa voz sigue resonando en la tierra y los océanos gracias a
Francisco: “reconozcamos
igualmente que, a pesar de que la comunidad internacional ha adoptado diversos
acuerdos para poner fin a la esclavitud en todas sus formas, y ha dispuesto
varias estrategias para combatir este fenómeno, todavía hay millones de
personas —niños, hombres y mujeres de todas las edades— privados de su libertad
y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud. Hoy como ayer, en
la raíz de la esclavitud se encuentra una concepción de la persona humana que
admite que pueda ser tratada como un objeto. La persona humana, creada a imagen
y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a
ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o
psicológica; es tratada como un medio y no como un fin” (FT 24). ADH 852.
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