Teología
sin Censura | José
María Castillo
Castillo:
"La pandemia del hambre es peor que la del virus. Y no aguantamos que nos
cierren los bares y los hoteles. ¿Qué nos pasa?"
Descubrimiento
es manifestación de lo que estaba oculto o era desconocido (RAE). Por eso en
Europa hablamos – sirva de ejemplo – del descubrimiento de América o de tantas
y tantas cosas ocultas de las que cada día nos enteramos.
Pues
bien, la pandemia que sufrimos, además de una desgracia, es también un
descubrimiento. En efecto, esta epidemia mundial nos está descubriendo más
cosas de las que podíamos imaginar. Con una particularidad de enorme
importancia. Como somos muchos los millones de ciudadanos que nos vemos
confinados, en el aislamiento y la soledad que nos tienen incomunicados, en
rincones íntimos de nuestra vida, a los que no puede llegar la tecnología con
los medios de comunicación que tenemos.
En un mundo en el que mueren cada día cientos de miles de seres humanos. ¿Por causa del virus? No. Por causa del hambre y la miseria. Esa es la pandemia más cruel. Que no tendrá vacuna
En
la soledad de la pandemia, seguramente sin darnos cuenta, estamos descubriendo
cosas que no imaginábamos. Ante todo – si somos sinceros – cosas que cada cual
vive en sí mismo. Como nos han cerrado casi todas las puertas, tenemos menos
escapatorias. Y nos vemos obligados a pensar lo que vivimos en nuestra
intimidad. En esas zonas profundas en las que quizá no nos atrevemos a pensar.
Quizá por miedo. O puede ser por vergüenza. Sea lo que sea, si somos sinceros,
quizá tenemos que reconocer que llevamos dentro lo que jamás habíamos
pensado.
No
digo estas cosas para que sospechemos de los demás. Vamos a sospechar de
nosotros mismos. Cada cual, de sí mismo. Yo me suelo despertar temprano. Y
antes del amanecer, empiezo a dar vueltas a alguna idea. Lo más frecuente es
que piense en lo que tengo que hacer cada día. Pero, claro está, como paso
mucho tiempo ante la pantalla del ordenador, lo más frecuente es que piense en
lo que tengo que redactar. Esto ha creado en mí una costumbre, que me centra y
me concentra en las ideas. Y eso me lleva mucho tiempo.
Lo
cual, me parece a mí, es importante. Pero tiene el peligro de centrarse y
concentrarse en las ideas que explican lo que pasa. Y prestar menos atención o
interés a las decisiones de lo que urge hacer, para que cambie lo que tiene que
cambiar.
Concretando
más. Quienes me conocen, saben que yo he sido jesuita y profesor de Teología.
Esto me ha llevado a centrarme en los grandes problemas del cristianismo. Yo
pienso ahora en tres, sobre todo: Dios, Jesús la Religión. Es importante pensar
en estos grandes temas, por supuesto. Pero ¿no es más apremiante hacer lo que
sea necesario para que la crisis religiosa tenga, cuanto antes, un camino de
solución que sea eficaz?
Mientras
dure la pandemia, medio mundo estará bloqueado, detenido, aislado. Una cosa
podemos hacer: pensar. Y la tarea de pensar ha sido un descubrimiento. El gran
descubrimiento que todos teníamos que hacer. El descubrimiento del valor que
tiene el pensamiento. Que nos lleva a caer en la cuenta de la locura que es
centrar la vida en la importancia del dinero, del poder, de la fama, de la
buena vida, la juerga y el botellón. Y todo esto, en un mundo en el que mueren
cada día cientos de miles de seres humanos. ¿Por causa del virus? No. Por causa
del hambre y la miseria. Esa es la pandemia más cruel. Que no tendrá
vacuna.
No
cabe duda: la pandemia ha sido el gran descubrimiento de la locura de mundo que
hemos organizado, cuando estábamos “sanos”. Ha tenido que venir la pandemia
para que nos demos cuenta de la locura de mundo en que hemos desembocado los
que nos creíamos sanos. Es elocuente que, a un mundo en el que no paran de
morir los infectados por la epidemia, no paren de llegar los que vienen de
África. Todo lo contrario. No paran de venirse a Europa los que están peor que
nosotros. La pandemia del hambre es peor que la del virus. Y no aguantamos que
nos cierren los bares y los hoteles. ¿Qué nos pasa?
Publicado en www.religiondigital.org.
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