Vaticano | Marcelo Barros y Diego Pereira
Ríos
Necesitamos
construir una gramática del cuidado
Dicen que
una gran antropóloga mostró a sus alumnos dibujos y fotografías de un
yacimiento arqueológico donde había indicios de la evolución de los humanoides
que vivieron hace cientos de milenios. Un alumno le preguntó:
"En
estas fotografías, ¿a través de qué signos o instrumentos arqueológicos podemos
saber que el humanoide se convirtió en humano? ¿Cuáles de estos signos apuntan
a que nuestros simios ancestrales se convirtieron en seres humanos?" El
antropólogo respondió: "Sabemos que estamos en presencia de humanos cuando
encontramos un esqueleto que tiene un hueso de la pierna fracturado y reparado
de alguna manera. Eso demuestra que esos individuos ya eran humanos. ¿Por qué?
En la naturaleza, cuando un animal se rompe una pata no tiene forma de
sobrevivir porque no tiene forma de buscar agua o conseguir comida. Si ha
sobrevivido, es señal de que hubo otro compañero o pareja que se ocupó de él. Y
esa es la señal de que la humanidad comenzó allí: el cuidado. Donde comienza el
cuidado de uno en relación con otro, ha habido un paso adelante en la
evolución: de humanoide a humano”.
Desgraciadamente,
si se utiliza este criterio para nuestra actual sociedad dominante, es posible
que la conclusión sea que la sociedad capitalista hace retroceder a la
humanidad a los niveles de animalidad irracional de los tiempos ancestrales.
Por todo ello, es urgente que despertemos a una cultura del cuidado. De
diferentes maneras y con diferentes lenguajes, todas las grandes religiones
afirman que el cuidado es una categoría espiritual y puede ser un excelente
camino de intimidad con el Espíritu Divino. En América Latina y el Caribe, las
tradiciones indígenas y afrobrasileñas insisten en el sentido comunitario de la
vida y el cuidado de los demás como instrumento para recibir la energía divina.
La
tradición judeocristiana es muy rica en el cultivo del cuidado. Toda la fe
judía se basa en la confianza de que Dios escucha el clamor de su pueblo
sufriente, se conmueve con su dolor y baja para que el pueblo pueda salir de la
esclavitud a la tierra de la libertad (Ex 3). Siguiendo esta óptica
judaico-cristiana la palabra es vehículo, instrumento, puente del cual surge y
se comparte la vida. Más aún: la palabra es fuente de vida. Dios le habla al
ser humano con palabras que él logra identificar y por ello reconocer la
grandeza de Dios y su propia grandeza. En el Génesis (todo el Cap. 1) “Dios
dijo” y el universo surge desde el deseo del corazón de Dios. Deseo que se hace
presente desde el poder creador de su Palabra. Y es así que el ser humano es
creado: como deseo de Dios que se regocija en su creación.
De la
misma manera, en el Nuevo Testamiento, El Hijo de Dios fue anunciado por medio
de la palabra de los profetas que prepararon su camino, hasta Juan el Bautista
que fue “la voz en el desierto” (Mc 1, 3), y Juan comienza su evangelio
diciendo: “En el principio existía la palabra…” (Lc, 1, 1). Vemos que el amor
de Dios manifestado a lo largo de la historia de salvación tiene como medio su
Palabra.
Cuando
entre seres humanos hablamos, no solamente nos decimos, sino que también somos
y con ello nos damos a los demás, con-cediendo una parte de nuestro ser a los
demás, desde una realidad que es profundamente personal. Cuando decimos, por
ejemplo, “te amo”, estamos diciendo muchas cosas a la vez (te necesito en mi
vida, me hace feliz que existas, mi mundo es hermoso desde que estas presente
en él, etc.), que revelan una interioridad que no logra ser plenamente captada
por quien tenemos en frente. Sin duda que palabra y obra, van unidas; teoría y
praxis deben correr por el mismo camino. Cuando decimos algo, de alguna manera
debemos demostrarlo con hechos concretos. Pero consideramos que la palabra es
el inicio de este camino.
Por eso
creemos que es necesaria una nueva “gramática del cuidado” que dé valor a la
palabra “cuidado” en todas sus dimensiones. Al igual que para hablar bien una
lengua es necesario comprender su gramática, es decir, la lógica de
organización de su lenguaje, del mismo modo, la cultura del cuidado para ser
profundizada, necesita una determinada gramática, es decir, una lógica y una
metodología para que el camino del diálogo pueda ser recorrido.
Normalmente
entendemos la palabra cuidar, como cuando alguien manifiesta una cierta
necesidad. Pero creemos que debemos ir mucho más allá, primero reconociendo que
somos todos seres necesitados, permanentemente carentes de cuidado e, al mismo
tiempo, sólo nos realizamos como personas en la cuando podemos cuidar de los
demás. Estamos llamados esencial y estructuralmente a cuidar.
Generar
una cultura del cuidado nos requiere estar atentos siempre a cuidar bien de los
demás, desde la primera palabra que damos, haciendo que el otro/otra se sienta
como en su casa. Por eso cuidar puede entenderse también como: proteger,
animar, valorar, impulsar, atender, acoger, entre otras; donde también cabe
decir bendecir, o sea, decir el bien, desear el bien. Y esto implica hacerlo
siempre, en todo momento y en todo lugar.
Esta
llamada a basar nuestro estilo de vida en el cuidado de los demás y de la
naturaleza es algo que va más allá de la cuestión religiosa. Se trata de la
supervivencia de la especie humana en el planeta Tierra y de la posibilidad de
tener una coexistencia pacífica que es esencial para todos.
En la
tradición judía, una vieja historia cuenta que una noche, en la sinagoga, unos
hombres están sentados esperando el nuevo día. Un anciano sabio está rodeado de
algunos discípulos. Entonces el sabio pregunta:
- ¿Cuándo
podemos reconocer el momento en que la noche se completa y aparece el nuevo
día?
Un
discípulo toma la palabra y dice:
- Cuando
las estrellas desaparecen en el cielo y la tierra es acariciada por los rayos
del sol.
- No, responde el maestro.
-
Entonces, ¿cuándo podemos distinguir a distancia, sin ninguna dificultad, un
perro de una oveja?.
- No,
dice el maestro de nuevo.
- ¿Pero
cuándo? Los discípulos preguntan juntos.
Tras un
momento de silencio, el sabio anciano responde:
-
Reconocerás el momento cuando llegue el día en que, contemplando el rostro de
algún hombre, reconozcas en él a tu propio hermano. Si no, en tu corazón
seguirá siendo de noche (DUCROT, B., Sobre la reconciliación en Angola, Revista
Omnis Terra, n. 116, año XIII, enero 2007, p. 26).
Imagen tomada
de:
https://www.revistaecclesia.com/el-papa-francisco-apuesta-por-la-cultura-del-cuidado-en-su-mensaje-de-la-paz/
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