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    sábado, 13 de febrero de 2021

    El amor, más allá de un sentimiento

    Para vivir mejor | Dra. Miguelina Justo

     


    El amor, más allá de un sentimiento

     

    (…)  una mujer y un hombre más bellos en el otro ocupan su lugar en la tierra.

    Juan Gelman

     

    Definir el amor es una tarea difícil, compleja.  Se le ha entendido frecuentemente como un sentimiento poderoso, cuya expresión y comprensión se ven afectadas por los contextos sociales e históricos que rodean al ser humano.   Posturas extremas lo asocian al placer, al disfrute, y, en contraste, al dolor y al sufrimiento.  Una serie de conductas e intrincadas dinámicas se desprenden de estas dos perspectivas. 

     

    Te amo en cuanto me hagas feliz


    Al entender el amor como un sentimiento necesariamente placentero, parece que se confunde a menudo con una emoción, es decir, una sensación corporal, efímera, asociada a un estímulo externo.  Mientras se experimenten mariposas en el estómago el amor estará presente, junto con la risa y el abrazo. El amor así entendido es una expresión más del hedonismo, que busca todo y sobre todo el placer, y que considera al otro como un medio, alguien que sirve tanto cuanto facilite la consecución de este fin.  

     

    Te amo, aunque me duela


    Por otro lado, hay quienes entienden el amor como una entrega dolorosa, perspectiva potencialmente destructiva.  Desde el miedo a perder el ser amado, la persona que así dice amar corre el riesgo de convertir la relación en un lazo insano de dependencia, en el cual, de una manera soslayada, se ofrece el sacrificio a la persona endiosada para que esta devuelva tiempo y atención.  El egoísmo y la culpa se disfrazan de amor, domina la necesidad de ser necesitado y la dificultad a dejar ser y hacer al otro.

    En estas dos maneras de entender el amor domina la carencia:  amo para que me hagan feliz, amor para dar felicidad, aún a costa de la mía y del bienestar de quien supuestamente amo. 

     

    Hay relaciones que terminan antes de empezar.  La tierra donde pudieron haber crecido flores y frutos quedó baldía. Nadie quiso tomar el azadón, la pala ni el pico.  Hay otras relaciones, en cambio, que nunca terminan porque jamás debieron comenzar.  El agricultor persiste, insiste, en hacer germinar la semilla estéril. Se agota inútilmente.  Nada crecerá. 

     

    Comparto el amor que hay en mí


    ¿Qué pasaría si se definiera el amor como una actitud, como una manera de ver el mundo y a las personas que lo habitan?  ¿Qué pasaría si amar fuera un encuentro entre seres enteros, que no se necesitan, pero que eligen, desde esta libertad, el compartir la vida y los sueños?  ¿Habría espacio para la negligencia y para la violencia, para la impaciencia y la manipulación? 

     

    Fomentar esta visión del amor como una actitud es una tarea titánica, pero no imposible.  Supone hacer un esfuerzo general por formar personas, en todo el sentido de la palabra, hombres y mujeres que se conozcan y se acepten a sí mismos, y que sean capaces de beber de la vida que corre libre en la Tierra.  Individuos que dan con generosidad, sin desvestir sus santos, y que reciben con agrado lo que le ofrecen, sea poco, sea mucho.  El cálculo y la manipulación no están en su vocabulario. 

     

    Las emociones son pasajeras, los sentimientos también, sin embargo, las actitudes pueden fomentarse, fortalecerse, generalizarse, y es justo lo que es el amor, una manera de ver la vida, lo demás es solo una parodia pueril y penosa.  El mundo necesita esta mirada abierta, solidaria, esforzada, fértil y libre. ADH 853



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