Fe
Cristiana | Amigo del Hogar
Ministerio
de Jesús: Signos y curaciones
Hoy como ayer mucha gente se acerca a una religión necesitado de Dios, pidiendo un milagro para superar una enfermedad o una respuesta ante problemas personales. El milagro sigue siendo importante, muchos predicadores centran su ministerio en esa realidad: Dios puede sanarte, él te va a resolver ese problema. La oración de sanación busca que Dios intervenga a favor de la persona.
El milagro formó parte del ministerio de Jesús. Según testimonio de los evangelios, otras personas que no eran del grupo de Jesús también hacían milagros. Las religiones siempre han sido puentes para buscar el favor de Dios. Sin embargo, hay que considerar muy atentamente a Jesús como sanador, el modo cómo realiza los milagros, la manera como se relaciona con los enfermos y qué implica la sanación para la vida del enfermo, para su inserción en la comunidad.
No
podemos negar -y es lamentable- que muchas personas todavía entiendan, hoy como
ayer, que el milagro es un acto mágico, maravilloso, espectacular… Hay quienes
son movidos detrás de los hacedores de milagros y centran su práctica religiosa
en esta realidad. También encontramos que Jesús mismo tuvo problemas con muchos
de sus “milagros”, como cuando sana y perdona, que es reprochado por los judíos
que lo acechan.
En
el Evangelio de Juan, para mencionar un evangelista, los milagros de Jesús son “signos”,
indican una realidad nueva, el modo como Dios se hace presente dando vida,
escuchando, atendiendo las necesidades de la gente. Estos signos nos están
diciendo que en Jesús se hace presente el Reino de Dios, que nuestro Padre Dios
nos quiere sanos, en comunión, reconciliados, comunitarios…
Además,
la problemática que le provocan a Jesús el realizar “milagros”, es que la
religión judía ve al enfermo lejos de Dios, en muchos casos rechazado de Dios.
Son aislados o separados de la comunidad muchos enfermos pues no gozan de la
gracia de Dios, han pecado contra él. Jesús en el milagro no se comporta
espectacular, no se coloca por encima del enfermo, es cercano y compasivo.
La
primera comunidad de Jesús no hizo de los milagros el centro de su predicación,
ni redujo la presencia salvadora de Señor a sus milagros. El centro de la buena
noticia siempre ha sido su muerte y resurrección. Lo que llaman “milagros” son
acciones salvíficas que apuntan a la cercanía del amor, a dar vida, a recuperar
al que estaba perdido, perdonar al que necesita ser recuperado.
Dios
no es simplemente quien hace milagros, en la práctica de Jesús. Jesús muestra
el verdadero rostro de un Dios de ternura y compasión que nos llama a la
verdad, a la libertad, a la solidaridad. Sus gestos van dirigidos a liberarnos
de lo que impide que respondamos a esa realidad humanizante para nuestras
vidas. Jesús transgrede la Ley, se acerca el leproso y él, en vez de
rechazarlo, también se acerca y lo toca. Y a la petición del leproso indica que
sí, que queda sano.
Los
milagros pueden ser maneras de manipular a la gente, aprovechando su
vulnerabilidad, su condición precaria. Cierto que mucha gente los niega y otros
tienen una fe basada en ellos, pero los milagros no son la prueba de Dios y su
accionar en el mundo; no son el centro de la fe ni de la práctica cristiana. Queremos
sanación, perdón, necesitamos de Dios. Pero acudir a él solo para que nos haga
milagros es también la expresión de una fe que todavía no alcanza su madurez en
el amor, en las relaciones interpersonales y sociales.
El
signo que pone Jesús, más que hablar de milagro, compromete. Con su práctica
sanadora, acogedora y reconciliadora, Jesús invita a creer en el Reino de Dios,
en la oportunidad gratuita de vivir una vida distinta.
Jesús
realizó muchos milagros, se dice de él que “pasó sanando y haciendo el bien”.
Esto no se niega. Pero es importante considerar los milagros en la perspectiva
de su misión, no como momentos mágicos y espectaculares que ahora deben ser repetidos
en cada encuentro de oración.
Tenemos
que entender bien lo que llamamos milagros. Para ello volver a Jesús, cómo se
acerca a las personas, las escucha, es cercano; las toca y las perdona y sana, las
devuelve a la vida. Él no sanó a todos los enfermos, pero en el gesto de dar
vida, nos está indicando la tarea permanente de estar al servicio de los más
necesitados, nuestra palabra y obra debe ser sanadora, reconciliadora. Para que
se realice el milagro de la vida, del encuentro, de estar en paz con Dios y con
los demás.
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