Biblia | P. William Arias
La viña de Nabot un ejemplo de
corrupción en la Biblia
En estos días
en que entre nosotros ha vuelto a ser tema de conversación la corrupción
estatal, debido a los juicios y acusaciones que se comienzan a ventilar contra
antiguos funcionarios y beneficiarios de la pasada administración
gubernamental, recordé un ejemplo de corrupción parecida, que se dio en el
antiguo Israel, el cual la Biblia relata en el capítulo 21 de I de Reyes,
conocido como la Viña de Nabot.
Resumiendo, el
relato, se habla de un tal Nabot que tiene una viña (entre nosotros sería una
pequeña finquita), al lado de la casa del rey, que era Ajad (874-853 a. C.), El
cual pretende comprársela, a lo que Nabot dice que no, pues era la herencia
suya, usualmente el israelita conservaba por generaciones el patrimonio
familiar, ya que fundamentaba sus derechos ciudadanos, y con frecuencia ahí
estaba la tumba de sus ancestros. El rey se entristece y su esposa Jezabel,
quien fomenta la idolatría en Israel, a la cual se opone frontalmente el
profeta Elías, arguye un plan malvado para quitarle la viña a Nabot, el plan
consiste en proclamar un ayuno y buscar a dos sinvergüenzas que testifiquen que
Nabot no cumplió el ayuno, para condenarle a morir lapidado y así el rey
obtener la viña.
Con esto queda
expuesto este caso célebre de injusticia y de abuso de poder en Israel, el
justo Nabot es víctima de las artimañas de la reina para que el rey tome lo que
quiere de manera incorrecta y abusiva, el poder político se vuelca contra el
inocente, pero nada pasa desapercibido ante los ojos de Dios y hará su
justicia. Elías el mensajero y profeta de Yahvé, se encargará de denunciar lo
ocurrido y de anunciar el castigo, la justicia de Dios para lo hecho por la
reina y aceptado sin más por el rey, lo cual va a repercutir incluso en su
descendencia.
Los que
detentan el poder a lo largo de la historia se han servido de él para realizar
sus deseos, aunque vayan en perjurio de los que están de una u otra forma
subordinados a ellos, todavía la injusticia hace sus estragos entre nosotros,
sobre todo en los más pobres, pues son los que nada tienen con que defenderse
ante la envestida de un poderoso ante lo que ellos tienen o les pertenece, por
eso su única vía de vindicación siempre es Dios, por eso oran a él, le
imploran, que ante la negativa e imposibilidad de la justicia se haga posible por las mediaciones de Dios
en este mundo o por su propias manos en su momento, sobre todo aquel en el cual
nos presentaremos tarde o temprano ante él.
Los Nabot
siguen presentes entre nosotros, en nuestra sociedad, de igual forma los Ajab
caprichosos y los Jezabel truculentos y desalmados, que no les importa la moral
y la vergüenza, que solo usan el poder para beneficio propio, que siempre
encontrarán canallas para destruir al inocente y lograr sus burdos propósitos o
los deseos viles y corruptos de a quienes le sirven. El poder debe traducirse
en medio de nuestro pueblo en servicio, no en beneficiarse maquiavélicamente de
lo que es del otro o es de todo, no se puede ascender a manejar los bienes del
Estado con una mentalidad mercantilista y narcisista, como si fuera una finca
propia o con mentalidad antojadiza de lo que le corresponde a todos, pues tal
vez se podría por un tiempo burlar la
justicia de los hombres, pero nunca nos podremos burlar de Dios, que siempre
está ahí, conoce de nuestros actos y rechaza todo tipo de inmoralidad y de
corrupción. ADH 853.
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