Nihil Obstat | Martín Gelabert Ballester, OP
Oración y teología, mutuamente implicadas
Según el
Concilio Vaticano II, la comprensión de la palabra de Dios crece “cuando los
fieles la contemplan y estudian repasándola en su corazón”. Contemplar y estudiar
son dos verbos que van unidos, pues se implican mutuamente, remiten el uno al
otro. No hace falta forzar el texto para traducir “contemplación y estudio” por
“oración y teología”.
Una buena
oración se prolonga en el estudio y en la búsqueda teológica, pues el amante (o
sea, el orante) desea conocer cada vez mejor al Amado (a Dios). Para conocerle
mejor es necesario pensar, reflexionar, buscar, en una palabra, estudiar. El
“estudio del Amado” se llama teología. Y la teología, dice Tomás de Aquino, tiene
una meta, un objetivo, una finalidad: Dios mismo y todo lo que a él se refiere.
En apoyo
de los verbos contemplar y estudiar, el Concilio cita un texto del Evangelio,
ese que dice que María, después de maravillarse de lo que escuchaba de su Hijo,
“guardaba todas esas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19). Meditar es
reflexionar, pensar, dar vueltas a las cosas. Eso es exactamente la teología:
pensar, reflexionar sobre la Palabra de Dios y la incidencia que esa Palabra
tiene en la vida.
Quizás sea
bueno aclarar que hacer teología no es algo reservado a especialistas. Todo
creyente hace teología, aunque la mayoría de forma espontánea, cuando se
pregunta qué quiere decir la Palabra de Dios o cuando busca una respuesta a las
preguntas que le plantea la fe. Hay dos maneras de hacer teología: una más
espontánea y otra más técnica. Muchos creyentes se quedan solo con la
espontánea, pero si su reflexión es buena buscarán modos de mejorarla, por
medio de lecturas que les ayuden a profundizar en los conocimientos bíblicos y
teológicos.
Según
Tomás de Aquino el estudio de la teología nos hace amigos de Dios. Porque la
teología nos hace conocer mejor a Dios, y al conocerle mejor, le amamos más
limpia y más intensamente. Y cuanto más le amamos, mejores amigos suyos somos.
Un amigo desea conocer lo más íntimo, los secretos más profundos del amigo.
Para eso sirve la teología. En este sentido, la teología es la necesaria
prolongación de la oración. Pues si la oración es encuentro, la teología es
conocimiento: he aquí las dos dimensiones de la amistad. Oración y teología
están estrechamente unidas y compenetradas, manan de la misma fuente, se unen
en el mismo caudal, corren hacia el mismo fin.
La
teología ayuda a orar mejor, el conocimiento da calidad al encuentro; la
oración busca un mejor conocimiento del amado. Una oración sin teología produce
visionarios, crédulos y fanáticos; una teología sin oración carece del ambiente
necesario para realizar su tarea, y se convierte en ciencia presuntuosa y
vacía. Oración y teología se retroalimentan la una a la otra. Separarlas es
mutilar a las dos. En realidad, es imposible separarlas. Si alguien lo pretende
es porque no comprende lo que son, por tanto, es alguien que no sabe lo que
hace.
Publicado
en www.dominicos.org
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