Somos cristianos en el mundo
Los
cristianos, como toda la humanidad, vivimos en el mundo. Pero no es extraño que
alguien sienta o piense que debe separarse o alejarse del mundo. Cuando se
piensa asÃ, hay una confusión que suele ser muy peligrosa, ya que la fe
cristiana se vive en el mundo, aboga y trabaja por un mundo mejor, que tiene
como meta la salvación del mundo.
Hay gente
que elige fugarse del mundo, dejarlo atrás. Muchas veces con razones muy reales
y lamentables: un mundo donde la violencia aumenta; donde a más tecnologÃa más
incomunicación; injusticias y violación a la dignidad de la persona; un
consumismo que consume hasta tragarse el valor de la persona… Son muchas las
razones para estar tentados a “escaparnos” de este mundo.
A partir
del Concilio Vaticano II recuperamos una visión adecuada del tiempo, del curso
de la historia. La presencia y acción del Dios de la vida no queda fuera de la
historia. Para encontrarnos con él tocamos esta realidad que nos ilusiona, pero
también nos golpea a veces. No hay un tiempo circular donde la historia se
repite, no estamos condenados a los males que nos rodean. Como hijos de Dios
vamos avanzando de manera positiva no solo en la manera de situarnos ante el
mundo, sino también en el modo de transformarlo para que haya paz, justicia,
amor, para alcanzar la realización de este sueño de la humanidad.
Como no
estamos condenados a repetir indefinidamente los errores y pecados, en vez de
evadir el mundo, nos sumergimos en él para transformarlo. La fe nos hace
adultos en esta tarea de hacer un mundo mejor. Creemos que el EspÃritu de Dios
da vida al mundo y que la historia nos conduce hacia Dios entre luces y
sombras. Somos mensajeros de una realidad nueva que se hace presente en gestos
y acciones fraternas, en la solidaridad que nos vincula por el amor
interpersonal y social.
El papa
Francisco nos ha invitado a reconocer la mundanidad que nos acecha,
negativamente, en “Una vida normal y tranquila, un corazón indiferente ante los
pecados, una mundanidad que roba la capacidad de ver el mal que se hace”. Al
comprometernos con el mundo hemos de reconocer esta “mundanidad” que
deshumaniza y nos impide ser y actuar como ciudadanos del mundo.
La fe
cristiana es un impulso vital para no vivir en el mundo solo para “nosotros
mismos”, para no creer que el mundo gira desde mà como su centro. Reconocemos
que somos cristianos con el mundo, habitantes de este planeta amenazado por el
desastre ecológico, el empobrecimiento de sus habitantes, las enfermedades que
amenazan la vida y que hoy se identifica con el peligro de la pandemia.
Los
cristianos servimos a Dios sirviendo al prójimo, la proximidad al necesitado de
mÃ, me hace ser su prójimo. Por este planteamiento evangélico que nos hace
Jesús, practicamos la fe cristiana como amor a Dios y al prójimo. Son las dos
caras de una misma realidad, en la cual nuestra relación personal con Dios pasa
por los hermanos y viceversa. Si el mundo no nos duele, no nos desafÃa, no nos
convoca, entonces volvamos al Dios de Jesús “que tanto amó al mundo”, no para
condenarlo sino para salvarlo.
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