Mariología | Juan Corona Estévez MSC
Visión
teológica del dogma María Madre de Dios
En el tema anterior fue presentado el
fundamento bíblico del dogma de la maternidad divina de María. En esta
reflexión se expone la visión teológica de este dogma siguiendo algunos
documentos del Magisterio de la Iglesia.
Cada año el 1 de enero la Iglesia
celebra la Solemnidad de María Madre de Dios. Según la historia esta fiesta
dedicada a la Virgen es una de las más antigua que se conoce en Occidente. Cabe
recordar que con esta celebración se concluye la Octava de Navidad, es decir,
el conjunto de ocho días, desde el 25 de diciembre, en los que la Iglesia
celebra el nacimiento de Jesús.
Ella, es imagen espléndida de configuración al proyecto trinitario, que se cumple en Cristo
En cuanto a este título otorgado a María, el teólogo Izquierdo, en el Diccionario
de Teología, señala que según el historiador Sócrates el primero en
utilizar el título de Theotókos (Madre de Dios) fue Orígenes. Explica,
que, aunque en los escritos que ahora se conocen no está propiamente ese
término, sí la llama Madre del Señor, porque ha llevado en su seno al Hijo de
Dios[1].
En ese sentido, el teólogo Collantes, en su obra la fe de la Iglesia
Católica, indica que la expresión de María como Madre de Dios, se enuncia
de manera clara desde comienzos del siglo II en san Ignacio de Antioquía. Muestra,
también, que en un papiro anterior al concilio de Éfeso se conserva la oración
que dice: “bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios”. Por tanto, llamar
a María como madre es reflejo de una antiquísima tradición (cfr. FIC
276).
Benedicto XVI, en la Audiencia General
del 2 de enero de 2008, enfatiza que “el título Madre de Dios, expresa muy bien
la misión de María en la historia de la salvación”. Asimismo, resalta que todos
los demás títulos atribuidos a la Virgen se fundamentan en su vocación de Madre
del Redentor.
Ahora bien, los aspectos doctrinales y
magisteriales que se presentan acerca de la maternidad divina de María se
encuentran contenidos en los textos del concilio de Nicea (325) que relaciona
la doble naturaleza de Cristo quien “se encarnó, y se hizo hombre”. Más
adelante, el Credo constantinopolitano (381) amplía esta afirmación con la
fórmula de que “el Logos se encarnó por obra del Espíritu Santo y de María
Virgen, y se hizo hombre”. Por eso, se puede decir que María es en sentido
propio y verdadero Madre de Dios encarnado[2].
En ese orden de ideas se acentúa que la
afirmación dogmática promulgada en Éfeso (431) sobre María “Madre de Dios” establece
una vinculación clara de ella no solo con Jesús, sino con toda la Trinidad. En
ese sentido, tanto la Constitución Dogmática Lumen Gentium 53, como la Marialis
Cultus 56, exponen claramente que María es “Madre del Hijo y, por lo mismo,
hija predilecta del Padre y Templo del Espíritu Santo”. El concilio Vaticano II
nos recuerda, además, que desde el anuncio del ángel María es reconocida y
venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor. Por ello, la Iglesia Católica,
instruida por el Espíritu Santo, la venera como “Madre Amantísima” (cfr.
LG 53).
Finalmente, los obispos en el documento
de Aparecida dicen de María que es madre de Jesucristo y de sus discípulos y
que ha estado siempre cerca de ellos, acogiéndolos (cfr. DA 1). Ella, es
imagen espléndida de configuración al proyecto trinitario, que se cumple en
Cristo. También, modelo y paradigma de la humanidad, ya que es madre de la
Iglesia y es artífice de comunión (cfr. DA 268). Por eso, “como verdadera
madre, María camina con su pueblo, lucha y derrama incesantemente la cercanía
del amor de Dios” (EG 286).
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