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    miércoles, 24 de marzo de 2021

    Lectio divina sobre la Anunciación


    CLAR | P. Uriel Salomón Portilla, SJ



    Lectio divina sobre la Anunciación

    LUCAS 1,26-38

     

    Esta fecha está en relación íntima con el 25 de diciembre, que es el día señalado para la celebración del nacimiento de Jesús. Entre ambas fechas median 9 meses, que es el tiempo que por lo general es lo que tarda en gestarse un nuevo ser humano

     

    1. ¿Qué dice el texto?

    En primer lugar, se debe tener en cuenta el contexto de este anuncio. El capítulo primero de Lucas contiene una introducción a la dupla Lucas-Hechos (Lc 1,1-4) y prosigue presentando en paralelo la llegada de dos personajes: Juan Bautista y Jesús, ambos grandiosos delante de Dios (1,15.32); si bien, será Jesús quien quede en el centro de la acción (1,76-79). En estos paralelos hay una “progresión” narrativa desde Juan, hasta llegar a Jesús. Los personajes asociados a Juan parecen estar más amarrados al Antiguo Testamento y sujetos a la visita de María a la casa de Zacarías.  El agente que desencadena todo, es el Espíritu Santo, cuya venida –primero en María– marca la entrada del tiempo del Nuevo Testamento.

     

    En la “progresión”, por un lado, Zacarías e Isabel no ven lo suficiente. Ellos son justos (1,5-6) y Dios los favorece, Zacarías como sacerdote oficia en el Santuario, tiene todo para entender las palabras del ángel y para creerlas, pero no logra hacerlo (1,20) entonces su voz es enmudecida. Por otro lado, María y José muestran la visión de una promesa acogida con confianza y obediencia (1,38), en ellos se reconoce la continuación y el cumplimiento de la promesa, es decir la entrada en el tiempo del Nuevo Testamento.

     

    En este contexto se ve clara la intencionalidad de Lucas:  contar la vida de Cristo donde quede claro que el cristianismo es la continuación lógica del judaísmo. Las citas del Antiguo Testamento son abundantes; todas ellas, puestas para que Jesús de Nazaret sea aquél donde se da cumplimiento a las promesas y profecías de Israel de un modo grandioso, porque la esperanza de salvación se ensancha hacia el mundo pagano.

     

    Entrando en nuestro texto (Lc 1,26-38) es importante mirar cómo la figura de María, supera a Zacarías. Ella es la figura del Nuevo Testamento que introduce a los personajes del judaísmo anterior (la casa de Zacarías) en la nueva corriente de comprensión de la acción de Dios (1,39-56). Al final nadie queda por fuera de la promesa: Isabel es llena del Espíritu Santo (1,41-45) e igualmente Zacarías (1,67-79).

     

    El arcángel Gabriel marca la entrada y la salida escénica (1,26.38). De modo que el momento de María, es un momento de “presencia de Dios”. El tiempo es el “sexto mes” de Isabel, tiempo del Antiguo Testamento, pero aún vigente. En los discursos directos predomina la voz del ángel –la voz de Dios– sobre las preguntas de María. La clave de comprensión del texto viene en la respuesta final de María (1,38).

     

    La introducción (1,26-27) insiste en los detalles de tiempo, lugares y personas con sus dignidades. La iniciativa es de Dios y la destinataria es María “virgen”. Todos estos elementos serán retomados en el cuerpo del texto.

     

    El cuerpo del mensaje (1,28-37) paralelo a la narración anterior, también, refleja los cinco elementos básicos de un “anuncio” según el Antiguo Testamento, donde la importancia del hijo supera en buen grado a la de la madre:

     

    1. Entrada en escena del mensajero (1,28).

    2. Perplejidad de María (1,29).

    3. Mensaje celeste (1,30-33).

    4. Objeción de María (l,34).

    5. Respuesta y señal (l,35-37).

     

    En la narración de Mateo no se sigue este esquema; el elemento común más relevante, es el protagonismo del “Espíritu Santo”.

     

    El saludo (1,28) es la palabra chaire (alégrate, salve, Dios te salve). Si bien lo típico del Nuevo Testamento es el saludo con la palabra ei-réné (paz, en hebreo shalóm o en arameo selúm), aquí Lucas la toma como oposición a “no temas”. Por otro lado, Lucas hace un juego de palabras entre chaire y kecharitómené (llena de gracia): la alegría de María puesta como salutación indica una condición recibida de Dios, porque es “llena de gracia”. La frase -el Señor está contigo- pone a María como portadora de una fuerza venida de Dios, es decir, causa de bendición.


    La turbación de María (1,29) no viene del hecho de “ver un ángel”, sino de lo incomprensible que le resultan las palabras del ángel. Esta turbación deja claro que no es ella, sino, Dios mismo quien inicia y lleva adelante la acción.

     

    María como lugar del anuncio (1,30-31). El v.30 reedita el v.29 para reforzar lo dicho. Lo que fue un saludo al principio, ahora, es una garantía que viene de Dios también: “has hallado gracia”. Esta condición es propia de personajes elegidos (Gedeón: Jc 6,17; Ana: 1Sm 1,18; David: 1Sm 16,22; 2Sm 15,25). El v.31 es el anuncio propiamente donde aparece el centro de todo el texto: el nombre Jesús.

     

    La identidad de Jesús (1,32-33) está puesta en dos títulos, “Hijo del Altísimo” y “el trono de su padre David”, en dos dignidades, será “grande” (solo Dios es Grande) y será rey por siempre sobre “la casa de Jacob”, es decir, el Israel que cubre todo el judaísmo y “su reino no tendrá fin”, o sea, sobre todos los pueblos que han de venir con Israel.

     

    La objeción de María (v34) apunta a una condición de imposibilidad humana para asumir la misión encomendada. En el caso de María no hay propiamente una objeción, sino, solo una pregunta; ella no rehúsa a su misión. Dado que la Anunciación está para destacar la personalidad de Jesús, la concepción virginal también debe leerse como una maduración de las primeras generaciones de cristianos para destacar la conjunción del origen divino de Jesús (Hijo de Dios), con su origen humano (hijo de una virgen). Es decir, actúo Dios sobre una mujer bajo impedimento legal, pero en todo obediente (1,38). Es decir, la ley antigua no fue ni la causa, ni el impedimento, en esta concepción.

     

    El punto culminante del mensaje del ángel (1,35) responde a la pregunta de María. Se trata de la imposibilidad humana que será transformada por Dios mismo. La acción divina tiene dos nombres: “Espíritu Santo” y “Poder del Altísimo”; y una consecuencia: el título de “Hijo de Dios”.

     

    La condición de Jesucristo como Dios y hombre ya aparece en tradiciones prelucanas que seguramente también conoció Pablo. Véase por ejemplo Romanos 1,3-4:

     

    “acerca de su Hijo, nacido por línea carnal del linaje de David, y constituido por el Espíritu Santo Hijo de Dios con poder a partir de la resurrección: Jesucristo, nuestro Señor”.

     

    Por tanto, el centro es cristológico. María es la receptora del mensaje; ella desafía a cada cristiano a acoger con apertura a Jesús como Mesías davídico, pero sobre todo como el verdadero Hijo de Dios.

     

    La estéril y la virgen concebirán (1,36). Una confirmación mayor de la acción de Dios en la historia.  Del mismo paralelismo que trataba Zacarías y María en la anunciación vendrá a continuación un nuevo paralelismo entre las madres de Juan y de Jesús. La primera que se creía estéril como como el Antiguo Testamento, o como el judaísmo, será fecundada y se mantendrá dentro del cumplimiento de la promesa; la segunda es una virgen dispuesta a recibir la buena nueva del Salvador. Esta unión es la entrada en el tiempo del Nuevo Testamento.

     

    Para Dios no hay nada imposible (1,37): El mensaje hace alusión al Génesis, cuando el ángel del Señor promete a Abrahán la llegada de su hijo Isaac, a pesar, de la esterilidad de Será (Gn 18,14).

     

    Yo soy la esclava del Señor (1,38). Es Ana en 1Sm 1,11 quien se reconoce sierva humilde (del Señor). Esta imagen confirma una vez más la base veterotestamentaria de Lucas. Sin embargo, a diferencia de Ana, María no desaparece de la narración, sino, se vuelve la portadora del Espíritu Santo durante la Visitación.

     

    En 1,38 la voz de María es la clave de comprensión del texto. No se ha tratado de dar una argumentación teológica sobre los títulos cristológicos de Jesús, sino que Lucas ha querido edificar a sus destinatarias/os con una historia donde Jesús está en el centro y María es el lugar humano e histórico donde la acción de Dios es acogida. De hecho, para el Evangelio de Lucas, María es el modelo de los creyentes (cf. Lc 1,45.48).

     

    2. ¿Qué nos dice el texto?

    En primer lugar, el mensaje solo es comprensible, a través, de cada personaje. Se debe considerar quién es María (lugar de origen, estado, dignidad, etc.) en contraste con Zacarías. Luego ver que José ha sido puesto detrás de escena para mostrar a Dios mismo encargándose de María. Una posible contemplación sería, colocar nuestra vida presente en paralelo con el testimonio de María y ver qué tanto coincidimos con ella o no. Los demás personajes iluminan también el discipulado, aunque, quedan detrás de escena (José y su derecho legal como novio, Zacarías y su sacerdocio oficial, Isabel y su esterilidad).

     

    En segundo lugar, la acción del Espíritu lo fecunda todo y brota abundantemente.  Este punto es central para Lucas.  El orante debe dejarse llevar por esa gracia, dejarse cubrir por su sombra poderosa.

     

    En tercer lugar, la persona de Jesús, su identidad y dignidad, solo se reconoce desde historias y testimonio específicos; muchos de ellos tejidos desde antiguo (Abraham, Sara, Jacob, Ana, Samuel, David, Israel como siervo, etc.). María como modelo del discipulado recogen a estos personajes en su testimonio personal y los pone como desafío para los cristianos del tiempo presente.

     

    Una intención especial para la oración podría hacerse también sobre el lugar. Nazaret de Galilea es un lugar marginal, que precede a Jerusalén en la revelación del Hijo de Dios. El Santuario donde actúa Zacarías pierde relevancia frente a Nazaret.  Pero, sobre todo, María como lugar de la acción de Dios supera al Santuario; en lugar de enmudecer, ella sale a visitar.

     


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