Teología en broma y en serio | José María
Diez-Alegría
Carta al profeta Jonás
Mi querido Jonás:
Empiezo mi librito de Teología en broma y en serio
escribiéndote a ti. Y esta carta va a ser como una introducción al librito, que
no puede llevar una introducción propiamente dicha, porque una introducción
tiene el peligro de ser una cosa «seria», y el librito no es «serio».
A lo mejor, Jonás, me replicas a esto que el
librito es «Teología en broma y en serio» y que, por lo tanto, es, por lo menos
en parte, serio.
Pero es que yo hago una distinción entre serio y
«serio», puesto entre comillas. «Serio», puesto entre comillas, es lo contrario
de humorista. Mientras que simplemente serio no es incompatible con el humor.
(Bueno, la palabra humorista tiene también su peligro, incluso empleada como
adjetivo. porque puede parecer orientada hacia una especie de profesionalización
del humor. Y el humor más auténtico, es gratuito y vital).
Una teología en broma y en serio no es nunca
«seria», aunque tenga cosas simplemente serias.
Pero además, en el mundo de la fe (digamos, en la
teología, sin tomarnos la palabra en «serio»), frente a lo humorístico (o,
quizá mejor, humorista o, con un neologismo, humoroso), está casi siempre no lo
simplemente serio, sino lo trágico.
Lo trágico es la negación de lo «serio», (puesto
entre comillas), mucho más fuertemente todavía que pueda serlo lo humoroso.
El mundo de lo «serio» es el mundo de la chistera
(caballeros) y del corsé (señoras). Un conjunto de convencionalismos, de
conveniencias, de buenas maneras, de manos enguantadas (limpias o sucias
importa menos, sobre todo si los guantes están discretamente perfumados de tabaco
o de lavanda). Un equilibrio algo hipócrita.
Chesterton, que fue en su tiempo un gran escritor,
miró con humor la «seriedad» victoriana de la sociedad inglesa del siglo XIX.
En el humor hay un cierto cosquilleo que es
incompatible con el estático equilibrio de la «seriedad».
Pero el tremendo desequilibrio de lo trágico es
todavía mucho más opuesto al hieratismo de peluquería de lo «serio».
Espero que acierte a terminar mi librito con
algunas reflexiones sobre la cruz de Jesús y su significación
histórico-escatológica. Aquí la dimensión trágica será evidente. Pero quizá
haya también, en función de una teología de la cruz, algo de humoroso en lo que
se vislumbre del sentido de la historia.
* * *
Si quieres que te dé ahora una idea del contenido
del Libro encabezado por esta carta dirigida a ti, puedo intentar satisfacer tu
curiosidad. (En realidad —¿sabes?— es mi editor quien me ha pedido que te meta
aquí este cuento. Dios perdone a los editores).
Verás: pienso tratar del sentido auténtico de la
religión de Jesús, procurando deshacer malentendidos peligrosos, que tienden a
convertirla en «opio del pueblo». Esto lo tocaré muy humorísticamente en el
capítulo «Fútbol trinitario», con un toque de humor en «Los cristianos, el
socialismo y el coco», y con dimensión trágica en «Teología de la cruz e
historia humana».
Hablaré mucho de desviaciones autoritarias que se
han producido en la iglesia a través de la historia, sin negar con ello los
«ministerios» cualificados ni la legítima «autoridad pastoral», pero tratando
de reconquistar de veras para todos la «libertad» cristiana. Utilizaré mucho el
humor. No habrá ni una gota de hiel contra los pobres jerarcas, pero habrá
bastante cachondeo.
Siempre con un afecto benévolo, sin la amargura de
la cólera. Y con «los debidos respetos», que adelanto aquí. No pienso negar
nada de lo que tenemos en el Nuevo Testamento acerca de la estima y docilidad a
los que nos presiden y dirigen. Ni ningún dogma definido. No hace falta eso para
rechazar con firmeza el yugo de la esclavitud, como nos exhorta a hacer San
Pablo (Gálatas, 5, 1).
Trataré dramáticamente de «Jesús y la iglesia»,
humanamente del follón que hubo en el cristianismo primitivo, y con mucho humor
de la estructura empresarial a que se ha visto abocada la iglesia, del derecho
canónico y de los avatares históricos y humanos de la herencia de Pedro. No habrá
en el libro negación de la «función petrina», sino una gran nostalgia de ella y
de su perpetuación entre nosotros. El libro constituirá un cariñoso homenaje a
Pedro. Y contendrá alguna crítica afectuosa del grande y admirado Pablo. (Era
un hombre tremendo, a quien puede ser saludable tomarse a veces con un poco de
humor, estoy seguro de que me lo perdonará).
En el libro habrá también algunas anécdotas de mis
relaciones con obispos y superiores, que espero podrán «enseñar deleitando». Recuerdos
nada amargos y significativamente divertidos.
En un capítulo que se titulará «Sexo, matrimonio y
curas» pienso hacer un llamamiento al sentido común, recordando la límpida
benevolencia de Yahve Dios, que es el culpable de que los hombres y las mujeres
gocen tan bellamente haciéndose el amor.
Pienso terminar el libro con una proclamación
esperanzada del bien inaudito que es «querer a Jesús».
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