Para vivir mejor | Dra. Miguelina
Justo
¿Somos lo que
pensamos?
Es indiscutible la influencia de los
pensamientos en el bienestar general del ser humano. Los pensamientos originan
y alimentan a la vez emociones, determinan acciones y relaciones. El vaso
estará medio lleno o medio vacío, según lo considere el pensamiento del
observador. Más allá de la realidad objetiva, los pensamientos construyen
una realidad subjetiva que, en ocasiones, desplaza el acuerdo común. Conscientes
de este poder, hombres y mujeres han intentado encauzar este río, a veces
tranquilo y otras veces turbulento.
La frase “eres lo que piensas” habla
de esta capacidad creadora del pensamiento, que forma y transforma. La
lógica de esta popular expresión es sencilla y poderosa y, como la hoja afilada
de un escalpelo, en unas manos será vida, en otras, muerte. Puede abrir
puertas nuevas a un cambio de vida, donde el énfasis esté en el interior y no
en lo externo. La persona que reconoce que sus pensamientos son responsables
de su dolor y de su felicidad, pudiera estar en condiciones de desistir de la
lucha por controlar lo otro y a los otros. Se detendría en sí mismo, revisando
actitudes y expectativas. Comprendería que aquello que le frena, por
ejemplo, no es un obstáculo real, mas un producto de su mente, una valla
imaginaria que se esfuma ante un “yo puedo”. Así también, sería capaz de
reconocer, como el agricultor identifica la maleza que debe ser removida, las
ideas que deben ser desterradas. Hasta acá todo luce estupendo, lógico,
aplicable. Sin embargo, no siempre lo es. Este creer que se es lo
que se piensa puede traer consigo serias dificultades.
En ocasiones estos pensamientos
problemáticos son como un virus implantando en un programa de computadora,
ideas tóxicas que alguien dejó. “Todo lo haces mal”, “Eres un dolor de
cabeza”, “Nadie te querrá” son solo algunas de las frases que otros
pronunciaron y que, inadvertidamente, quien las piensa, comete el error de
reconocerlas como suyas. “Si pienso esto de mí, esto debo ser”.
No siempre quien piensa es capaz de
reconocer que los pensamientos son solo ideas, agua que corre, humo, nubes
cambiantes y efímeras. Hay quien se escandaliza ante un pensamiento que
considera inadecuado y, queriendo eliminarlo, esparce sus semillas. El
rechazo lo paraliza. “No debo pensar así”, se dice inútilmente. Surge
así, otro problema: lo que se piensa sobre lo que se piensa. ¡Una trampa
sin fin!
Los pensamientos son producto de la
compleja interacción de variables, como la cultura, la personalidad, la
crianza, las experiencias vividas o la biología, gracias a cuya interacción se
forma un collage único y cambiante. Tomando esto en cuanto, se puede
reconocer fácilmente su maleabilidad. No solo construyen, son también construidos.
No son producto exclusivo de nuestra voluntad. Se sabe cómo la lluvia se
produce, pero, cuando no llega, toca esperar, y cuando moja la tierra
también. Toca esperar.
Conviene reconocer que se es aquel que
piensa, no lo que se piensa. Como el espectador observa a los actores en
una película, escucha sus voces, así, quien piensa observa sus
pensamientos. Disfruta, se conmueve desde la distancia. Es capaz de
reconocer que esto que piensa pasa. No lo rechaza, no lo alienta, lo observa
y sigue. La vida espera. ADH 854.
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