Ecología del Espíritu | José Cristo Rey García Paredes
La casa de mi Padre
“El celo de tu casa me devora”, dice hoy el
Evangelio. “Yo, tu Dios, soy un dios celoso”, proclama la primera lectura.
“Nosotros predicamos a un Cristo crucificado”, leemos en la segunda lectura. La
liturgia quiere hacernos comprender hoy cómo es el amor que Dios nos tiene.
Para expresar su intensidad, nada mejor que recurrir a la imagen de los celos.
El amor que Dios nos tiene es apasionado. Nos quiere en exclusividad y desea
que Él sea también para nosotros nuestro “único”. Jesús mismo se vio devorado por
los celos de Dios. La ira de Dios no es ira, sino celos.
La tierra entera es templo de Dios, la casa del
Padre
Este planeta azul, la tierra, es la casa común
donde vivimos más de 7.600 millones de seres humanos. Aunque entre nosotros
haya diferencias de razas, de culturas, de religiones, de sexo, todos
–¡absolutamente todos! – tenemos un padre-madre común, una misma procedencia.
¡Todos somos hijos del mismo Dios! ¡Somos hermanos y hermanas! Jesús, el Hijo
de Dios, se hizo ser humano y se convirtió –¡para siempre! – en nuestro
hermano. Él vino a reunirnos a todos, que estábamos y estamos dispersos,
enfrentados. Jesús vino a reconstruir la Casa, a convertirla en el nuevo
Templo.
Pero la Casa está en guerra
Los hermanos y hermanas estamos enfrentados. Se
está destruyendo el Templo. Algo diabólico se está apoderando de nosotros. La
obsesión por la seguridad nos está llevando a hacer demostraciones de fuerza
que espantan. ¿Qué diría Gandhi ante esta forma violenta de responder a la
violencia? ¿Qué diría Jesús, nuestro hermano mayor? Se está destruyendo la
tierra por muchas partes. ¡Pobre templo de Dios!
Hasta la protesta contra la guerra se está
convirtiendo en guerra. Hay violencia en las palabras, en los corazones. No
estamos en un momento en que la protesta se convierte en lamentación, en pena
honda… sino en motivo para despertar viejos rencores y obtener beneficios. Hoy
no es fácil descubrir dónde se encuentra la Paz.
Hay unas normas: las normas de la Casa. Nuestro
Padre Dios se las reveló a Moisés.
- Son
las normas de la Alianza.
- Son
normas para ser atentos, en primer lugar con nuestro Dios, después con los
hermanos y hermanas.
- Las
normas de la Casa nos piden:
- amar
a nuestro Padre, hacer de Él nuestro único Dios y Señor.
- Santificar
su nombre, su día, o dedicarle nuestro tiempo, nuestro amor.
- El encuentro con Dios es terapia para el ser
humano. Ante Él todo renace, el instinto de vida se hace más fuerte, el deseo
de paz en la Casa, ¡ineludible! ¿No son los constructores de la paz, quienes
son llamados hijos de Dios?
- La atención a los hermanos y hermanas tiene
muchas facetas: no matar, no robar, no codiciar, no adulterar ni romper
alianzas de amor; amar sin fronteras. ¡Ésta es la legalidad que debemos
defender y no la legalidad que imponen a todos los poderosos con sus normas y
sus vetos!
- Nos estamos equivocando cuando decimos que hay
que defender la legalidad vigente, porque casi siempre es legalidad impuesta,
no es legalidad descubierta por todos, sino impuesta por unos pocos. No es la
legalidad de la Casa.
¡Nosotros predicamos a Cristo Crucificado!
Y con la imagen de nuestro Señor, ¿qué vamos a
predicar sino compasión, no violencia? ¿Creemos de verdad que el amor es el
arma más poderosa? ¿Qué nuevo orden podremos imponer sin el Amor? Los
cristianos hemos de evitar cualquier atisbo de complicidad con el mal y con la
muerte. Si estamos contra la pena de muerte, estamos también contra la pena de
guerra. Quedo decepcionado viendo a tantos cristianos… defendiendo “una”
guerra, que en el fondo es “la guerra”. Vaya gobernantes “cristianos”… Y es que
quien no tiene paz en el corazón, sino violencia, ¿cómo va a estar en favor de
la paz?
Jesús entró en el Templo y expulsó a todos. La
escena es de un dramatismo tremendo. El Hijo de Abbá expulsa del gran símbolo
de la Casa, que es el templo, a todos. Y mientras tanto dice que han convertido
la Casa en un mercado. La ira de Jesús nace de su amor por todos y de la
hipocresía de quienes dirigen la casa. En un ataque de celos, Jesús sale de sus
casillas y se convierte en un grito, en una denuncia.
Sí, el Señor sigue expulsando de la Casa a quienes
implantan en ella un régimen de intereses, hacen de la casa una cueva de
ladrones o de bandidos. Me llama la atención que diga el evangelio, que los
expulsó “a todos”. ¡No hay excepción! Hay momentos en los que todos debemos
preguntarnos por nuestra responsabilidad.
Jesús llega a encontrarse en una situación de desconfianza… porque sabe
lo que hay en el corazón humano.
Reconstruir el Templo, la Casa, no es fácil
A muchos nos parece imposible. Pero ¡todo es
posible para Dios! El cuerpo de Jesús es la casa de la humanidad. Su carne y su
sangre son la vida del mundo. Su palabra es palabra de Vida. En Jesús se
encuentran los pueblos irreconciliados. Jesús es nuestra Paz. Sin Jesús no hay
mediación capaz de crear reconciliación. No debemos dejar que Jesús se nos
vaya. ¡Lo necesitamos! Esta Cuaresma es tiempo propicio para la Gran
Conversión, para restaurar la Casa, el Templo profanado y en guerra.
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