No es lo mismo ni
es igual | Pablo Mella,
SJ
John Courtney Murray,
sj: la Iglesia Católica, el pluralismo y la libertad religiosa
John Coutney
Murray fue un teólogo norteamericano miembro de la Compañía de Jesús. Uno de
los objetivos centrales del trabajo intelectual de Murray consistió en ayudar a
la Iglesia católica a navegar en un mundo caracterizado por el pluralismo
religioso y político.
Murray nació en la
ciudad de Nueva York en el año de 1904. Hizo sus estudios secundarios en
Manhattan. Ingresó en el noviciado de los jesuitas en el año de 1920. Trece
años más tarde sería ordenado sacerdote, después de haber realizado sus estudios
en el Boston College. En el año 1937
completó su doctorado en teología en la Universidad de Georgetown. En ese mismo
año fue nombrado profesor en la facultad de teología de Woodstock, localizada
en el estado de Maryland. En 1941 sería nombrado editor de la revista Theological
Studies, publicación periódica de ese centro de estudios. Ocuparía
esos puestos de servicio teológico hasta su muerte por infarto cardíaco en el
año de 1967.
Su gran aporte fue ayudar a que la Iglesia católica aprendiera y pudiera crecer en aquel ambiente marcado por el pluralismo
Como teólogo,
Murray se interesó en las temáticas teológicas de la Trinidad y de la acción de
la gracia divina en la persona humana. Sin embargo, no fue en esos campos
dogmáticos que hizo sus principales contribuciones a la teología en suelo
norteamericano. Su gran aporte fue ayudar a que la Iglesia católica aprendiera
y pudiera crecer en aquel ambiente marcado por el pluralismo. Contrario a
concepciones norteamericanas prevalecientes hasta entonces cercanas a la
cristiandad, Murray entendía que la práctica constitucional norteamericana y el
catolicismo romano podían ser compatibles y colaborar en la construcción de una
sociedad más justa.
Fue hacia el final
de los años 40 del siglo XX que Murray comenzó a abordar la problemática de
cómo las creencias diversas de una sociedad plural podrían ser integradas en el
magisterio de la Iglesia católica. En varias ocasiones se había opuesto a todo
esfuerzo por parte de la Iglesia de influir en las políticas estatales que no
fuera a través de la persuasión moral. Muchos de estos planteamientos fueron
publicados en Theological Studies, la publicación cuatrimestral del
Woodstcok College antes mencionada y de la cual era director. Hacia la mitad de
los años 50 sobrevino la prohibición por parte de sus superiores jesuitas de
escribir sobre lo concerniente a la libertad religiosa y a la relación
Iglesia-Estado si antes su escrito no había sido revisado y aprobado por los
censores de la Curia general jesuita de Roma.
Murray
presentó sus tesis centrales sobre la relación de la Iglesia con la sociedad en
el libro titulado We Hold These Truths: Catholic Reflections on the American
Proposition (Sostenemos estas verdades: Reflexiones católicas sobre
la propuesta estadounidense), publicado en 1960, el mismo año en que era elegido
el primer presidente católico en la historia de los Estados Unidos.
El
Vaticano no recibió inicialmente de buen agrado los escritos de Murray, por lo
que tuvo que suspender sus publicaciones por varios años. A pesar del
ostracismo, sería llamado como perito al Concilio Vaticano II y sus
contribuciones fueron significativas para la puesta al día (aggiornamento)
de la Iglesia. Su gran aporte se concretizó en el texto de la “Declaración
sobre la libertad religiosa” (Dignitatis humanae). Unos años más tarde,
Murray escribiría al respecto lo siguiente: “Las afirmaciones de la Gaudium
et Spes (constitución pastoral del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia en
el mundo actual) y en Dignitatis Humanae (Declaración del Concilio
Vaticano II sobre la libertad religiosa) representa el aggiornamento.
Ambas son programáticas para el futuro. De ahora en adelante, la Iglesia define
su misión en el orden temporal en términos de la realización de la dignidad
humana, la promoción de los derechos humanos, el crecimiento de la familia
humana hacia la unidad y la santificación de las actividades seculares de este
mundo”.
Un
episodio de la vida de Murray puede ilustrar la importancia de un trabajo teológico
como el suyo. En 1958 un católico se reelegía como senador de la Estados Unidos
gracias a una victoria aplastante. Gracias a esa popularidad, decidiría entrar
a la carrera presidencia de los Estados Unidos. Su nombre: John F. Kennedy. En
aquella fecha, se esperaba que cualquier católico comprometido trabajase
ardientemente para cambiar la constitución de cualquier país que tuviera al
catolicismo romano como religión oficial. En esa coyuntura, Murray se convirtió
en arduo defensor de la constitución norteamericana sobre los argumentos de que
la democracia y el pluralismo no eran solamente beneficiosos para el
ordenamiento político y la vida ciudadana, sino que convenían a la misma vida
de la Iglesia. La argumentación, como puede verse, integraba sin confusión,
pero sin división, lo teológico y lo político. Para Murray el sistema político
norteamericano liberaba a la Iglesia de tener que enfrentar a los jefes de
Estado y otorgaba a los creyentes una base sólida para defender su dignidad
personal. El libro antes citado de Murray, We Hold These Truths, puso
las bases para que muchos creyentes pudieran ver nuevas formas posibles para la
relación Iglesia-Estado.
A pesar
de haber sufrido diversas amonestaciones, John Courtney Murray fue aclamado en
el momento de su muerte en 1967 como la principal luz intelectual del
catolicismo estadounidense. Había buenas razones para ello. Desde su análisis
de la historia de los Estados Unidos, Murray socavó la enseñanza oficial sobre
el “estado confesional” promotor de “la religión verdadera”, mostrando cómo la
iglesia puede abrazar la libertad religiosa sin perder su pretensión de enseñar
las verdades de la revelación. Gracias a su tenacidad, sus esfuerzos se vieron
justificados. Llamado a Roma como experto durante el Concilio Vaticano II,
presionó para que se revisara la enseñanza oficial y ayudó a escribir la
referida “Declaración sobre la libertad religiosa” (1965). Según todos los
informes, logró disipar de la enseñanza católica la antigua fantasía de
resucitar el estado confesional.
Murray
abrió el camino para que los católicos de los Estados Unidos dejaran su huella
en la política estadounidense al demostrar que no había contradicción entre ser
estadounidense y ser católico, como algunos pensaban. De todos modos, tesis
como esta pueden ser revisadas, ya que posteriormente se ha constatado que
pueden aparecer tensiones entre la pertenencia nacional y la confesionalidad
católica. Debe matizarse, por ejemplo, su tesis de que el catolicismo
estadounidense era excepcional. Así, se ha visto que en la medida en que los
católicos norteamericanos no toman distancia crítica de su cultura política,
reproducen entre ellos las divisiones ideológicas que separa a muerte a los
simpatizantes del partido republicano frente a los simpatizantes del partido
demócrata. Murray ni siquiera sospechó que la comunidad católica de los Estados
Unidos podía dejar de ser un cuerpo eclesial unido, abandonando su tarea
fundamental: ser “iglesia de Cristo”, signo del amor y la justicia del Padre de
misericordia.
Quedémonos,
sin embargo, los católicos dominicanos con el espíritu de Murray, pues es el
espíritu del Concilio Vaticano II. Traduzcamos efectivamente, en nuestra
coyuntura histórica, esta enseñanza de la declaración sobre la libertad
religiosa: “El derecho a la libertad religiosa se ejerce en la sociedad humana
y, por ello, su uso está sujeto a ciertas normas que lo regulan. En el uso de
todas las libertades hay que observar el principio moral de la responsabilidad
personal y social: en el ejercicio de sus derechos, cada uno de los hombres y
grupos sociales están obligados por la ley moral a tener en cuenta los derechos
de los otros, los propios deberes para con los demás y el bien común de todos.
Con todos hay que obrar según justicia y humanidad” (Dignitatis humanae,
n. 7). ADH 855
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