Comunicación | Ciudad del
Vaticano
Mensaje del Santo Padre Francisco para la
55 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales
«Ven y lo verás» (Jn 1,46).
Comunicar encontrando a las personas donde
están y como son
La invitación a “ir y ver” que acompaña los
primeros y emocionantes encuentros de Jesús con los discípulos, es también el
método de toda comunicación humana auténtica. Para poder relatar la verdad de
la vida que se hace historia (cf. Mensaje para la 54.ª Jornada Mundial de las
Comunicaciones Sociales, 24 enero 2020) es necesario salir de la cómoda presunción
del “como es ya sabido” y ponerse en marcha, ir a ver, estar con las personas,
escucharlas, recoger las sugestiones de la realidad, que siempre nos
sorprenderá en cualquier aspecto. «Abre pasmosamente tus ojos a lo que veas y
deja que se te llene de sabia y frescura el cuenco de las manos, para que los
otros puedan tocar ese milagro de la vida palpitante cuando te lean»,
aconsejaba el beato Manuel Lozano Garrido [1] a sus compañeros periodistas.
Deseo, por lo tanto, dedicar el Mensaje de este año a la llamada a “ir y ver”,
como sugerencia para toda expresión comunicativa que quiera ser límpida y
honesta: en la redacción de un periódico como en el mundo de la web, en la
predicación ordinaria de la Iglesia como en la comunicación política o social.
“Ven y lo verás” es el modo con el que se ha comunicado la fe cristiana, a
partir de los primeros encuentros en las orillas del río Jordán y del lago de
Galilea.
Desgastar las suelas de los zapatos
Pensemos en el gran tema de la información.
Opiniones atentas se lamentan desde hace tiempo del riesgo de un aplanamiento
en los “periódicos fotocopia” o en los noticieros de radio y televisión y
páginas web que son sustancialmente iguales, donde el género de la
investigación y del reportaje pierden espacio y calidad en beneficio de una
información preconfeccionada, “de palacio”, autorreferencial, que es cada vez
menos capaz de interceptar la verdad de las cosas y la vida concreta de las
personas, y ya no sabe recoger ni los fenómenos sociales más graves ni las energías
positivas que emanan de las bases de la sociedad. La crisis del sector
editorial puede llevar a una información construida en las redacciones, frente
al ordenador, en los terminales de las agencias, en las redes sociales, sin
salir nunca a la calle, sin “desgastar las suelas de los zapatos”, sin
encontrar a las personas para buscar historias o verificar de visu ciertas
situaciones. Si no nos abrimos al encuentro, permaneceremos como espectadores
externos, a pesar de las innovaciones tecnológicas que tienen la capacidad de
ponernos frente a una realidad aumentada en la que nos parece estar inmersos.
Cada instrumento es útil y valioso sólo si nos empuja a ir y a ver la realidad
que de otra manera no sabríamos, si pone en red conocimientos que de otro modo no
circularían, si permite encuentros que de otra forma no se producirían.
Esos detalles de crónica en el Evangelio
A los primeros discípulos que quieren conocerlo,
después del bautismo en el río Jordán, Jesús les responde: «Vengan y lo verán»
(Jn 1,39), invitándolos a vivir su relación con Él. Más de medio siglo después,
cuando Juan, muy anciano, escribe su Evangelio, recuerda algunos detalles “de
crónica” que revelan su presencia en el lugar y el impacto que aquella
experiencia tuvo en su vida: «Era como la hora décima», anota, es decir, las
cuatro de la tarde (cf. v. 39). El día después —relata de nuevo Juan— Felipe
comunica a Natanael el encuentro con el Mesías. Su amigo es escéptico: «¿Acaso
de Nazaret puede salir algo bueno?». Felipe no trata de convencerlo con
razonamientos: «Ven y lo verás», le dice (cf. vv. 45-46). Natanael va y ve, y
desde aquel momento su vida cambia. La fe cristiana inicia así. Y se comunica
así: como un conocimiento directo, nacido de la experiencia, no de oídas. «Ya
no creemos por lo que tú nos dijiste, sino porque nosotros mismos lo hemos
oído», dice la gente a la Samaritana, después de que Jesús se detuvo en su
pueblo (cf. Jn 4,39-42). El “ven y lo verás” es el método más sencillo para
conocer una realidad. Es la verificación más honesta de todo anuncio, porque
para conocer es necesario encontrar, permitir que aquel que tengo de frente me
hable, dejar que su testimonio me alcance.
Gracias a la valentía de tantos periodistas
También el periodismo, como relato de la realidad,
requiere la capacidad de ir allá donde nadie va: un movimiento y un deseo de
ver. Una curiosidad, una apertura, una pasión. Gracias a la valentía y al
compromiso de tantos profesionales —periodistas, camarógrafos, montadores,
directores que a menudo trabajan corriendo grandes riesgos— hoy conocemos, por
ejemplo, las difíciles condiciones de las minorías perseguidas en varias partes
del mundo; los innumerables abusos e injusticias contra los pobres y contra la
creación que se han denunciado; las muchas guerras olvidadas que se han
contado. Sería una pérdida no sólo para la información, sino para toda la
sociedad y para la democracia si estas voces desaparecieran: un empobrecimiento
para nuestra humanidad.
Numerosas realidades del planeta, más aún en este
tiempo de pandemia, dirigen al mundo de la comunicación la invitación a “ir y
ver”. Existe el riesgo de contar la pandemia, y cada crisis, sólo desde los
ojos del mundo más rico, de tener una “doble contabilidad”. Pensemos en la
cuestión de las vacunas, como en los cuidados médicos en general, en el riesgo
de exclusión de las poblaciones más indigentes. ¿Quién nos hablará de la espera
de curación en los pueblos más pobres de Asia, de América Latina y de África?
Así, las diferencias sociales y económicas a nivel planetario corren el riesgo
de marcar el orden de la distribución de las vacunas contra el COVID. Con los
pobres siempre como los últimos y el derecho a la salud para todos, afirmado
como un principio, vaciado de su valor real. Pero también en el mundo de los
más afortunados el drama social de las familias que han caído rápidamente en la
pobreza queda en gran parte escondido: hieren y no son noticia las personas
que, venciendo a la vergüenza, hacen cola delante de los centros de Cáritas
para recibir un paquete de alimentos.
Oportunidades e insidias en la web
La red, con sus innumerables expresiones sociales,
puede multiplicar la capacidad de contar y de compartir: tantos ojos más
abiertos sobre el mundo, un flujo continuo de imágenes y testimonios. La
tecnología digital nos da la posibilidad de una información de primera mano y
oportuna, a veces muy útil: pensemos en ciertas emergencias con ocasión de las
cuales las primeras noticias y también las primeras comunicaciones de servicio
a las poblaciones viajan precisamente en la web. Es un instrumento formidable,
que nos responsabiliza a todos como usuarios y como consumidores.
Potencialmente todos podemos convertirnos en testigos de eventos que de otra forma
los medios tradicionales pasarían por alto, dar nuestra contribución civil,
hacer que emerjan más historias, también positivas. Gracias a la red tenemos la
posibilidad de relatar lo que vemos, lo que sucede frente a nuestros ojos, de
compartir testimonios.
Pero ya se han vuelto evidentes para todos también
los riesgos de una comunicación social carente de controles. Hemos descubierto,
ya desde hace tiempo, cómo las noticias y las imágenes son fáciles de
manipular, por miles de motivos, a veces sólo por un banal narcisismo. Esta
conciencia crítica empuja no a demonizar el instrumento, sino a una mayor
capacidad de discernimiento y a un sentido de la responsabilidad más maduro,
tanto cuando se difunden, como cuando se reciben los contenidos. Todos somos responsables
de la comunicación que hacemos, de las informaciones que damos, del control que
juntos podemos ejercer sobre las noticias falsas, desenmascarándolas. Todos
estamos llamados a ser testigos de la verdad: a ir, ver y compartir.
Nada reemplaza el hecho de ver en persona
En la comunicación, nada puede sustituir
completamente el hecho de ver en persona. Algunas cosas se pueden aprender sólo
con la experiencia. No se comunica, de hecho, solamente con las palabras, sino
con los ojos, con el tono de la voz, con los gestos. La fuerte atracción que
ejercía Jesús en quienes lo encontraban dependía de la verdad de su
predicación, pero la eficacia de lo que decía era inseparable de su mirada, de
sus actitudes y también de sus silencios. Los discípulos no escuchaban sólo sus
palabras, lo miraban hablar. De hecho, en Él —el Logos encarnado— la Palabra se
hizo Rostro, el Dios invisible se dejó ver, oír y tocar, como escribe el propio
Juan (cf. 1 Jn 1,1-3). La palabra es eficaz solamente si se “ve”, sólo si te involucra
en una experiencia, en un diálogo. Por este motivo el “ven y lo verás” era y es
esencial.
Pensemos en cuánta elocuencia vacía abunda también
en nuestro tiempo, en cualquier ámbito de la vida pública, tanto en el comercio
como en la política. «Sabe hablar sin cesar y no decir nada. Sus razones son
dos granos de trigo en dos fanegas de paja. Se debe buscar todo el día para
encontrarlos y cuando se encuentran, no valen la pena de la búsqueda»[2]. Las
palabras mordaces del dramaturgo inglés también valen para nuestros
comunicadores cristianos. La buena nueva del Evangelio se difundió en el mundo
gracias a los encuentros de persona a persona, de corazón a corazón. Hombres y
mujeres que aceptaron la misma invitación: “Ven y lo verás”, y quedaron
impresionados por el “plus” de humanidad que se transparentaba en su mirada, en
la palabra y en los gestos de personas que daban testimonio de Jesucristo.
Todos los instrumentos son importantes y aquel gran comunicador que se llamaba
Pablo de Tarso hubiera utilizado el correo electrónico y los mensajes de las
redes sociales; pero fue su fe, su esperanza y su caridad lo que impresionó a
los contemporáneos que lo escucharon predicar y tuvieron la fortuna de pasar
tiempo con él, de verlo durante una asamblea o en una charla individual.
Verificaban, viéndolo en acción en los lugares en los que se encontraba, lo
verdadero y fructuoso que era para la vida el anuncio de salvación del que era
portador por la gracia de Dios. Y también allá donde este colaborador de Dios
no podía ser encontrado en persona, su modo de vivir en Cristo fue atestiguado
por los discípulos que enviaba (cf. 1 Co 4,17).
«En nuestras manos hay libros, en nuestros ojos
hechos», afirmaba san Agustín[3] exhortando a encontrar en la realidad el
cumplimiento de las profecías presentes en las Sagradas Escrituras. Así, el
Evangelio se repite hoy cada vez que recibimos el testimonio límpido de
personas cuya vida ha cambiado por el encuentro con Jesús. Desde hace más de
dos mil años es una cadena de encuentros la que comunica la fascinación de la
aventura cristiana. El desafío que nos espera es, por lo tanto, el de comunicar
encontrando a las personas donde están y como son.
Señor, enséñanos a salir de nosotros mismos,
y a encaminarnos hacia la búsqueda de la verdad.
Enséñanos a ir y ver,
enséñanos a escuchar,
a no cultivar prejuicios,
a no sacar conclusiones apresuradas.
Enséñanos a ir allá donde nadie quiere ir,
a tomarnos el tiempo para entender,
a prestar atención a lo esencial,
a no dejarnos distraer por lo superfluo,
a distinguir la apariencia engañosa de la verdad.
Danos la gracia de reconocer tus moradas en el
mundo
y la honestidad de contar lo que hemos visto.
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