Desde los tejados | Manuel Maza, S.J.
mmaza@pucmm.edu.do
Cuando el charlista es Jesús
Nunca
olvides, cuando vayas a una Eucaristía, congregación o culto donde se proclame
el Evangelio, que ¡el charlista es Jesús! Haz memoria de la gente que te ha marcado
espiritualmente y te pasará lo mismo que a mí: sentíamos que, a través de esa
persona, el mismo Jesús de Nazaret nos salía al encuentro para abrazarnos e
invitarnos a caminar con Él como discípulos.
Hoy,
Jesús, en Juan 15, 1 – 8, nos da una charla acerca de cómo debe ser nuestra
relación con Él: se trata de permanecer. Una cosa son las conferencias que nos
dan, un libro que leímos, una ceremonia a la que asistimos “para cumplir”. Otra
cosa es permanecer.
Permanecer
es dejar que lo de adentro de Jesús se haga vida en nosotros. Lo de adentro de
Jesús fue el amor del Padre. “Como el Padre me ha amado así los he amado yo a
ustedes”. Esa es la savia que le camina por dentro a Jesús, un amor que
consolida su originalidad y le atrae a su plenitud.
Pasa
en nuestras ciudades: una vez al año por lo menos, podan de manera salvaje
árboles más hermosos y útiles que muchos turpenes. Las ramas cortadas quedan
apiladas durante semanas a sus pies. A veces, cuando el viento las bate, las
ramas vivas se agachan como si quieran besar a sus hermanas muertas. Se van
secando. Son cadáveres sin dolientes.
Si
no permanecemos en Jesús, somos ramas cortadas y así cuando hablemos, la gente
lo que va a escuchar es nuestra pobre palabra, nuestros raquíticos esquemas y
esperanzas de vuelo corto.
Permanecer
es una amistad vital, que se expresa en una oración marcada por lo que quiere
el Señor. El permanecer nos transforma en transparentes, fructuosos y con el
tiempo, hasta llegaremos a ser discípulos.
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