Espiritualidad Litúrgica |
Roberto
Núñez, msc
La Pascua
«Ha sido inmolada
nuestra vÃctima pascual; Cristo. AsÃ, pues, celebremos la Pascua con los panes
ázimos de la sinceridad y la verdad» (1Co 5,7-8).
Mayo nos ofrece la
oportunidad de continuar adentrándonos en el misterio de la Pascua. Por eso les
propongo seguir reflexionando en torno al “paso” de Jesús.
La palabra “Pascua” viene
del hebreo “pesah”, cuyo significado parece ser “cojear”, “saltar”, “pasar por
encima”, haciendo referencia al algún “salto” ritual y festivo propio de la
antigüedad. Más adelante, los israelitas lo refirieron al hecho de que Yahvé
“pasó de largo” por sus puertas en el último castigo infligido a los egipcios.
Y más tarde lo refirieron al paso del mar Rojo y al tránsito de la esclavitud a
la libertad. En arameo la palabra es “pas.ha”, de la cual deriva el griego
“pascha”.
Para los judÃos, la Pascua
era la fiesta más importante, teniendo ésta dos bases muy antiguas que la
fundamentan: desde los tiempos de Canaan y los patriarcas se celebraba la
inmolación de los corderos en primavera, rito propio de los pastores nómadas, y
la fiesta de los panes ázimos, realizado por los pueblos agrÃcolas,
sedentarios. En ambos casos se ofrecÃa a Dios las primicias de los rebaños y de
las cosechas.
Más adelante el pueblo une
a estas fiestas el recuerdo de la liberación y salida de Egipto y la Alianza en
el Monte SinaÃ. De ahÃ, la fiesta pasó a convertirse en “memorial” de la
salvación realizada por Dios a favor de su pueblo. Al darse la fusión de los
elementos naturales y salvÃficos, la fiesta se enriqueció grandemente, hasta
adquirir un carácter escatológico y mesiánico.
En el Nuevo Testamento la
Pascua es fundamental para entender la obra de Jesús y la EucaristÃa. San Juan
nos da una clave al decir: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que
llegaba la hora de pasar de este mundo al Padre” (Jn 13,1). El paso de Cristo
al Padre, en su hora crucial de muerte y resurrección es lo que da sentido
nuevo y pleno a la Pascua.
En la muerte y
resurrección es donde Cristo, el verdadero Cordero pascual, ofreció el
sacrificio definitivo y consiguió la Nueva Alianza, la reconciliación de Dios
con la humanidad. Lo que da origen asà al nuevo pueblo.
Como los judÃos celebraban
cada año el memorial de su Pascua-Éxodo, ahora los cristianos reciben el
encargo de celebrar el memorial de la Pascua de Cristo, que es la EucaristÃa.
Ahora con un ritmo más frecuente.
El Catecismo profundiza
este sentido: «La Pascua no es simplemente una fiesta entre otras: es la
“Fiesta de las fiestas”, “Solemnidad de las solemnidades”, como la EucaristÃa
es el Sacramento de los sacramentos (el gran sacramento). S. Atanasio la llama
“el gran domingo” (Ep. fest. 329), asà como la Semana santa es llamada en
Oriente “la gran semana”. El Misterio de la Resurrección, en el cual Cristo ha
aplastado a la muerte, penetra en nuestro viejo tiempo con su poderosa energÃa,
hasta que todo le esté sometido».[1]
La Pascua fue para los
Apóstoles, y debe serlo para nosotros hoy, un tiempo fundamental. Ellos
debieron recorrer un itinerario de vida de fe, para adquirir la plena
conciencia del nuevo modo de presencia de Jesús resucitado en medio de ellos.
Jesús resucitado educa a
los Apóstoles a través de las varias apariciones para que comprendan los signos
nuevos de su acción en el mundo. Ellos experimentan nuevas prácticas en el
ejercicio de la fe y siempre están tentados a la incredulidad. Para nosotros
hoy debe constituir un tiempo de profundización de la fe y de sus signos.
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