Valores | Ron Rolheiser (Trad. Julia Hinojosa)
Siempre con prisa
La
precipitación es nuestro enemigo. Nos pone bajo tensión, aumenta la presión
arterial, nos hace impacientes, nos hace más vulnerables a los accidentes y, lo
más grave de todo, nos hace ciegos a las necesidades de los demás. El vivir
normalmente con precipitación no es una virtud, independientemente de la bondad
del asunto hacia el cual nos apresuramos.
En 1970, la
Universidad de Princeton hizo una investigación con estudiantes del seminario
para determinar si el comprometerse a ayudar a los demás, de hecho, establece
alguna diferencia real en una situación práctica. Crearon este escenario:
entrevistarÃan a un seminarista en una oficina y, al finalizar la entrevista,
le pedirÃan que fuera inmediatamente a un aula determinada del campus para dar
una conferencia. Siempre establecÃan un margen de tiempo muy estrecho entre el
momento en que la entrevista terminaba y cuando el seminarista se supone
deberÃa estar en la clase, lo que obligaba al estudiante a apresurarse. De
camino a la plática, cada seminarista se encontraba con un actor que
interpretaba a una persona necesitada (similar a la escena del buen samaritano
en los evangelios). La prueba, era ver si el seminarista se detenÃa a ayudar.
¿Cuál fue el resultado?
Uno podrÃa
pensar que, siendo seminaristas comprometidos a el servicio, estas personas
podrÃan ser más propensos a detenerse que el resto de personas. Sin embargo,
ese no fue el caso. El ser seminaristas parecÃa no tener ningún efecto sobre su
comportamiento en esta situación. Sólo
una cosa sÃ: eran más propensos a detenerse y ayudar, ó a no detenerse a
ayudar, principalmente sobre la base de si tenÃan prisa ó no. Si estaban presionados por tiempo, no se
detenÃan, y si no estaban presionados por tiempo, eran más propensos a
detenerse.
De este
experimento, los autores sacaron varias conclusiones: en primer lugar, que la
moral se convierte en un lujo, a medida que la velocidad de nuestras vidas
diarias aumenta; y, en segundo lugar, que, debido a presiones de tiempo,
tendemos a no ver una situación dada como una situación moral. En esencia, entre más de prisa estamos, es
menos probable que nos detengamos a ayudar a alguien necesitado. La
precipitación y la prisa, quizás más que cualquier otra cosa, nos impiden ser
buenos samaritanos.
Lo sabemos
por experiencia propia. Nuestra lucha por dar el tiempo adecuado a la familia,
a la oración y por ayudar a los demás, tiene que ver principalmente con el
tiempo. Estamos siempre demasiado ocupados, demasiado agobiados, con demasiada
prisa, y con demasiada energÃa como para detenernos y ayudar. Un escritor que conozco confiesa que cuando
llegue a morir, de lo que más se arrepentirá en su vida no son las veces en que
faltó a un mandamiento, sino las muchas veces en que pasó por alto a sus
propios hijos de camino a su lugar de trabajo para escribir. De la misma manera, tendemos a culpar hoy en
dÃa a la ideologÃa secular de gran parte de la ruptura familiar en nuestra
sociedad cuando, de hecho, tal vez la mayor tensión de todas en la familia, es
la presión que viene desde nuestro lugar de trabajo el cual nos tiene bajo
constante presión, siempre con prisa, y todos los dÃas pasando por alto a
nuestros hijos debido a las presiones del trabajo.
Sé de esto
bastante, por supuesto, por mi propia experiencia. Estoy siempre bajo presión, siempre con
prisa, siempre sobrecargado de trabajo, y siempre pasando por alto todo tipo de
cosas que requieren mi atención en mi camino al trabajo. Como sacerdote, puedo racionalizar esto
señalando la importancia del ministerio. El ministerio tiene el propósito de
organizarnos la vida más allá de nuestra propia agenda sin embargo, en el
fondo, yo sé que mucho de esto es una racionalización. Algunas veces también yo racionalizo mi
propio ajetreo y prisa, me consuelo con el hecho de que estoy actuando
legÃtimamente según que tengo que hacer. Está en mis genes. Tanto mi padre como
mi madre mostraron una lucha similar. Eran maravillosos, unos padres amorosos,
sin embargo a menudo vivÃan sobrecargados. El responder a las muchas demandas
es una virtud ambigua.
No es
casualidad que casi todos los escritores espirituales clásicos, escribiendo sin
el beneficio del estudio de Princeton, advierten sobre los peligros del exceso
de trabajo. De hecho, los peligros de la
precipitación y la prisa ya están escritos en la primera página de las
Escrituras donde Dios nos invita a asegurarnos de mantener el sábado
propiamente. Cuando vamos de prisa vemos muy poco más allá de nuestra propia
agenda.
El lado
positivo de precipitarse y de la prisa es que son, tal vez, lo contrario de la
acedia. La persona con el impulso de la
prisa, al menos, no está constantemente deseando que pase el tiempo para
conseguir pasar de la mañana a la hora de la comida. Siempre tiene un propósito. Además, la
precipitación y la prisa pueden ayudar a que una persona productiva se afirme a
sà misma y sea admirada por lo que hace, aun cuando esté pasando por alto a sus
propios hijos para llegar a su lugar de trabajo. Yo también sé que: Mi trabajo
de ofrece mucha autoafirmación, aun cuando tengo que admitir que la presión y
la prisa me impiden la mayor parte del tiempo el ser un buen samaritano.
La
precipitación hace desaprovechemos las cosas, asà dice el refrán. También provoca
una ceguera espiritual y humana que puede limitar seriamente nuestra compasión.
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