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    miércoles, 16 de junio de 2021

    Interpretaciones de la revolución francesa


    Peregrinando a campo traviesa |Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.





    Interpretaciones de la revolución francesa

     

    Hasta la revolución rusa de 1917, Europa no conoció una subversión tan profunda, inesperada y rápida. La ilustración afectó a un sector restringido, urbano, aristocrático y burgués. Con la revolución francesa, la ilustración afectó a las masas urbanas y rurales gracias al sentimiento nacional. Chaumette sostenía: “el territorio que separa a París de Petersburgo será muy pronto afrancesado, municipalizado, jacobinizado.” La guerra llevará al poder a los girondinos, los jacobinos, los termidorianos y al mismo Napoleón. Los peligros de la patria justificaron el terror y el aniquilamiento de la oposición. Basta recordar La Vendée o Lyon. Amenazados internacionalmente, les fue fácil declarar traidor a todo disidente. El campesinado francés quedó libre de obligaciones feudales, pero no votaba, solo en 1848 se aprobará el sufragio universal masculino. Las mujeres francesas, héroes de dos guerras mundiales, votarán desde 1944. Se caminaba hacia la igualdad ante la ley. La constitución se basó en la soberanía nacional. Los obreros quedaron sin gremios. Luego de Napoleón, varias de las instituciones del antiguo régimen, salieron fortalecidas: la monarquía, el papado, la religión institucional, la propiedad privada. Pero la nobleza sabía que no podía restablecer sus privilegios.

     

    Entre 1789 y 1799 los revolucionarios se batieron con la contrarrevolución. No fue un asunto de élites, fue “masiva, extensa popular”. A la revolución se opusieron desde los campesinos, que temían perder sus tierras y las comunidades que veían su religión ata­cada, hasta los artesanos de París, enfrentados al individualismo liberal que les dejaba inermes ante los patronos. La contrarrevolución trajo la centralización y la represión, que a su vez generaron más contrarrevolución. Los revolucionarios justificaron los sacrificios exigidos a la población con la guerra y los enemigos internos (Ver Sutherland, D.M.G., 1985: 14 y Forrest, 1995: 156 – 157). El Antiguo Régimen se caracterizaba por “la monarquía absoluta y por la desigualdad de instituciones y leyes dentro de una mis­ma monarquía”. La organización social era “el resultado de una doble diferenciación basada en el privilegio (estamental) y en la riqueza (clasista).” Los burgueses liberales lucharon en dos frentes, contra el absolutismo y contra los privilegios sociales y territoriales. Con la impuesta Constitución de 1799 y la coronación de Napoleón como Emperador (1804) se volvía a la personalización del poder. Napoleón disponía de más poder que Luis XVI.

     

    Manuel Pablo Maza Miquel, S.J / mmaza@pucmm.edu.do

    El autor es Profesor Asociado de la PUCMM



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