Solemnidad del Sagrado Corazón | Mario
Roessler, MSC
Corazón de
Jesús, la revolución de la ternura
“... porque
soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para ustedes” (Mt 11,
29)
El mes de
junio, dentro de la Iglesia Católica, también se conoce como el “mes del
Sagrado Corazón”, cuya solemnidad se celebra el viernes siguiente al segundo
domingo después de Pentecostés. Desde los orígenes de esta devoción, lo que se
ha buscado conmemorar y celebrar es el Amor de Dios, manifestado de manera
original en la historia concreta de Jesús de Nazaret.
Jesús
siempre vivió de corazón y contagió a todos con la poderosa fuerza de su amor y
entrega. Nació con un corazón de carne, es decir, humano, absolutamente divino.
En él se cumplió definitivamente la promesa de ser el corazón de todos, el
centro neurálgico de la humanidad.
Jesús era el
hombre para los demás, que tenía un corazón; un corazón no de piedra
sino de carne. Su vida fue signo de buen amor, de saber amar. Pero, sobre todo,
Jesús, en su Corazón reveló la profundidad misma del ser humano y de Dios. En
él estaba la fuente del Espíritu que fluía como agua fecunda hasta la vida
eterna.
Gracias a su
Encarnación, el Hijo de Dios trabajó con manos humanas, pensó con inteligencia
humana, sintió con voluntad humana, amó con corazón humano.
El Corazón
de Jesús nos habla de iniciativa, libertad, entrega absoluta y amor profundo;
nos recuerda cómo Dios, por su pura iniciativa, por su compromiso con los
hombres y mujeres de ayer, hoy y mañana, sale de sí mismo para encarnarse en
medio de nuestro mundo, acampando en medio de nuestra realidad histórica y
cotidiana. Su Corazón nos revela que la Vida implica un movimiento de salida,
que provoca encuentros personales, que transforma la vida de quienes le siguen,
abriéndoles nuevos horizontes, ampliando su visión y descentrándolos de su
propia lógica.
Su corazón
abierto es el lugar donde regresamos a Dios con todos, donde aprendemos quién
es Él y quiénes somos nosotros. Es un camino que nos lleva del miedo a la
confianza, de la ansiedad al abandono, de retener la propia existencia a
entregarla, del miedo a la libertad, de la muerte a una vida a plenitud.
El evangelio
de este día nos muestra uno de los ejemplos más vívidos de un corazón
agradecido que podemos encontrar. Jesús, que acaba de pasar por una profunda
experiencia de rechazo por parte de las ciudades de Galilea, explota en el
cántico que comienza: “Te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los
sabios y entendidos”. El corazón de Jesús es sostenido, nutrido e irrigado por
el amor compasivo y providente del Padre.
Es en el
corazón que también nosotros, sus seguidores, podemos estar seguros,
profundamente descansados. Es en el corazón, “la última soledad del ser”, donde
nos decidimos por Dios y nos adherimos a Él. Aquí Dios hace un “encuentro” con
cada uno de nosotros. “Dios es más íntimo con cada uno de nosotros que nosotros
mismos” (San Agustín).
El Corazón
de Jesús sigue siendo una expresión central de la fe cristiana, una expresión
del amor de Dios por los seres humanos. El Papa Francisco utiliza a menudo una
expresión cargada de intensidad: “revolución de la ternura”. Sin duda, la
“mansedumbre” y la “ternura” definen radicalmente el sentimiento y la acción de
Jesús. La revolución de la ternura nos invita a acompañar, sanar y
acoger, desde nuestra realidad, a los que nos rodean, a vivir invirtiendo
nuestros mejores recursos a favor de los demás.
Hoy, esta
propuesta sencilla, pero con un profundo sello evangélico, responde a la
deshumanización que vivimos. Esta revolución de la ternura nos invita a salir
de nosotros mismos, a poner nuestra vida al servicio de nuestro hermano, a
entrar en el fluir del amor de Dios, llegando a tantos que lo necesitan a
través de nuestras manos, nuestra presencia llena de ternura; Viviendo así, nos
convertimos en una profunda transparencia del mismo Corazón de Jesús.
Según la
tradición bíblica, lo que más nos deshumaniza es vivir con un “corazón cerrado
y endurecido”, un “corazón de piedra”, incapaz de amar y de creer. Quien vive
“encerrado en sí mismo” no puede aceptar el Espíritu de Dios, no puede dejarse
guiar por el Espíritu de Jesús.
Cuando
nuestro corazón está “cerrado”, nuestros ojos no ven, nuestros oídos no
escuchan, nuestros brazos y pies se atrofian y no se acercan; vivimos
encerrados en nosotros mismos, insensibles a la admiración y la acción de
gracias. Cuando nuestro corazón está “cerrado”, en nuestra vida no hay más
compasión y vivimos indiferentes a la violencia y la injusticia que destruyen
la felicidad de tanta gente. Vivimos separados de la vida, desconectados. Un límite
invisible nos separa del Espíritu de Dios que energiza e inspira todo; es
imposible sentir la vida como la sintió Jesús.
Cuando
vivimos de corazón, escuchamos con más paciencia, miramos con complicidad,
jugamos con ternura, sufrimos con fuerza, arriesgamos con facilidad, mezclamos
nuestra vida con la de los demás y avanzamos en comunidad llevando a cabo
proyectos solidarios.
Así,
confesamos que el Corazón de Jesús era tan humano que lo veneramos como
“Sagrado”.
Conteniéndolo
en la totalidad de sus sentimientos, podremos moldear nuestro corazón,
cristificándolo (“aprende de mí ...”). De la misma forma, conociendo las
dinámicas, pasiones, dimensiones oscuras y luminosas de nuestro corazón,
podremos acercarnos un poco más al misterio de la persona de Jesús, donde dejó
brillar la alegría y la tristeza de ser hombre. de ese corazón tan humano y tan
sagrado.
Jesús los
invita a entrar en su corazón amplio y solidario, para que puedan “descansar”,
todos aquellos a quienes la vida insiste en negarles un sentido, los que son
víctimas de una sociedad tan inhumana, los que ya haya no sienten fuerza y se sienten solos y rechazados, los
que no hay otra razón para regocijarse que en Dios...
Una devoción
al Corazón de Jesús que no nos lleva a establecer nuevas relaciones humanas,
prolongando la forma humana de ser y de vivir de Jesús, sería una devoción
vacía, estéril, marcada por una piedad alienante y alienizada.
Texto bíblico: Mt 11: 25-30
En oración:
todos estamos en el corazón de Cristo. Todos estamos en el amor de Dios.
Todos fuimos
introducidos en la Sagrada Humanidad de Aquel que, siendo Dios, se hizo
semejante a nosotros para que todos podamos sentirnos en Él.
El corazón
se revela como imagen de amor, humanidad, entrañas compasivas. Identificamos a
las personas por su buen corazón, por su instinto de misericordia.
- ¿Dejas que
tu corazón se muestre en tu relación con la gente? ¿Las actividades que
realizas tienen corazón?
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