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    domingo, 6 de junio de 2021

    La tristeza, la gran incomprendida


    Para vivir mejor | Dra. Miguelina Justo





    La tristeza, la gran incomprendida

     

    Las emociones[i], como la alegría, el miedo, la rabia y la sorpresa, son patrones de respuesta complejos y universales, a través de los cuales, las personas intentan adaptarse a una situación.  En el caso en particular de la tristeza, el estímulo que la evoca es la pérdida.   Desde esta perspectiva, se entiende la tristeza como una reacción natural ante la pérdida de algo o de alguien valorado.  Las emociones pueden servir de base a los sentimientos, los cuales son representaciones mentales de estos estados fisiológicos, totalmente subjetivas y particulares, los cuales se ven influenciadas por la cultura.

     

    Las emociones parecen desempeñar un rol importante en la supervivencia de los seres humanos.  Los cambios en expresiones y gestos, servían como señal para que los primeros seres humanos pudieran descubrir el mundo y adaptarse al mismo.  Por ejemplo, la emoción de asco[ii], puede ser una señal que le indicara un potencial peligro de toxicidad, permitiendo así que otros no estuvieran en riesgo. De igual manera, la tristeza puede ser una señal para los demás, y para la persona misma.  Cuando alguien ve que otro parece triste, una reacción se produce en su interior. Por lo general, esto le motiva a ayudar, a ser más generoso[iii].  De igual manera, la tristeza produce cambios en la persona que la experimenta, pudiendo facilitar la reflexión, el silencio, que solo es posible en la soledad.  Investigaciones interesantísimas han demostrado que cuando las personas se sienten tristes, tienden a ser menos sesgados en sus juicios sobre quienes les rodean y son capaces de recordar con mayor precisión detalles pasados[iv].

     

    Sin embargo, la forma en la cual la tristeza es percibida puede que promueva su ocultamiento.  El temor a ser juzgados podría contribuir a que alguien que se siente triste prefiriera contener las lágrimas y continuar hablando, como si nada estuviera pasando, como si por dentro no estuviera lloviendo a cántaros, y fuera necesario un refugio donde guarecerse hasta que escampe.   Una investigación reciente podría confirmar este temor.  Los resultados obtenidos por Schoofs y Claeys[v] revelaron que la comunicación verbal de la tristeza aumentaba la empatía del público hacia las personas que dirigen organizaciones durante un período de crisis, lo que tenía una influencia positiva en la reputación de la institución. Sin embargo, el expresar tristeza también resultó en una reducción de la percepción de la competencia de esta persona, lo cual afectaba negativamente la reputación de la empresa.  El considerar que la tristeza es un signo de debilidad, puede llevar a la persona, paradójicamente a un ahondamiento de este sentimiento, el cual se alimenta, entonces, de la percepción de incapacidad.  Sin quererlo así, se allana así el camino a la depresión, un estado de persistente de pena, el cual viene acompañado de una dificultad para experimentar placer y gozo.

     

    Como una nube gris ocupa el cielo, la tristeza se hace espacio en el cuerpo y también en la mente.  Transforma el rostro, ocupa la garganta, el pecho, los hombros e incluso el estómago.  Hay cambios hormonales.  La tristeza es una experiencia corporal y sensorial, también.  La tristeza es azul, gris o negra.  Su sabor, amargo o salado.  La tristeza transforma los pensamientos y la conducta.  La memoria se agudiza, la atención se concentra en algunas pocas imágenes y la producción de nuevas imágenes mentales se ralentiza, tal como sucede con los movimientos corporales.  

     

    La tristeza puede, incluso, brindar placer a nivel estético[vi].  Resulta innegable el éxito de poemas, novelas, películas y otras manifestaciones artísticas con contenido alusivo a este estado.  La tristeza que evocan algunas piezas musicales, por ejemplo, pudiera resultar placentera, ya que facilita la regulación emocional y la empatía, gracias al recuerdo de eventos pasados y a la reflexión sobre los mismos.

     

     

    En el conocidísimo poema Defender la alegría, el escritor uruguayo Mario Benedetti, hace una invitación a proteger a la alegría de la obligación de estar alegres. Anima a defender la alegría de la propia alegría.  ¡Sabia recomendación!  De manera paradójica, esta obligación de sonreír, ha empujado a muchos a experimentar una profunda sensación de tristeza ante la imposibilidad de disfrutar una sensación permanente de alegría. Parecería que costara reconocer cuánto daño la alegría ha causado: promesas rotas, decisiones nefastas e impulsivas, adicción, dependencia, todo esto impulsado por la sobrevaloración de una emoción efímera.

     

    En el mundo de las sonrisas compradas, la tristeza se ha vuelto pecado, signo de debilidad, fuente de miedo.  Esta emoción humana, sana, natural, ha quedado vetada. El prohibido llorar de los hombres, se ha extendido a las mujeres, de todas las edades y condiciones.  El “debes ser fuerte”, el “arriba ese ánimo” han sustituido la escucha respetuosa y el abrazo en silencio. Parece que no se comprende qué es la tristeza y el importante papel que desempeña en la vida de los seres humanos y en sus relaciones.  Las lágrimas resultan incómodas de ver y de sentir.  Cuando este líquido salado inunda los ojos, la boca se llena de excusas.  ¿No es acaso legal el llanto?

     

    ¿Qué sería del arcoíris sin el azul?  ¿El dulce sin la sal o la acidez de lo amargo?  ¿Qué sería del día sin la noche, del río cristalino, sin las grises piedras?  La tristeza es parte de la vida.  Evadirla, negarla, temerle, es vivir a medias.  ¿Qué hacer cuando toque la puerta? Pues, dejarla pasar, mas no construirle un refugio. 

     

    La tristeza, como la alegría, como cualquiera de las otras emociones humanas, cumple con un propósito. Escuchemos su voz, para detectar lo que requiere de nosotros, quizás algo de silencio, quizás un espacio de tranquilidad. Luego, dejémosla ir, como una nube de lluvia, que se deshace luego de fertilizar la tierra. ADH 857.

     

    Referencias


    [i] American Psychological Association.  “APA Dictionary of Psychology” (s. f.) Emotion.   https://dictionary.apa.org/emotion

    [ii] G. Bonanno, G. “The other side of sadness”.  (2019).  New York:  Basics Books

    [iii] L. I. Reed y Peter DeScioli, “The Communicative Function of Sad Facial Expressions”, (2017), https://doi.org/10.1177%2F1474704917700418

    [iv] J. Storbeck y G. L. Clore.  “With Sadness Comes Accuracy; With Happiness, False Memory: Mood and the False Memory Effect”.  (2005).  https://doi.org/10.1111%2Fj.1467-9280.2005.01615.x

    [v] L. Schoofs, L. y A. Claeys. “Communicating sadness: The impact of emotional crisis communication on the organizational post-crisis reputation”, Journal of Business Research, Volume 130, (2021):  271-282, https://doi.org/10.1016/j.jbusres.2021.03.020. 

    [vi] S. Matthew E., D. Antonio, H. Assal.  “The pleasures of sad music: a systematic review”.  Frontiers in Human Neuroscience, Volume 9, (2015):  404, https://doi.org/10.3389/fnhum.2015.00404.

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