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    domingo, 11 de julio de 2021

    El espíritu de la evangelización


    Rincón de la Palabra | P. José Israel Cruz Escarramán

     

    El espíritu de la evangelización
    desde la «Evangelii Nuntiandi»

     

    Cualquier tiempo litúrgico es privilegiado para que nos fijemos en la evangelización como acción activa de la comunidad eclesial. Lo hacemos desde la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi a partir del número 75 en el que trata sobre la acción del Espíritu Santo en la evangelización: «La acción del Espíritu Santo en la evangelización y la fidelidad del evangelizador a esta misma acción».  

     

    La exhortación apostólica, nos presenta la evangelización bajo una triple dimensión: como una llamada a la renovación interior (EN 18), que exige del mismo apóstol una actitud espiritual (EN 5 y 74) y una presentación de experiencias de encuentro con Dios (EN 76).  

     

    La Evangelii nuntiandi quiere responder a una serie de problemas que solo pueden afrontarse con una espiritualidad misionera: «la actual búsqueda de Dios, los movimientos actuales de oración y de espiritualidad, el acento en la acción del Espíritu Santo, la necesidad de presentar la alegría y la esperanza cristiana que brotan de las bienaventuranzas, etc». Nos podríamos preguntar de dónde sale la espiritualidad misionera y encontraríamos la respuesta en la misma esencia de la evangelización. Para Jesús y para los apóstoles, evangelizar significaba anunciar un «camino interior» o «conversión» (cf. Mc 1,15; Hch 2,38). Como nos señala la Evangelii nuntiandi: la evangelización «merece que el apóstol le dedique todo su tiempo, todas sus energías y que, si es necesario, le consagre su propia vida» (EN 5).

     

    No podemos disociar el término vocación de la misión, debido al estrecho vínculo existente entre ambos conceptos. A tenor de ello podríamos decir que se llama a una persona para encargarle que transmita un mensaje, para que realice un trabajo, para que coopere en un compromiso. «Toda persona humana existe porque ha sido llamada a una misión: la de desarrollar la propia personalidad incidiendo en la creación y en la historia común. La existencia humana es vocación y misión».

     

    En cuanto a la vocación como llamada, podríamos preguntarnos ¿Quién nos ha llamado? porque nadie se llama a sí mismo ni se encarga a sí mismo una misión. Nuestra vocación o llamada viene de Dios: nos ha predestinado en Cristo (Ef 1). La vocación cristiana o de predestinación en Cristo es también una misión o encargo de anunciar y comunicar el «misterio de Cristo» (Ef 3). Cada cristiano tiene una participación diferente en esta misión.

     

    Al referirnos a la vocación cristiana con caminos distintos como lo son la misión laical, la misión de vida consagrada y la misión del sacerdocio ministerial, lo importante es identificar que en cualquiera de sus facetas, se puede encontrar un sentido de misión o apostolado. Cada cristiano debe configurarse con Cristo para ser, en una circunstancia humana, signo o transparencia del Señor. La vocación de apóstol es inherente a la vocación cristiana como lo es también la vocación a la santidad.

     

    En tiempos fuertes de la vida litúrgica eclesial, vamos reflexionando e interiorizando en nosotros mismos lo cual está bien (si lo estamos haciendo auténticamente), ya que vamos respondiendo al itinerario indicado por la Iglesia en beneficio nuestro, de igual modo recordar la misión como nuestra tarea permanente, vivir y transmitir el evangelio, la buena nueva de Cristo que transforma nuestro alrededor y que nos hace participes de su reino. ADH 854.


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