Rincón
de la Palabra | P. José Israel Cruz Escarramán
El espíritu de la evangelización
desde la «Evangelii Nuntiandi»
Cualquier
tiempo litúrgico es privilegiado para que nos
fijemos en la evangelización
como acción activa de la comunidad eclesial. Lo hacemos desde la exhortación
apostólica Evangelii nuntiandi a
partir del número 75 en el que trata sobre la acción del Espíritu Santo en la
evangelización: «La acción del Espíritu Santo en la evangelización y la
fidelidad del evangelizador a esta misma acción».
La
exhortación apostólica, nos presenta la evangelización bajo una triple
dimensión: como una llamada a la renovación interior (EN 18), que exige del
mismo apóstol una actitud espiritual (EN 5 y 74) y una presentación de
experiencias de encuentro con Dios (EN 76).
La Evangelii nuntiandi quiere responder a
una serie de problemas que solo pueden afrontarse con una espiritualidad
misionera: «la actual búsqueda de
Dios, los movimientos actuales de oración y de espiritualidad, el acento en la
acción del Espíritu Santo, la necesidad de presentar la alegría y la esperanza
cristiana que brotan de las bienaventuranzas, etc». Nos podríamos preguntar de
dónde sale la espiritualidad misionera y encontraríamos la respuesta en la
misma esencia de la evangelización. Para Jesús y para los apóstoles,
evangelizar significaba anunciar un «camino interior» o «conversión» (cf. Mc
1,15; Hch 2,38). Como nos señala la Evangelii
nuntiandi: la evangelización «merece que el apóstol le dedique todo su
tiempo, todas sus energías y que, si es necesario, le consagre su propia vida»
(EN 5).
No podemos disociar el término vocación de la misión, debido
al estrecho vínculo existente entre ambos conceptos. A tenor de ello podríamos
decir que se llama a una persona para encargarle que transmita un mensaje, para
que realice un trabajo, para que coopere en un compromiso. «Toda persona humana
existe porque ha sido llamada a una misión: la de desarrollar la propia
personalidad incidiendo en la creación y en la historia común. La existencia
humana es vocación y misión».
En cuanto a la vocación como llamada, podríamos preguntarnos
¿Quién nos ha llamado? porque nadie se llama a sí mismo ni se encarga a sí
mismo una misión. Nuestra vocación o llamada viene de Dios: nos ha predestinado
en Cristo (Ef 1). La vocación cristiana o de predestinación en Cristo es
también una misión o encargo de anunciar y comunicar el «misterio de Cristo» (Ef 3). Cada cristiano tiene una participación
diferente en esta misión.
Al referirnos a la vocación cristiana con caminos distintos
como lo son la misión laical, la misión de vida consagrada y la misión del
sacerdocio ministerial, lo importante es identificar que en cualquiera de sus
facetas, se puede encontrar un sentido de misión o apostolado. Cada cristiano
debe configurarse con Cristo para ser, en una circunstancia humana, signo o
transparencia del Señor. La vocación de apóstol es inherente a la vocación
cristiana como lo es también la vocación a la santidad.
En tiempos
fuertes de la vida litúrgica eclesial, vamos reflexionando e interiorizando en
nosotros mismos lo cual está bien (si lo estamos haciendo auténticamente), ya
que vamos respondiendo al itinerario indicado por la Iglesia en beneficio
nuestro, de igual modo recordar la misión como nuestra tarea permanente, vivir
y transmitir el evangelio, la buena nueva de Cristo que transforma nuestro
alrededor y que nos hace participes de su reino. ADH 854.
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