Reflexión | Tomás Muro Ugalde
¿Una homilía? Con la biblia
en una mano y el periódico en la otra
Decía el gran teólogo luterano Karl Barth
(1886-1968) que una homilía hay que hacerla con la Biblia en una mano y el
periódico en la otra.
Esta homilía de hoy la comienzo con algunas
grandes cuestiones, preguntas que impregnan hoy en nuestra realidad social y
eclesial.
Secularización, ateísmo
Es evidente, si no nos tapamos los ojos, que en
Occidente, -sobre todo en Europa- y en el último siglo y medio se ha producido
una gran deserción de mucha gente de la religión, de las religiones cristianas.
Constatamos cómo la descristianización, la secularización, el ateísmo, etc.
empapan el tejido social-cultural de nuestros pueblos. “Dios ha muerto” y las
iglesias están “medio vacías”.
De esta constatación se deducen algunas
preguntas:
+ ¿A qué se debe esta situación “atea” en la que
nos encontramos?
+ ¿Será cierto que, a mayor desarrollo
científico, económico, tecnológico, más desciende el nivel de religiosidad de
los pueblos y de las gentes?
+ ¿Habrá que admitir que la religiosidad es cosa
de pueblos primitivos, quizás rurales, de modo que, el hombre de la sociedad
industrial ya no es religioso y ha de abandonar la fe como abandonamos la
creencia en los Reyes Magos?
+ ¿Cuál o cuáles serán los caminos y contenidos
de una fe sana? (Absténganse fanáticos y religiosos terminales)
Algunas consideraciones
+. El ser humano -la humanidad- no ha sido atea,
ni irreligiosa.
El ateísmo es un fenómeno relativamente nuevo, nos viene de mediados del siglo XIX. Feuerbach (1804-182) fue el “primer ateo oficial”. Nietzsche (1844-1900) fue quien “proclamó” la muerte de Dios.
Sin embargo la humanidad ha sido -y es- religiosa. Otro problema distinto es cuál sea
el Dios o el ídolo en quien crea.
Del mismo modo que el ser humano es inteligente
(más o menos, pero inteligente), o es ser sexuado (otra cosa es si uno es casado,
célibe, homosexual, etc,) pero somos seres sexuados, de esa misma manera somos
seres religiosos.
Algunas ideologías tienen como Dios a la patria:
lo estamos viendo en cada campaña electoral y en los parlamentos. Los partidos
políticos tienen como Dios el poder. Muchas personas adoran el dios dinero,
otras muchas personas se postran ante el dios eros, etc.
El ser humano es, pues, religioso por
naturaleza: nos re-ligamos con un Dios o con un
ídolo.
Y conviene no equivocarse a la hora de elegir el dios que rija nuestra vida.
+. Adaptación a los momentos y situaciones
culturales en la historia.
El cristianismo nace en un contexto judío –Jesús
era judío- y ya el mismo San Pablo ha de hacer un esfuerzo por “traducir” el
cristianismo a los moldes de la cultura griega. San Agustín, a finales del
siglo IV y comienzos del V, vierte el cristianismo al pensamiento griego de
Platón, que era el hábitat cultural de aquel tiempo en los pueblos
mediterráneos. Así van entrando en el cristianismo conceptos griegos que hoy
los vivimos espontáneamente, pero que originariamente no estaban presentes en
el cristianismo: conceptos como inmortalidad, persona, pecado original,
bautismo de niños, etc. son adaptaciones del cristianismo a la cultura de su
tiempo.
Se trata de la inculturación (término acuñado
por el P. Arrupe). Inculturaciòn es el proceso de integración de una cultura en
otra. Así por ejemplo: la Teología de la Liberación es el proceso de
inculturación del cristianismo en Latinoamérica.
Demos un paso más:
Probablemente la Iglesia no ha entrado ni ha
asumido la modernidad, no se ha inculturado en la modernidad-.
+ . Pongamos que desde la época de Galileo
(1564-1642) la Iglesia se lleva mal y a “regañadientes”, o más bien “no se
lleva” con el mundo moderno, con las ciencias, la política, la democracia, etc.
El pensamiento eclesiástico admite de mala gana el evolucionismo de Darwin
(1809-1882) y en muchas iglesias evangélicas se prohíbe explicar que el ser
humano viene por evolución y no por el barro, Adán y Eva, el paraíso, la
manzana, etc. (teniendo estos mitos un gran valor simbólico y teológico).
Tampoco la Iglesia se siente cómoda en la
diversidad de las opciones políticas. La Iglesia “chirría” cuando se habla de
democracia, de libertad.
En los sectores más conservadores de la Iglesia
no se admite la interpretación de la Biblia, los géneros literarios en la
misma, etc.
A partir de la modernidad, que nace en los
siglos XVII-XVIII se produjo una bifurcación entre mundo profano-científico y
la Iglesia. Cada cual va por su lado y no se suelen dar momentos de encuentro.
+. Vaticano II
El concilio Vaticano II supuso -hasta cierto
punto- una presencia del Evangelio en el mundo y en los problemas del hombre
moderno. Probablemente ese acercamiento fue debido -sobre todo- a la bonhomía
de Juan XXIII. La bondad y sensatez de Juan XXIII fue más valiosa que toda la
dogmática y legislación eclesiásticas.
Probablemente el Vaticano II ha sido -hasta
Francisco- el único momento de adaptación del cristianismo a la modernidad.
El evangelio puede volver llenar la vida.
El Evangelio no es un bloque dogmático de
creencias (Denzinger), ni un entramado de leyes (Código de Derecho), ni un
amasijo de ritos estrictos, ni una permanente discusión acerca del poder. El
evangelio es la buena noticia liberadora para el ser humano. El Evangelio es
bondad.
Jesús estaba del lado del ser humano, no de la Ley, ni de los esquemas religiosos del Templo, de la sinagoga.
Jesús curaba enfermos, sanaba, daba de comer, acogía a
mujeres, trataba con publicanos y pecadores, perdonaba, levantaba de la muerte.
El Dios de Jesús no es un Dios tremendista, ni un Dios
aliado con los poderes de este mundo, sino que Dios es Padre que acoge.
Soñaba el papa Francisco con una Iglesia que fuese un
hospital de campaña, un lugar amable. La Iglesia, el sistema religioso que
pretenden restaurar muchos obispos se parece más a un cuartel que a un hogar,
pero el evangelio no se presenta a cañonazos y condenas.
El hombre moderno -ya más bien postmoderno- será
creyente, cristiano si experimentamos y respiramos en la Iglesia bondad y amabilidad
de Dios, si vivimos en respeto, libertad, sensatez.
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