Peregrinando a campo traviesa | Manuel Pablo Maza
Miquel, S.J.
Napoleón, conmemorado, no celebrado
Napoleón gobernó Francia desde 1799 hasta 1814.
Escapado de la Isla Elba, todavía mandó durante cien días en 1815 hasta ser
derrotado en Waterloo, el 18 de junio de 1815. Recientemente (El País, 4 de
mayo de 2021) Marc Bassets puntualizaba que Francia iba a conmemorar, pero no a
celebrar el bicentenario de la muerte de Napoleón.
Para muchos, Napoleón se ha vuelto una bandera y
las mismas manos que la alzan la pintan con sus colores. Tampoco este
articulito calmará los avisperos cucuteados por este corso que nunca habló bien
ni el francés ni el italiano. Aun después de sus aparatosas derrotas, su
arrastre carismático en Francia era tal, que los ingleses tuvieron que
confinarlo en una islita del Atlántico a 1,800 kilómetros de la costa de
Angola.
Mi impresión es que Napoleón adoptó el sistema que
mejor llevara adelante su persona y su agenda. Se vistió con el manto de la
Francia revolucionaria y se ciñó la corona de Emperador. En Francia y los
países invadidos por sus ejércitos: no devolvió los bienes a la Iglesia, la
mantuvo separada del Estado, suprimió los privilegios de los nobles, reorganizó
los límites políticos de los territorios de su imperio (Confederación del Rín y
Estados italianos), inventó Ducados (Varsovia), quitó y puso reyes, por ejemplo
en España; sistematizó todo el sistema legal francés (Código napoleónico),
apoyó decididamente la educación (escuelas politécnicas) y para ejecutar su
versión de la Francia revolucionaria como la entendía, movilizó entre 1799 y
1814 a tres millones de franceses. Solamente la Gran Armée, invasora de Rusia
en 1812, contaba con 600,000 hombres. Napoleón llevó a la muerte a unos 2 o 3
millones de militares y cerca del millón de civiles, peleíta infantil al lado
de los 50 millones la Segunda Guerra Mundial y los otros 20 millones de
víctimas por factores relacionados.
Napoleón creó su propia nobleza basada en el
mérito, reconoció el catolicismo como la religión mayoritaria francesa y
fortaleció la familia patriarcal, ignorando a la mujer. Por razones económicas
y racistas, restableció la esclavitud. En el DNA del culto a la personalidad y
los regímenes totalitarios de Stalin, Hitler y comparsas sonríen cromosomas
napoleónicos. En 1940, ante la tumba de Napoleón, Hitler se quitó la gorra e
inclinó la cabeza con respeto.
El autor es Profesor Asociado de la PUCMM
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