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    jueves, 19 de agosto de 2021

    ¿Dios juega a los dados? (II) Física cuántica y el misterio del universo


    A debate | Paolo Beltrame

     


    ¿Dios juega a los dados? (II)

    Física cuántica y el misterio del universo

     

    Un conocimiento dirigido el horizonte

    El problema de los fundamentos de la mecánica cuántica permanece todavía abierto y entusiasma a físicos y filósofos de la ciencia. Hay muchas publicaciones sobre el tema y varias posiciones que difieren, incluso considerablemente.

     

    En un extremo tenemos el «realismo», defensor del hecho de que cada afirmación sobre el mundo físico tiene un valor objetivo y real. Las cosas están ahí; el problema, en último término, es nuestro, somos nosotros los que no logramos conocerlas de manera completa y exacta; pero los modelos que hemos construido a lo largo de los siglos nos instruyen realmente – de manera más o menos precisa – sobre el mundo tal como es. Lidera esta visión la mecánica clásica y también las concepciones filosóficas que consideran el conocimiento como una «correspondencia entre realidad e intelecto».

     

    En el otro extremo, encontramos el «instrumentalismo» exasperado y a ratos anti-realista. De acuerdo a esta interpretación, las leyes de la física y nuestra descripción del mundo tienen un valor simplemente práctico, es decir, son meros instrumentos útiles para explicar y predecir fenómenos (o más precisamente, su probabilidad de concreción), pero que esencialmente no representan en absoluto la realidad, de la que no se puede decir nada (admitiendo que exista). Esta posición, muy en boga entre los físicos, fue en cierta medida sostenida incluso por la escuela de Copenhague[30].

     

    Aquí, sin embargo, no pretendemos entrar en ese debate. La visión que proponemos es una que podríamos llamar de «conocimiento horizontal» de la mecánica cuántica y de la física en general. «Horizontal» en este caso hace referencia al horizonte, la línea de demarcación entre el cielo y la tierra. Haciendo un breve paréntesis literario, se trata del «seto» y el «horizonte» de Giacomo Leopardi[31].

     

    En El infinito, es el seto lo que impide la visión de cierta parte del horizonte. Para la concepción clásica, este representa lo que somos capaces de ver y los límites de nuestro conocimiento, que es imperfecto en lo que concierne a los datos iniciales y las leyes de la naturaleza, y esta imperfección nos impide ver el horizonte. Este último está ahí, pero nosotros no podemos experimentarlo a causa del seto. La concepción cuántica, en cambio, es capaz de llegar al horizonte mismo, pero es un límite insalvable que encierra todo lo visible. Es un confín natural, inevitable e insuperable, que esconde lo que está más allá. Nuestro afán de conocimiento está encerrado al interior de tal horizonte[32], en tanto la descripción de los fenómenos físicos es exclusivamente probabilística, por la «relación de indeterminación» y por el hecho de que la realidad física cognitiva está constituida solo por elementos «observables» (y no por los «objetos» mismos): los fenómenos, en efecto, existen en la medida en que los podemos observar y entran en relación con el aparato de medición[33].

     

    Estamos conscientes de que no decimos nada nuevo sobre los límites del conocimiento científico. Las disciplinas teológicas y filosóficas consideran el conocimiento científico tan útil como limitado e incompleto. Aquí, no obstante, queremos destacar dos cosas. La primera es que son los mismos científicos del siglo XXI quienes reconocen explícitamente los límites del saber humano. Los físicos de hoy divisan el horizonte e intuyen que este es necesario para la ciencia, así como el horizonte geográfico es indispensable para el Planeta. Este límite es concebido desde adentro – y la misma ciencia así los describe –, y no se impone desde afuera por autoridades de naturaleza política o religiosa, que en ocasiones no entienden las dinámicas de la investigación científica.

    La segunda cuestión consiste en reconocer que el horizonte puede ciertamente moverse, ampliarse, extenderse – y como científicos estamos llamados a hacerlo –, pero la línea de demarcación de nuestro conocimiento es inevitable y constituye el fundamento de nuestro saber. Además, el límite supone la presencia de algo que está más allá del campo visual. Esto no coincide necesariamente con la aceptación de un Dios personal, pero sería bastante injustificado refugiarse obstinadamente en la idea de que más allá «del último horizonte que excluye la mirada» no existe nada.

     

    Como dijimos anteriormente, «los fenómenos existen en la medida en que los podemos observar y entran en relación con el aparato de medición». Esta frase, atribuida a Bohr, es citada por Rovelli[34] en su libro Helgoland. Estamos de acuerdo con esta idea, tanto desde un punto de vista epistemológico (cognitivo) y ontológico (descriptivo de lo real)[35], como desde un punto de vista teológico. La imposibilidad de distinguir el fenómeno de la observación (experimental o matemática) y el hecho de que las propiedades de las partículas se manifiesten solo cuando entran en relación con otras entidades parecen eliminar la existencia de algo que sea objetivo, que sea autónomo e individual. En línea con Leibniz[36], las bases del mundo no están constituidas por mónadas independientes y aisladas, sino por relaciones: la realidad en sí misma es relacional.

     

    La percepción teológica que entrevemos se aleja, sin embargo, de la de Rovelli, que ve la relación como una negación de la metafísica y una puerta abierta a concepciones cercanas a las del pensamiento oriental[37]. Se debe tener presente que el pensamiento teológico cristiano vislumbra en la Trinidad la actuación misma de la relación. La Trinidad es relación en sí misma, relación con el universo, y relación con todos los seres vivos, sensibles o no.

     

    Esta concepción no debe verse en contraposición a la anterior. No lo es, pues «la física instruye, pero no obliga ni aprisiona», por lo que múltiples interpretaciones pueden convivir perfectamente. Además, el misterio de la encarnación nos invita a percibir la presencia del Espíritu en múltiples realidades, invitándonos a ampliar las imágenes de la verdad y a captar sus manifestaciones multiformes, incluso si ostentan posiciones que nos parecen distantes.

     

    La mecánica cuántica abre a una concepción relacional y dinámica de la realidad. El conocimiento serio y atento de la física contemporánea nos invita, de esta forma, a un diálogo teológico todavía más rico y variado del que estamos acostumbrados.

     

    Publicado por  La Civilta Cattolica: 

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