A debate | Paolo Beltrame
¿Dios juega a los dados? (II)
Física cuántica y el misterio del universo
Un
conocimiento dirigido el horizonte
El problema de
los fundamentos de la mecánica cuántica permanece todavía abierto y entusiasma
a físicos y filósofos de la ciencia. Hay muchas publicaciones sobre el tema y
varias posiciones que difieren, incluso considerablemente.
En un extremo
tenemos el «realismo», defensor del hecho de que cada afirmación sobre el mundo
físico tiene un valor objetivo y real. Las cosas están ahí; el problema, en
último término, es nuestro, somos nosotros los que no logramos conocerlas de
manera completa y exacta; pero los modelos que hemos construido a lo largo de
los siglos nos instruyen realmente – de manera más o menos precisa – sobre el
mundo tal como es. Lidera esta visión la mecánica clásica y también las
concepciones filosóficas que consideran el conocimiento como una
«correspondencia entre realidad e intelecto».
En el otro
extremo, encontramos el «instrumentalismo» exasperado y a ratos anti-realista.
De acuerdo a esta interpretación, las leyes de la física y nuestra descripción
del mundo tienen un valor simplemente práctico, es decir, son meros
instrumentos útiles para explicar y predecir fenómenos (o más precisamente, su
probabilidad de concreción), pero que esencialmente no representan en absoluto
la realidad, de la que no se puede decir nada (admitiendo que exista). Esta
posición, muy en boga entre los físicos, fue en cierta medida sostenida incluso
por la escuela de Copenhague[30].
Aquí, sin
embargo, no pretendemos entrar en ese debate. La visión que proponemos es una
que podríamos llamar de «conocimiento horizontal» de la mecánica cuántica y de
la física en general. «Horizontal» en este caso hace referencia al horizonte,
la línea de demarcación entre el cielo y la tierra. Haciendo un breve
paréntesis literario, se trata del «seto» y el «horizonte» de Giacomo Leopardi[31].
En El
infinito, es el seto lo que impide la visión de cierta parte del horizonte.
Para la concepción clásica, este representa lo que somos capaces de ver y los
límites de nuestro conocimiento, que es imperfecto en lo que concierne a los
datos iniciales y las leyes de la naturaleza, y esta imperfección nos impide
ver el horizonte. Este último está ahí, pero nosotros no podemos experimentarlo
a causa del seto. La concepción cuántica, en cambio, es capaz de llegar al
horizonte mismo, pero es un límite insalvable que encierra todo lo visible. Es
un confín natural, inevitable e insuperable, que esconde lo que está más allá.
Nuestro afán de conocimiento está encerrado al interior de tal horizonte[32], en tanto la descripción de los fenómenos físicos
es exclusivamente probabilística, por la «relación de indeterminación» y por el
hecho de que la realidad física cognitiva está constituida solo por elementos
«observables» (y no por los «objetos» mismos): los fenómenos, en efecto,
existen en la medida en que los podemos observar y entran en relación con el
aparato de medición[33].
Estamos
conscientes de que no decimos nada nuevo sobre los límites del conocimiento
científico. Las disciplinas teológicas y filosóficas consideran el conocimiento
científico tan útil como limitado e incompleto. Aquí, no obstante, queremos
destacar dos cosas. La primera es que son los mismos científicos del siglo XXI
quienes reconocen explícitamente los límites del saber humano. Los físicos de
hoy divisan el horizonte e intuyen que este es necesario para la ciencia, así
como el horizonte geográfico es indispensable para el Planeta. Este límite es
concebido desde adentro – y la misma ciencia así los describe –, y no se impone
desde afuera por autoridades de naturaleza política o religiosa, que en
ocasiones no entienden las dinámicas de la investigación científica.
La segunda
cuestión consiste en reconocer que el horizonte puede ciertamente moverse,
ampliarse, extenderse – y como científicos estamos llamados a hacerlo –, pero
la línea de demarcación de nuestro conocimiento es inevitable y constituye el
fundamento de nuestro saber. Además, el límite supone la presencia de algo que
está más allá del campo visual. Esto no coincide necesariamente con la
aceptación de un Dios personal, pero sería bastante injustificado refugiarse
obstinadamente en la idea de que más allá «del último horizonte que excluye la
mirada» no existe nada.
Como dijimos
anteriormente, «los fenómenos existen en la medida en que los podemos observar
y entran en relación con el aparato de medición». Esta frase, atribuida a Bohr,
es citada por Rovelli[34] en su libro Helgoland.
Estamos de acuerdo con esta idea, tanto desde un punto de vista epistemológico
(cognitivo) y ontológico (descriptivo de lo real)[35], como desde un punto de vista teológico. La
imposibilidad de distinguir el fenómeno de la observación (experimental o
matemática) y el hecho de que las propiedades de las partículas se manifiesten
solo cuando entran en relación con otras entidades parecen eliminar la
existencia de algo que sea objetivo, que sea autónomo e individual. En línea
con Leibniz[36], las bases del mundo no están constituidas por
mónadas independientes y aisladas, sino por relaciones: la realidad en sí misma
es relacional.
La percepción
teológica que entrevemos se aleja, sin embargo, de la de Rovelli, que ve la relación
como una negación de la metafísica y una puerta abierta a concepciones cercanas
a las del pensamiento oriental[37]. Se debe tener presente que el pensamiento
teológico cristiano vislumbra en la Trinidad la actuación misma de la relación.
La Trinidad es relación en sí misma, relación con el universo, y relación con
todos los seres vivos, sensibles o no.
Esta
concepción no debe verse en contraposición a la anterior. No lo es, pues «la
física instruye, pero no obliga ni aprisiona», por lo que múltiples
interpretaciones pueden convivir perfectamente. Además, el misterio de la
encarnación nos invita a percibir la presencia del Espíritu en múltiples
realidades, invitándonos a ampliar las imágenes de la verdad y a captar sus
manifestaciones multiformes, incluso si ostentan posiciones que nos parecen
distantes.
La mecánica
cuántica abre a una concepción relacional y dinámica de la realidad. El conocimiento
serio y atento de la física contemporánea nos invita, de esta forma, a un
diálogo teológico todavía más rico y variado del que estamos acostumbrados.
Publicado por La Civilta Cattolica:
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