A Debate | Vincenzo Anselmo/LCC
¿Es
la libertad del hombre una «invención» de la Biblia?
Los
personajes bíblicos, entre drama y tragedia (I)
En 1946 Erich
Auerbach publica su obra más célebre: Mímesis. En el capítulo
titulado «La cicatriz de Ulises», el autor propone un acercamiento original
entre los personajes bíblicos y los del mundo homérico[1]. A partir de
esta intuición se han multiplicado los estudios que han confrontado la
Escritura con la literatura griega, tanto épica como trágica[2].
El héroe, tal
como lo presenta la tragedia griega, es víctima de fuerzas que no puede
controlar ni comprender. La visión trágica lo aísla frente a un mundo
arbitrario y caprichoso.
¿También las
figuras que aparecen en el relato bíblico están determinadas por fuerzas
mayores que ellas? ¿O son realmente libres y capaces de cambiar en la trama
narrativa? Según algunos estudiosos, la narrativa bíblica presenta rasgos
trágicos porque en ella los personajes pueden estar bajo el peso de una
trascendencia no benévola, cuando no incluso hostil y adversa, como el rey
Saúl, oprimido por un mal espíritu proveniente de Dios (cfr 1 Sam 16,14.15.16.23;
18,10; 19,9), o bien pueden resultar víctimas de un destino arbitrario e
injusto, como Jefté, que se verá obligado a sacrificar a su única hija a Dios
(cfr Jue 11,29-40)[3].
¿Son, pues, el
caos, la casualidad y la desventura dimensiones también presentes en la
Escritura? La lucha de los personajes bíblicos contra un destino adverso y
desproporcionado en relación con sus propias fuerzas y culpas ¿hace de ellos,
en su agonismo, personajes trágicos? ¿Es realmente posible proyectar sobre la
narrativa bíblica la dimensión trágica ilustrada en las obras griegas? ¿Cómo
pueden articularse en las Escrituras la libertad humana y la omnipotencia
divina?
Veremos cómo,
justamente en la Biblia, la libertad humana y la intervención divina hallan un
delicado equilibrio narrativo. Leeremos, en particular, el controvertido relato
del voto de Jefté, donde la libertad del hombre está representada en sus
aspectos más dramáticos.
Libertad y
destino en Homero y en la tragedia griega
Las figuras
del mundo homérico y de la tragedia griega están dominadas por la fuerza del
destino. En la Ilíada es el hado el que establece la brevedad
de la vida de Héctor, y ni siquiera los dioses pueden oponerse a ese destino[4]. Incluso
Zeus, aunque a regañadientes, acepta el carácter ineluctable del designio de
las Moiras[5] sobre su
hijo Sarpedón y permite que se dé muerte a Patroclo[6]. El héroe
Aquiles se entera por su madre, la ninfa Tetis, de que «un doble destino [lo]
conduce al término de la muerte»[7]. Si permanece
en el asedio a Troya, tendrá una vida breve y gloria inmortal; por el
contrario, si regresa a casa, tendrá una vida larga, pero sin fama alguna[8].
También en la
tragedia griega —como, por ejemplo, en Edipo rey, de Sófocles— el
aspecto de la fatalidad y del destino adquiere un papel importante. El oráculo
de Delfos había anunciado a Layo, rey de Tebas, que, si fuese a tener un hijo,
este lo mataría y se casaría con su madre. Layo hace todo lo posible por evitar
el cumplimiento de ese sino. Cuando le nace un hijo, lo abandona. Pero el
pequeño Edipo es criado por un pastor y después adoptado por los reyes de
Corinto. Más tarde, el oráculo de Delfos vaticina a Edipo que matará a su padre
y que se casará con su madre. Para evitar que el vaticinio se realice, Edipo se
marcha de Corinto, pero por el camino mata a un hombre, sin saber que era Layo,
su verdadero padre. Llegado a Tebas, Edipo se casa con Yocasta, su madre,
cumpliendo, sin saberlo y sin culpa, el destino que le había sido anunciado y
causando un gran desastre en la ciudad de Tebas. Por tanto, el mal sucede y la
culpa no está ligada a la conciencia y al consenso deliberado. «El hombre [de
la tragedia griega] está ligado a una cadena de acontecimientos, a un conjunto
de hilos que no controla»[9].
Así pues, el
hado se presenta inasible e inexorable, y aplasta al individuo, que se descubre
colaborando en la realización de su propio destino sin darse cuenta de ello[10]. Los
resultados parecen escritos y, así, los personajes de la tragedia parecen
predestinados: su destino está marcado, mientras que el mal que realizan y el
que sufren parecen ineluctables y fatales, más allá de las propias fuerzas y de
la propia comprensión.
En Prometeo
encadenado, Esquilo manifiesta la dramática conciencia de que también el
padre de los dioses es más débil que las Moiras, que tejen el hilo del destino
de cada ser humano, y «ni siquiera Zeus podrá esquivar su hado»[11]. La figura
de Prometeo, que roba el fuego a los dioses para dárselo a los hombres, expresa
una crítica al orden impuesto por la tiranía de Zeus, que pretende que todas
las cosas se dobleguen a su voluntad. Sin embargo, tampoco la voluntad de los
dioses es absoluta, porque parece claramente subordinada al destino[12].
¿También la
Biblia es trágica?
A diferencia
de los personajes de la épica y de la tragedia griega, un aspecto que
caracteriza fuertemente a las figuras bíblicas, más allá de toda
predestinación, es la libertad de cada uno de escoger el bien o el mal, de modo
que cada elección tendrá repercusiones en el desarrollo del relato. Cada
individuo es responsable de sus propias elecciones: bueno o malo, cada uno es
libre, aunque dentro de un plan divino. Libertad humana e iniciativa y
deliberación divinas están presentes en la narración. Los personajes bíblicos a
menudo se ven puestos frente a una elección y no parecen aplastados por un
destino adverso y malévolo. En el relato, cada hijo de Israel tiene delante de
sí la vida y la muerte y la posibilidad de escoger la vida (cfr Dt 30,19).
En numerosos
relatos bíblicos, la causalidad es doble —divina y humana—, de modo que estos
dos elementos se equilibran sin que ello suceda en detrimento de una u otra
dimensión[13]. Así, los
acontecimientos pueden ser al mismo tiempo el resultado de la acción de Dios,
en cuanto Señor de la historia, y de la iniciativa humana.
Desde el punto
de vista narrativo es justamente el dinamismo del suspense o suspenso el que
pone de manifiesto la libertad de elección de los personajes. Tanto para los
personajes como para el lector, el suspense deriva de un conocimiento
incompleto, de una carencia de información que torna incierto el resultado de
un conflicto que se perfila en el futuro narrativo. ¿Qué sucederá cuando Jacob
y Esaú se reencuentren después de tanto tiempo? ¿Persistirá Esaú en su
hostilidad homicida hacia su hermano? Después de haber reconocido a sus
hermanos, ¿cómo se comportará José con ellos, que lo vendieron como esclavo? Una
vez habiendo entrado en la tierra prometida, ¿logrará el pueblo vivir según
la Torá que le fue entregada por el Señor?
En el caso del
relato bíblico, el dinamismo narrativo del suspense tiene ventajas y
desventajas[14]. Por una
parte, y como acabamos de decir, la incerteza sobre el resultado pone de
resalto la libertad de los personajes; por la otra, la desventaja consiste en
dejar que se piense que Dios es impotente en los acontecimientos humanos. En
efecto, el suspense permite que el lector crea que Dios no controla la
historia. Sería como «postular un mundo de laissez-faire divino,
de contingencia natural o, tal vez peor, de contingencia sujeta a la regla del
arte»[15].
Pero la
narrativa bíblica logra equilibrar el suspense con otros signos que manifiestan
que la historia no se le escapa a Dios de las manos. En efecto, encontramos
significativas intervenciones divinas en primera persona o por medio de los
profetas que, ponderando el recurso al suspense, anticipan lo que sucederá en
el plan divino. Por ejemplo:
– el Señor
comunica a Abrahán los principales acontecimientos futuros que tendrán que ver
con sus descendientes (cfr Gén 15,13-16);
– durante la
rebelión de Absalón el Señor determina frustrar los consejos de Ajitófel para favorecer
a David (cfr 2 Sam 17,14).
– en el
santuario de Betel un hombre de Dios preanuncia el futuro nacimiento de Josías,
que acabará con toda práctica idolátrica (cfr 1 Re 13,2).
Frente a estas
anticipaciones, el lector es invitado a centrar su atención en «cómo» tendrá
lugar lo anunciado, en «cómo» se desarrollarán los acontecimientos, más que en
«qué» sucederá. Veremos, pues, cómo hay en el relato un delicado equilibrio
narrativo entre la libertad del hombre y el señorío de Dios en la historia.
El personaje
de Jefté
La historia de
Jefté, con el controvertido episodio del sacrificio de su hija (cfr Jue 10,6–12,7),
puede resultar emblemática para comprender de qué manera la dinámica narrativa
del suspense contribuye a hacer que emerja la libertad de los personajes
bíblicos en los concretos y tortuosos caminos de la historia.
En el libro de
los Jueces, después del relato de la muerte de Josué y del paso a
la generación subsiguiente, se abre una amplia sección en la que se presenta
una serie de acontecimientos que se repiten cíclicamente en diversos relatos
(cfr Jue 2,11-19):
1) Israel
abandona al Señor y sirve a otros dioses;
2) el Señor
entrega su pueblo a sus enemigos, que lo oprimen;
3) el pueblo
en su desgracia clama al Señor;
4) el Señor
hace surgir a un juez, que salva a Israel e instaura un período de paz.
Este esquema
atraviesa gran parte del libro de los Jueces (Jue 3-16). En efecto,
el pueblo abandona a Dios reiteradamente y paga las consecuencias hasta que el
Señor suscita un liberador.
En el relato
de Jue 10,6-12,7, este modelo se resquebraja: Dios no
solamente reprocha con dureza a Israel, como ya lo había hecho, por lo demás,
en Jue 6,8-10, sino que declara también que no intervendrá
para salvarlo. Dice el Señor: «¿Acaso no os salvé de la mano de los egipcios,
de los amonitas, de los filisteos, de los sidonios, de Amalec y Maón, cuando os
oprimieron y me pedisteis auxilio? Sin embargo, vosotros me habéis abandonado
para servir a otros dioses. Por ello, no volveré a salvaros. Id e invocad a los
dioses que os habéis escogido. Que os salven en la hora de vuestra angustia» (Jue 10,11-14)[16].
El lector se queda
sorprendido frente a estas palabras divinas y, sobre todo, frente a la ausencia
de una intervención resolutoria por parte del Señor. La inactividad de Dios
deja el campo a la libertad humana. ¿Qué hará Israel? ¿Cómo reaccionará?
El pueblo toma
la iniciativa: «El pueblo y los príncipes de Galaad se dijeron unos a otros:
“El que emprenda el combate contra los amonitas estará a la cabeza de todos los
habitantes de Galaad”» (Jue 10,18).
El Señor no se
manifiesta sobre esta iniciativa, y que la elección del pueblo recae en
un outsider en busca de rescate: Jefté. Este es un hombre
valeroso, pero, al ser hijo de una prostituta, fue alejado de sus
hermanastros y devino en jefe de una banda de forajidos (cfr Jue 11,1-4):
«Y en cuanto [los amonitas] emprendieron la lucha con Israel, los ancianos de
Galaad fueron a sacar a Jefté de la tierra de Tob. Le dijeron: “Ven. Sé nuestro
caudillo y lucharemos contra los amonitas”» (Jue 11,5-6).
¿Habían
elegido con acierto los ancianos? ¿Será Jefté de verdad el salvador sobre el
cual Dios pondrá su sello? ¿Logrará el pueblo liberarse de los enemigos que lo
amenazan? Jefté, consciente de la difícil tarea que se le encomienda, se confía
a Dios (cfr Jue 11,11). Comienza así una extenuante tratativa
diplomática entre aquel que ha sido designado por el pueblo y el rey de los
amonitas (cfr Jue 11,12-28). En un extenso discurso, Jefté
recapitula la historia relatada en Núm 21,21-32. Desde el
punto de vista narrativo, esta confrontación dilata los tiempos del
enfrentamiento con los amonitas y aumenta el suspense sobre los resultados,
hasta que Dios entra nuevamente en escena.
Publicado por La Civilta Catolica:
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