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    martes, 12 de octubre de 2021

    Fe y obras, obras y fe. Dilema de la salvación.


    Vocacionales | Osiris Núñez, msc

     


    Fe y obras, obras y fe. Dilema de la salvación.

     

    El pasaje de la carta de Santiago 2, 14-26, nos presenta el gran tema de discusión teológica sobre la salvación y el modo en que esta se realiza en la vida del creyente. Normalmente se contraponen la visión de San Pablo, quien sostiene que somos justificados por la fe y la visión de Santiago, quien afirma que la fe sola, no es suficiente. Al momento de acercarnos al tema, debemos ser cuidadosos para no incurrir en errores exegéticos que nos lleven a una interpretación errónea de la Palabra transmitida.

     

    Para demostrar la ineficacia de una fe sin obras, Santiago alega dos argumentos principales. El primero se apoya en una práctica "devocional" judía. Todos los días tenían que recitar la oración "shema", escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, un Dios único (Deut 6,4). Teóricamente esta manifestación confesional bastaba para la salvación. No serían necesarias las buenas obras para salvarse. Pero evidentemente una fe como ésa no podía salvar, no servía para nada. El segundo argumento lo toma Santiago de la historia misma del pueblo de Israel.

     

    En ella tenemos ejemplos múltiples de la necesidad de que la fe sea demostrada por medio de las obras. El ejemplo más elocuente es el de Abraham. Lo que hizo justo a Abraham ante Dios fue su obra. Se alude, naturalmente, al sacrificio de su hijo Isaac o a la disponibilidad total frente a la voluntad de Dios hasta el sacrificio de su hijo (Gen 22,9-12). En aquella ocasión un cordero sustituyó a Isaac en el sacrificio, pero el objeto del mismo no era la propiciación como tal sino una prueba de la obediencia del hombre frente a la voluntad de Dios.

     

    El autor de nuestra carta explota este aspecto del sacrificio de Abraham apoyándose en la interpretación que habían dado los teólogos de la época de lo hecho por Abraham. Fue aquel gesto lo que le hizo justo ante Dios. San Pablo explotaría otro aspecto, el aspecto de la fe, y se apoyaría en la misma Escritura: antes de hablar del sacrificio (Gen 22) ya había hablado el Génesis de la fe de Abraham, que le había hecho justo ante Dios (Gen 15). La relación entre fe y obras. Es la vieja discusión que se apoya en afirmaciones diversas, de Pablo y de Santiago. El hombre se justifica ante Dios por la fe, sin las obras de la ley (Pablo). La fe sin obras no sirve para nada (Santiago).

     

    ¿Quién tiene la razón? Los dos, pero cada uno desde su punto de vista. El punto de vista de Pablo, frente a los judíos más radicales, es que la obra de Cristo es completa, no necesita ser completada por las obras de la ley. Aspecto absolutamente válido. ¿Significaba esto rechazar las obras? En modo alguno. Sólo que Pablo las presenta como fruto de la fe, no como complemento de la misma.

     

    El punto de vista de Santiago es, más bien, de tipo práctico y tiene delante el ambiente al que aludimos más arriba. Y afirma terminantemente que la fe, si no se traduce en obras, es algo muerto. Así es, en efecto. La relación recta con Dios debe ser demostrada con la conducta (una exigencia fundamental, que es también la de Pablo). La simple profesión de fe no es un salvoconducto para la salvación; lo mismo que el simple deseo de que se remedie una necesidad no elimina dicha necesidad. Es el aspecto en el que, muy justificadamente, insiste Santiago. Repetir un credo y no vivir conforme a él es algo grotesco y estéril; equivaldría a pronunciar palabras mágicas ineficaces. Si la fe es verdadera, tiene que llevar necesariamente la autenticidad de las obras.



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