Vocacionales | Osiris Núñez, msc
Fe y obras, obras y fe. Dilema de la
salvación.
El pasaje de la carta de Santiago 2, 14-26, nos presenta el
gran tema de discusión teológica sobre la salvación y el modo en que esta se
realiza en la vida del creyente. Normalmente se contraponen la visión de San
Pablo, quien sostiene que somos justificados por la fe y la visión de Santiago,
quien afirma que la fe sola, no es suficiente. Al momento de acercarnos al
tema, debemos ser cuidadosos para no incurrir en errores exegéticos que nos
lleven a una interpretación errónea de la Palabra transmitida.
Para demostrar la ineficacia de una fe sin obras, Santiago
alega dos argumentos principales. El primero se apoya en una práctica
"devocional" judía. Todos los días tenían que recitar la oración
"shema", escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, un Dios único
(Deut 6,4). Teóricamente esta manifestación confesional bastaba para la
salvación. No serían necesarias las buenas obras para salvarse. Pero
evidentemente una fe como ésa no podía salvar, no servía para nada. El segundo
argumento lo toma Santiago de la historia misma del pueblo de Israel.
En ella tenemos ejemplos múltiples de la necesidad de que la
fe sea demostrada por medio de las obras. El ejemplo más elocuente es el de
Abraham. Lo que hizo justo a Abraham ante Dios fue su obra. Se alude,
naturalmente, al sacrificio de su hijo Isaac o a la disponibilidad total frente
a la voluntad de Dios hasta el sacrificio de su hijo (Gen 22,9-12). En aquella
ocasión un cordero sustituyó a Isaac en el sacrificio, pero el objeto del mismo
no era la propiciación como tal sino una prueba de la obediencia del hombre
frente a la voluntad de Dios.
El autor de nuestra carta explota este aspecto del
sacrificio de Abraham apoyándose en la interpretación que habían dado los
teólogos de la época de lo hecho por Abraham. Fue aquel gesto lo que le hizo
justo ante Dios. San Pablo explotaría otro aspecto, el aspecto de la fe, y se
apoyaría en la misma Escritura: antes de hablar del sacrificio (Gen 22) ya
había hablado el Génesis de la fe de Abraham, que le había hecho justo ante
Dios (Gen 15). La relación entre fe y obras. Es la vieja discusión que se apoya
en afirmaciones diversas, de Pablo y de Santiago. El hombre se justifica ante
Dios por la fe, sin las obras de la ley (Pablo). La fe sin obras no sirve para
nada (Santiago).
¿Quién tiene la razón? Los dos, pero cada uno desde su punto
de vista. El punto de vista de Pablo, frente a los judíos más radicales, es que
la obra de Cristo es completa, no necesita ser completada por las obras de la
ley. Aspecto absolutamente válido. ¿Significaba esto rechazar las obras? En
modo alguno. Sólo que Pablo las presenta como fruto de la fe, no como
complemento de la misma.
El punto de vista de Santiago es, más bien, de tipo práctico
y tiene delante el ambiente al que aludimos más arriba. Y afirma
terminantemente que la fe, si no se traduce en obras, es algo muerto. Así es,
en efecto. La relación recta con Dios debe ser demostrada con la conducta (una
exigencia fundamental, que es también la de Pablo). La simple profesión de fe
no es un salvoconducto para la salvación; lo mismo que el simple deseo de que
se remedie una necesidad no elimina dicha necesidad. Es el aspecto en el que,
muy justificadamente, insiste Santiago. Repetir un credo y no vivir conforme a
él es algo grotesco y estéril; equivaldría a pronunciar palabras mágicas
ineficaces. Si la fe es verdadera, tiene que llevar necesariamente la
autenticidad de las obras.
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