Nuestra Fe | Isabel Gómez Acebo/RD
La anatomía de Dios
Me ha
resultado interesante conocer la existencia de un libro que se publicará el
próximo mes de enero y que tiene un título sugestivo, God, An Anatomy,
escrito por Francesca Stavrakopoulos.
La primera
pregunta que se hace la autora es el motivo que tienen muchos teólogos de negar
la representación pictórica de Dios insistiendo en sus facultades de
invisibilidad, inefabilidad, y calificativos de este orden, cuando los primeros
israelitas lo adoraban como guerrero con grandes armas en sus manos. Su interés
la ha llevado por un camino que refleja todos los aspectos del cuerpo divino de
Yahveh, el Dios que millones de cristianos adoramos en misa todos los domingos
para reconocer que su figura se elevaba frente al resto de divinidades del
sudeste asiático. Podemos mencionar algunos nombres: Baal, Marduk de Babilonia,
Minurta de Mesopotamia, Adad de Asiria y Ra.
Sus comienzos
fueron modestos, un hijo menor de El, a quien usurpó el trono apoyándose en
técnicas tumultuosas, semejantes a las actuales del volcán de la Palma, que
hacían a los seres humanos caer de bruces ante su persona. Desde esta postura,
los hombres lo primero que ven son los enormes pies de Dios que con grandes
zancadas crea en algunos lugares espacios sagrados donde se asienta. Unos pies
que patalean a sus enemigos, como las uvas que se exprimen para obtener su
jugo, para luego descansar sentado en un trono. Su asiento favorito estaba en
el templo de Jerusalén y perduró hasta la caída de la ciudad, conquistada por
los romanos
Yahveh calzaba
sandalias mientras que sus fieles iban descalzos. Llevaba cuernos en su cabeza
y cuando estos pasaron a Moisés, su más fiel seguidor, se reemplazaron por
rayos que emergían de un pelo canoso. A la cabeza y a los pies divinos le
sucedieron los genitales que sirvieron para fructificar y dominar el mundo,
imponer el orden para atacar como un toro y servirse de un arco y unas flechas
contra los enemigos. Las flechas, para la autora, son como el órgano genital
divino, al que se le castró, cuando según Eva engendró a Caín para su sorpresa
y en el libro de Ezequiel, el profeta alude eróticamente a su encuentro con una
Israel niña, desnuda en el desierto
El libro
continúa con la muestra de la espalda de Dios, que como señal de desaprobación
no ofrece su imagen al pueblo elegido. Sólo se puede ver el arco iris y su luz
incandescente que denotan su presencia. Pero el Antiguo Testamento nos ofrece
otras imágenes; sus entrañas que se estremecen ante el dolor que le causa el
ataque de Babilonia a Jerusalén; su mano creadora que trabaja la arcilla hasta
obtener al ser humano con la que también escribe y pelea. Aunque Yahveh también
tiene un estómago exquisito ya que exige la primicia de las cosechas, el recién
nacido de los ganados y de los hombres, y las partes jugosas de los animales,
retirando su protección al pueblo israelita si no le conceden estos beneficios.
Después de
esta dura descripción la llegada de Jesús es un vendaval de aire fresco ya que
su persona es racional y moderna. Pero las conexiones con el Dios del Antiguo
Testamento continúan. La autora ve el lavado de los pies en el Jueves Santo
como un recuerdo de la ausencia de calzado ante la presencia divina y también
el dedo de Jesús escribiendo en la arena, cuando salva a la adúltera, le lleva
a ese mismo dedo que decretó las plagas de Egipto y escribió los 10
mandamientos
El libro puede
resultar extraño, perturbador e incluso jocoso, pues vivimos en un mundo que
alaba a un Dios incorporal (sobre todo los musulmanes) pero sobre nuestras
congregaciones planea la imagen de un Dios padre, con gran barba blanca, vestido
con túnica inmaculada y unos grandes pies calzados con sandalias. Ahora estamos
inmersos en leyes de memoria histórica y no debemos olvidar nuestros orígenes,
por duros que resulten, ya que nos dan la posibilidad de seguir depurando
algunas imágenes que repugnan a nuestras modernas mentes.
Publicado por Religión Digital
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