No es lo mismo ni es igual | Pablo Mella, SJ
La COVID-19 enfrenta la lógica de los Fondos
de Pensiones
Algo inesperado ha sucedido, quizá
dándole la razón a filósofos como Jean-Luc Nancy y Slavoj Zizek: la pandemia de
la COVID-19 parece erosionar todas las instituciones con que contamos hoy día y
pone al descubierto la ideología que las sustenta.
Si algo ha quedado claro en este año y
pico que llevamos de pandemia es la debilidad que tienen Estados, sistemas de
salud, sistemas educativos y espacios públicos para enfrentar los problemas que
afectan a toda la humanidad por igual.
La COVID-19 nos ha puesto además frente
a una paradoja: todos los humanos somos iguales ante los azares de la
Naturaleza; pero somos radicalmente desiguales en el momento de enfrentar esos
azares como individuos. La razón de la desigualdad humana es, pues, esencialmente
de carácter social. Está relacionada con el modo en que nos organizamos
colectivamente los humanos para, supuestamente, mejorar nuestras condiciones de
vida sobre la tierra.
El efecto de la pandemia en los fondos
de pensiones latinoamericanos
La COVID-19 ha provocado que muchos
países latinoamericanos modifiquen sus regímenes de pensiones. Concretamente,
muchos gobiernos de la región han permitido que se retiren anticipadamente los
ahorros hechos por las personas con vistas a su pensión. Es el caso de Chile y
de Perú. En otros países, como Costa Rica, El Salvador y Colombia esta
propuesta está siendo evaluada. El caso de México es diferente, pues ya
permitía los retiros anteriormente. Lo que allí se ha experimentado es un
aumento de los retiros.
El nudo del asunto es el sistema que se
ha impuesto en América Latina siguiendo el modelo neoliberal chileno, conocido
como de «capitalización individual». América Latina es la región del mundo que
más ha seguido este modelo. Comenzó en Chile en 1980, extendiéndose a Perú en
1993, a Colombia en 1994, a Uruguay en 1996, a México y Bolivia en 1997, a El
Salvador en 1998, a Costa Rica y Panamá en 2000 y a República Dominicana en
2003. Argentina, que había adoptado el sistema en 1993, procedió en el año de
2008 a nacionalizar los fondos de pensiones ahorrados privadamente.
Las llamadas administradoras de fondos
de pensiones (AFP) se diseñaron sobre la base de ese sistema de ahorro
individual para el momento del retiro, es decir, para la vejez o para un
momento catastrófico. Este modo de gestionar las pensiones se distingue de otro
llamado «de solidaridad generacional» o «de reparto público», en el que se
supone que los trabajadores activos financian a quienes ya no están en
condiciones de trabajar. El sistema de capitalización parte de la idea
programática de que una vez una persona se retire recibirá una pensión similar
a la del salario que tenía mientras se encontraba activa, gracias a la suma de
un retiro parcial de sus ahorros y de los intereses que su AFP haya gestionado
con esos ahorros a través de los años.
Para generar esos intereses, las AFP
invierten el dinero aportado por los trabajadores en diversos instrumentos
financieros con vistas, teóricamente, a beneficiar a los ahorrantes y ganarse
un monto razonable por el servicio que prestan y el riesgo que corren al hacer
estas inversiones.
Ahora bien, varios países de la región
han optado por autorizar el retiro parcial o incluso total de los fondos
ahorrados para las pensiones con vistas a enfrentar los efectos de la pandemia
de la COVID-19. El primero fue Perú, cuyo congreso permitió por ley el 30 de
abril de 2021 que los afiliados de las AFP pudieran retirar el 25% de sus
fondos. En poco más de tres meses fueron retirados unos 6 mil 700 millones de
dólares (casi 380 mil millones de pesos), equivalentes al 16% de lo que
administraban las AFP peruanas hasta mitad de agosto del año en curso. Están a
la espera otras medidas que permitan más retiros a ahorrantes activos.
México había previsto desde un inicio
la posibilidad de retirar hasta un 11.5% de sus ahorros a las personas que
perdieran su empleo. Bajo este esquema, un millón de personas han retirado en
los primeros 7 meses de este año sumas que ascienden a cerca de 48 millones de
dólares (2,700 millones de pesos dominicanos), para un aumento de 29% con
relación al mismo período en 2019.
En Chile se aprobó el retiro de fondos
de pensiones el 30 de julio de 2021. Hasta la mitad de agosto, en apenas 15
días, el 80% de los afiliados (6.5 millones de personas) se había acogido a la
medida. Las operaciones habían ascendido a 10.7 millones de dólares (607
millones de pesos dominicanos). El promedio fue, pues, 1,300 dólares por
cabeza. Al parecer, la gente sacó dinero para cubrir necesidades perentorias.
En Chile se puede sacar hasta un 10% de lo ahorrado.
Por su parte, los legisladores de
Colombia estudian la posibilidad de retirar igualmente hasta un 10% de los
ahorros para pensiones, equivalentes a 7 mil millones de dólares (397 mil millones
de pesos dominicanos). Medidas similares se están estudiando en El Salvador y
Costa Rica. En República Dominicana, un proyecto de ley reintroducido el 16 de
marzo de este año por el diputado Pedro Botello propone que el retiro sea de un
30%.
Para tomar posición en el debate
Un grupo de organizaciones dominicanas
viene protestando desde hace meses para que se acabe radicalmente con este
sistema de gestión de las pensiones. Han formado la Coalición por una Seguridad
Social Digna. Sencillamente dicen: no más ARS, no más AFPs; en su opinión, solo
debe haber una instancia que gestione las pensiones y esta debe ser estatal,
para garantizar un esquema solidario. Algunos de los participantes en este
movimiento anti AFP llegan a defender que se puede devolver el 100% de lo
ahorrado hasta ahora a quien así lo desee.
Para tomar posición en este debate
conviene recordar los orígenes de las AFP y sus consecuencias en la población. Este
modelo de gestión de fondos de pensiones comenzó a implementarse en el Chile de
los años 80, bajo el gobierno dictatorial y neoliberal de Augusto Pinochet. De
hecho, se atribuye a Chile la puesta en marcha del sistema. Su creador fue José
Piñera, el hermano del actual presidente de ese país, Sebastián Piñera. Pero ha
sido en el mismo Chile que ha comenzado la ola ciudadana que exige que se
elimine de una vez por todas el sistema. Mientras los grandes grupos económicos
y el gobierno de Piñera lo considera todo un éxito, la mayoría de la población
lo considera un fracaso. Ya en 2015 el laureado economista Joseph Stiglitz
advertía que el modelo de AFP no garantizaba pensiones dignas y sumía en la
inseguridad a los afiliados. De hecho, el Estado nuevamente aparece como fuente
de financiación de las AFP en la medida en que garantiza sus inversiones y
cubre sus muchas ineficiencias. El gran ganador de este modelo ha sido el
sector financiero.
Lo aconsejable para el caso dominicano
parece apuntar a lo siguiente. En primer lugar, revisar la ley de tal modo que
se regule estrictamente el modo de operar de las AFP para que se beneficien
sobre todo a sus ahorrantes. Se puede buscar un equilibrio entre una
aseguradora fuerte del Estado y la administración de instancias privadas. De
todos modos, la operación de las administradoras privadas debe restringirse seriamente,
pues no es ético el esquema de ganancias absurdo que están teniendo las AFP
dominicanas. Se estima por encima del 30% histórico los beneficios que se llevan
las AFP, en contra de un 10% que se calcula para los ahorrantes (ver gráfico
elaborado por Procompetencia).
Gracias al lobby, los dueños de las AFP
privadas dominicanas consiguieron torcer la ley para sus bolsillos. En este año
de 2021, las AFP ganan para sí, sin hacer absolutamente nada, el 1.15% de lo
que tienen depositado en sus cuentas por capitalización individual. El artículo
8 de la Ley 13-20 establece en ese porcentaje para este año de 2021 el cobro de
«una comisión por saldo administrado»; el año que pasó, el de la pandemia, la
comisión era de 1.20%; el año que viene, 2022, se reduce a 1.10%, pero el monto
depositado será mucho mayor, por lo que las ganancias serán aún mayores. La
ganancia bruta de este año por este concepto ascenderá, según los cálculos de reconocidos
economistas dominicanos, a unos 8,000 millones de pesos, pues el saldo
depositado en las AFP privadas superará los 800 mil millones de pesos
dominicanos al finalizar el 2021.
Otro punto moral a revisar es el modo
en que se está realizando la inversión de los fondos. El grueso del dinero está
siendo invertido en bonos y títulos del Banco Central y en el Ministerio de
Hacienda (ver cuadro final). Eso significa que el sector financiero dominicano
no solo se beneficia desproporcionadamente del dinero de los trabajadores, sino
también de la generosa política financiera del Estado que procura la
estabilidad macroeconómica. Ciertamente, mucho tiene que cambiar en el sistema
dominicano de pensiones para cumplir con los verdaderos objetivos de una
política de seguridad social que ofrezca una vida digna a la cada vez más
envejecida población dominicana.
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