Testigos de la Fe | María Martínez López
15 de julio: san Buenaventura, el
fraile que recibió el capelo mientras fregaba
Curado por san Francisco, fue su séptimo sucesor y
logró pacificar la orden, sumida en tensiones internas sobre su carisma
Hay razones para considerar a san Buenaventura casi
como un segundo fundador de la Orden de Frailes Menores; una vocación a la que
la providencia pareció llamarle desde pequeño. Nacido como Juan de Fidanza en
Bagnoregio (Toscana, actual Italia), de niño enfermó de tal gravedad que su
padre, médico, lo dio por perdido. «La madre, que había escuchado hablar de san Francisco», canonizado
poco antes, «pidió su intercesión» y su hijo sanó,
relata fray Abel García Cezón, responsable de pastoral juvenil vocacional de la
provincia de los franciscanos conventuales en España. Fue ella quien suscitó su
cambio de nombre al exclamar: «¡Oh, buena ventura!».
Ya de joven, conoció a los franciscanos en París, donde estudió Artes. Decidió unirse a ellos
en 1243, un año después de graduarse. Siguió estudiando allí y luego enseñando,
pero no lo tuvo fácil, como tampoco el dominico Tomás de Aquino.
Los miembros de las recién nacidas órdenes
mendicantes empezaban a llegar a la universidad y se
encontraron «mucha resistencia» por parte
de los «maestros seculares», los clérigos que enseñaban en ella, explica
García. Se miraba con sospecha, no exenta de envidia, el enorme éxito que
tenían entre la gente —y los estudiantes— por su «forma sencilla de predicar» y
el atractivo de su vida pobre. Podía haber además temor a que fueran como otros
grupos de reformadores caídos en la herejía, como los cátaros.
Tal era la hostilidad que el Papa Alejandro IV tuvo que crear una comisión que
acabó ordenando que se les permitiera enseñar. Además, para defender su
presencia, Buenaventura alegó que ellos eran «como la segunda barca que acude
en ayuda de la primera tras la pesca milagrosa», narra García. Este argumento
debilitó las resistencias y «no solo fueron aceptados, sino que se convirtieron
en algunos de sus grandes maestros». Recibió el título de doctor
junto con el Aquinate. Era octubre de 1257.
Bio
- 1218: nace en
Bagnoregio
- 1243: entra en
la Orden de Frailes Menores
- 1257: lo
eligen ministro general y se doctora en París
- 1273: Gregorio
X lo crea cardenal obispo de Albano
- 1274: muere en
el Segundo Concilio de Lyon
- 1482: Sixto IV
lo canoniza
- 1588: proclamado
doctor de la Iglesia
El febrero anterior, Buenaventura se había convertido,
con 36 años, en el séptimo ministro general de los
franciscanos. También ahí vivió tiempos complicados por las
tensiones «entre los frailes más dispuestos a abrirse a las exigencias
pastorales de la Iglesia y quienes hacían una lectura radical» del carisma del
Poverello y apostaban por «una vida más alejada y eremítica», resume García
Cezón. Unos y otros se escudaban en el fundador citando biografías con
interpretaciones «partidistas» que habían surgido. A petición de un capítulo
general, Buenaventura respondió escribiendo «la primera biografía oficial»,
la Leyenda mayor, inspirándose en las anteriores —que
luego se eliminaron— y en el testimonio de quienes lo conocieron, como los
frailes León, Rufino y Ángel. En esta obra entretejió sus propias reflexiones
teológicas. «Está muy presente la imagen de san Francisco como otro Cristo»,
con los estigmas; y como «hombre fiel a la Iglesia, que la renovó con su
santidad». Otro «acierto» del superior fue elaborar las primeras
constituciones, pues la regla de san Francisco «regulaba muy pocas cosas».
Ambas iniciativas lograron «pacificar la orden; al menos un tiempo».
Hombre de confianza del Papa
En 1273, el Papa Gregorio X lo creó cardenal y
lo nombró obispo de Albano. Tuvo que ordenarle aceptar bajo
obediencia, pues ya había rechazado el capelo cardenalicio años atrás. Cuenta
la tradición que cuando esta segunda vez los legados papales llegaron a
entregárselo al convento de Mugello, lo encontraron fregando los platos.
Al año siguiente, el Santo Padre lo convocó al Segundo Concilio de Lyon como uno de sus hombres
de confianza. Celebrado entre mayo y julio de 1274, Buenaventura llegó a la
última sesión «extenuado» tras un largo viaje «directamente desde Constantinopla, donde el Papa le había encomendado procurar
la unidad con los ortodoxos», cuestión que también se iba a abordar
en Lyon. A pesar de lo extremadamente difícil de la tarea, «llevaba el
documento que acreditaba que estaban dispuestos a aceptar» la vuelta a la
comunión con Roma, señala García.
Con esa satisfacción falleció la noche del 14 al 15 de
julio, dos días antes del final del concilio. Sin embargo, poco después la
reconciliación se malogró hasta hoy. «El aprecio que le tenía el Papa era tan
grande que mandó que todos los sacerdotes del mundo celebraran una Misa por él.
Y en el funeral en Lyon el predicador, un dominico, dijo que la Iglesia perdía
una de las columnas que la sostenían», cita García Cezón.
Lo considera «una figura que hay que redescubrir en
nuestros tiempos. Fue un gran buscador de Dios y de la verdad». En sus escritos
presentó la vida como un camino en el que el hombre, movido por el deseo de
infinito, va avanzando hacia la meta: el amor y la comunión con el Señor. «El
tema del estudio hay que entenderlo desde ahí», pues «todo lo que nos lleva a
conocer sin amar es un árbol sin fruto». Fue además «un hombre fiel a la
Iglesia, al servicio primero de sus hermanos» y luego del Papa y toda la catolicidad.
«Y, por último, con los chicos trabajamos mucho cómo teniendo tantos cargos
mantuvo siempre una vida sencilla y pobre en lo esencial».
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