Convivencia | Mauricio López Oropeza/VN
Buscar la voz de Dios en medio de una pandemia
Si algo es evidente e incuestionable para el corazón que se deja tocar, es que esta pandemia por el Covid-19 nos ha hecho conscientes de nuestra fragilidad y de nuestras enormes equivocaciones acerca del modo cómo hemos decidido vivir en sociedad. Nos damos cuenta del fracaso en las relaciones de unos con otros, es decir, en esta pandemia constatamos lo tremendamente ciegos que habÃamos estado… y seguimos estando.
La
predominante ‘cultura del descarte’ que dicta la lógica de la dominación (del
usa y tira) se ha aplicado para todo, incluso para las relaciones humanas,
llevándonos al quebranto existencial, al punto de no retorno en el equilibrio
ecosistémico, a la ruptura de la fraternidad y, para muchas personas, a un
vacÃo espiritual posiblemente irreversible. Hoy es tiempo de asumir lo perdidos
que hemos estado en muchos sentidos sin un sitio de referencia en el cual
vivir. Antes de esta pandemia nos encontrábamos ya de tantas maneras sin
cimientos. Frente a ello, el primer paso es reconocer y asumir esta crisis
y, quizás a partir de esto, podamos comenzar a buscar una nueva luz.
El
ciego Bartimeo
Tengo
la impresión de que la figura del ciego Bartimeo es muy poco
conocida. Es una figura con una aparente presencia fugaz en los relatos del
Evangelio. Sin embargo, por algún motivo incomprensible, ha sido una presencia
determinante en mi vida en los últimos años. Casi podrÃa decir que no puedo
entender mi experiencia de fe y de seguimiento de Jesús sin pasar por y con
este personaje, mirarme desde su testimonio y vida. En estos tiempos de
pandemia, podemos mirar al olvidado Bartimeo para descubrir con él y en él
lecciones profundas que nos ayuden a caminar por esta crisis sin precedentes y
salir adelante, porque: el ciego Bartimeo soy yo, eres tú, somos todos.
El
grito de Bartimeo representa el grito de toda esta generación. Es el grito de
la humanidad toda que gime con dolores de parto ante la incertidumbre de esta
pandemia. Es un llamado exaltado para pedir compasión, empatÃa, y asà acortar
distancias para sabernos genuinamente acompañados en este dolor. Es la
búsqueda de un nuevo modo de relacionarnos, donde predomine el sentido de
misericordia -de tener un corazón capaz de abrazar lo que los otros están
viviendo- . Es con Jesús cómo podemos experimentar la otredad en su
mayor plenitud. En definitiva, Él es la vÃa para poder superar las tantas
fuerzas que reprimen, que silencian, que manipulan para evitar y matar el
encuentro. De Él nos viene la fuerza para gritar más fuerte ante esta
pandemia, para allanar el camino hacia una verdaderamente nueva cultura del
encuentro, para salir de nuestra ceguera y de nuestro auto-abandono.
¿Qué
superflua seguridad, la cual considerábamos esencial, hoy debemos abandonar
siguiendo el ejemplo de Bartimeo al lanzar esa manta, posiblemente su única
pertenencia, para disponernos a lo verdaderamente nuevo? La vida nos da
una oportunidad inédita para repensar nuestro futuro desde los cimientos, del
barro mismo, de nuestro ser. Es momento de reconocer las raÃces genuinas
de nuestra existencia como humanos miembros de este hermoso y claroscuro mundo
e identificar el sentido de nuestras vidas, separándolo de lo efÃmero y
pasajero. El discernimiento será el nuevo modo de vivir y de ser, de lo
contrario, toda esta indeseable pandemia habrá sido en vano. Es tiempo de
caminar dÃa con dÃa con la pregunta ¿qué quiere Dios de mà (de nosotros-as) y
en qué quiere que me (nos) gaste (mos) la vida a partir de ahora a la luz de
esta posible conversión?
Por
tanto, recuperar la vista es recuperar la capacidad de misterio, de alteridad,
de tejer Reino. Cuando Jesús nos pregunta a todos, igual que a Bartimeo: ¿Qué
quieres que haga por ti?, lo que está en juego es el futuro mismo, nuestro
futuro personal y en común. ¿Qué respondemos ante esta pregunta? ¿Somos capaces
de asumir lo que implica poder ver un horizonte más allá de esta crisis? Jesús
nos redime en medio de esta hora de incertidumbre y nos concede una vez más la
posibilidad de emprender rutas inéditas hacia el encuentro con Él. Nos invita a
seguirlo por el camino, aunque parezca de noche, y a pesar de que sintamos el
abrumador cansancio de cargar esta pesada cruz, sabemos que habrá de quedarse
con nosotros y lo reconoceremos al partir el pan de vida, un pan que nos
llevará a superar esta pandemia, y hacia tiempos mejores, hacia un yo y un
nosotros, mejores. Si acaso lo dejamos tocar nuestras vidas.
Vivir
la esperanza
Martin
Buber, filósofo existencial, lanza una interrogante que me parece ineludible en
estos tiempos de pandemia: “Preguntamos sobre la esperanza para este momento.
Con ello, quienes nos interrogamos lo percibimos no sólo como extremadamente
angustiante, sino también como un momento donde no aparecen perspectivas
diferentes, donde el porvenir no se nos presenta como un tiempo de claridad y
de elevación. Y a pesar de eso, precisamente porque buscamos una mejor perspectiva,
hablamos de esperanza”.
Ante
esto: ¿De cuál esperanza damos razón como creyentes en Jesús? Es
imposible no sentirse vulnerable frente a esta situación, sobre todo por la
incertidumbre de su verdadero alcance, por las implicaciones que tendrá para
nuestra vida futura que con certeza experimentará cambios de forma y de fondo
aún en ciernes. Por ello, es imprescindible procurar hacer una lectura de la
realidad desde los ojos de nuestra fe para quienes somos creyentes en Jesús.
Al
respecto, toda mirada sobre esta situación, habitando en las entrañas de la
pandemia, debe ser en clave de esperanza como elemento imprescindible; sin
ingenuidad, es decir, sin miradas idealizadas o alienantes sobre una realidad
inexistente, sostenida en una fe infantil que pone todo en las manos de un Dios
cuasi-mago; o de un Dios que actúa como cruel juez permaneciendo ajeno a
nuestro paso por el valle de la muerte, con una preferencia de unos por encima
de los otros. Por el contrario, hemos de hacer este itinerario con la certeza
de sabernos llamados a ser partÃcipes de este tiempo y esta tierra, dando una
respuesta firme y consistente para la conversión, con la fe que profesamos,
según nuestra realidad y posibilidades particulares y mirando a los ojos a los
hermanos y hermanas, en genuina perspectiva de otredad.
Estamos
llamados a hacernos conscientes de que nuestra actuación será copartÃcipe del
itinerario para salir adelante de esta crisis en clave comunitaria, y desde una
opción ineludible e irrenunciable por los más vulnerados y vulnerables de
nuestra sociedad, los más lastimados por esta pandemia, y que ya eran lacerados
en sus existencias antes de ésta.
Nuestra
esperanza debe estar asociada a la inconformidad y denuncia de las situaciones
de pecado estructural que se hacen más visibles en esta crisis; frente a la
obscena inequidad planetaria, la pobreza y el oportunismo de muchos supuestos
servidores del pueblo en tantos niveles y espacios. La esperanza para estos
tiempos debe estar afianzada en la capacidad de superar la predominante cultura
del descarte, sostenida en una visión individualista para el propio beneficio
utilizando y aplastando a los otros-as. Si hemos de salir de esta
situación, y no nos queda duda alguna de que lo haremos, será juntos-as y
trazando nuevas rutas.
La
promesa de Dios en pandemia
Después
de esta pandemia, habremos de resucitar. En el libro del Génesis, luego de
la tragedia planetaria del gran diluvio, se expresa un signo del anhelo de Dios
para que la humanidad viva una conversión real y profunda. Dios dijo a Noé,
y nos dice contundentemente a todos nosotros-as: “Voy a establecer una alianza
con ustedes, con sus descendientes y con todos los seres vivos que los han
acompañado… con todos los animales que han salido del arca con ustedes y que
ahora pueblan la tierra. Esta es mi alianza con ustedes: ningún ser vivo
volverá a ser exterminado por las aguas del diluvio, ni tendrá lugar otro
diluvio que destruya la tierra” (Gn. 9, 9-11).
Dios
hace esta misma promesa hoy, que será el sustento de todo lo por venir en
nuestra historia como seres humanos, miembros de una casa común, para superar
esta pandemia, y las que estén por venir. Se trata de una alianza sobre la cual
debemos poner toda nuestra fe, esperanzas y acciones, creyendo de verdad en una
posible nueva civilización que emerja de esta crisis. En medio del mundo
actual, donde en buena medida se ha perdido la conexión con el misterio, con
toda la belleza de Dios en cada elemento creado, la experiencia fratricida
sigue marcando muchas de nuestras relaciones. Es inaplazable abrazar esta
promesa de que nunca más a destrucción habrá de ser la medida de nuestras
relaciones con nosotros, con los otros, y con nuestro entorno.
De
este modo, con respecto a la relación con nuestra hermana madre tierra,
Dios mismo hace una promesa bio-céntrica: promete a todos los seres
sobrevivientes del diluvio, hablándoles como sujetos creados, que no habrá otra
desconexión con ellos expresada en la aniquilación de la vida. Esta misma
promesa hoy podemos interpretarla en lo que el Papa Francisco llama la ecologÃa
integral, una categorÃa en comunión con las innumerables expresiones de una fe
cristiana conectada con el cuidado de la vida y de toda vida.
Dios
mismo, en su alianza por la defensa de la vida, rompe con una visión meramente
antropocéntrica. SÃ, el ser humano es su ser amado creado a imagen y semejanza,
pero en esta promesa nos hermana y nos afirma como una parte interconectada con
todos los seres creados y, por tanto, con toda vida en nuestra Casa
Común. Dios sigue diciendo: “Esta es la señal de la alianza que establezco
para siempre con ustedes y todos los seres vivos que los han acompañado: pondré
mi arco en las nubes; esa será la señal de mi alianza con la tierra. Cuando yo
cubra de nubes la tierra y en las nubes aparezca el arco, me acordaré de mi
alianza con ustedes y con todos los vivientes de la tierra (…)” (Gn. 9,
12-15). En tiempos de profunda tempestad como los vividos en esta pandemia,
cabe preguntarse: ¿Somos capaces de encontrar el signo de la promesa de
Dios de que la vida habrá de prevalecer? ¿Creemos en Su promesa?
DifÃcil
ejercicio cuando mujeres y hombres, muchos de ellos inocentes y vulnerables,
mueren por causa de esta enfermedad, al igual que de tantas otras muertes
cotidianas por causas evitables… de las muchÃsimas pandemias preexistentes,
todas ellas unidas por la trama de la inequidad y la injusticia. Complejo
creer en la promesa de Dios, cuando un virus microscópico ha postrado a la
civilización entera, el cual nos ha hecho conscientes de nuestra absoluta
fragilidad y pequeñez. Pero, desde una fe que abraza la pasión y muerte de
Jesús, afirmamos y acogemos esta promesa en la certeza absoluta de Su
Resurrección, que acontece en medio de la vida y supera a la muerte siempre.
Al
igual que Noé, hoy nosotros-as estamos llamados a asumir una opción esencial
por los más vulnerables y por el cuidado de la casa común; debemos plantar
la primera viña que haga florecer la vida en su conjunto tras esta noche oscura
de la pandemia que habrá de pasar, y ello será un acto revolucionario y a
contracorriente en un sistema fratricida. Para ello necesitamos abrazar la
co-existencia y co-dependencia de unos con otros y con nuestra tierra, fuente
de vida, alimento y sustento, erradicando la dominante sociedad del descarte
para dar paso a una vida que asegure el equilibrio, la continuidad, la
reciprocidad entre personas y la tierra, y la solidaridad en las sociedades,
con las futuras generaciones y con nuestro entorno. Apostemos por una
redistribución de los bienes de la creación para que todos y todas, sin dejar a
nadie fuera, podamos tener vida y vida en abundancia (Jn. 10, 10).
Publicado por Vida Nueva
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