Valores | Carlos F. Barberá/A
Hablando de Dios
Temo que en estos tiempos de modernidad
lÃquida (Bauman dixit), la liquidez afecte a las modernas elucubraciones sobre
Dios. Y tengo la impresión de que, por este camino de la fluidez de los
conceptos, Dios se vaya convirtiendo, según la definición de Heckel, en un
mamÃfero gaseoso.
Dios
parece ser una fuerza, un espÃritu que se expande y que se va apoderando de
toda la realidad haciéndola divina. Basta cerrar los ojos en silencio para
descubrirse como un pedazo de hielo en ese mar infinito en el que finalmente
uno se disuelve.
En
la escolástica medieval habÃa una obsesión por la claridad de los conceptos.
Cuando se utilizaba una palabra era preciso conocer exactamente de qué se
hablaba. Hoy se echa mano más bien de imágenes (el mar y las olas, por ejemplo)
que flotan y únicamente sugieren.
Con
este trasfondo, me gustarÃa decir: Dios es el misterio absoluto, del que nada
se puede pensar ni decir. Está más allá de toda palabra o definición. Pero este
Dios ha querido crear un mundo y colocar en él al ser humano. Lo ha hecho asÃ,
ha mirado su obra y ha visto que era buena. Buena pero distinta de Él,
autónoma, profana. El mundo no es divino.
Sin
embargo, Dios quiere participar en él. Sólo puede hacerlo por medio de su
icono, de su “Hijo” que para ello ha de hacerse también profano, hacerse carne.
De este modo en un ser humano –humano, es decir, profano- ha habitado la
plenitud de la divinidad. Sus acciones han sido humanas –relativas,
interpretables- pero quien le ha visto ha visto al Padre (él nos ha enseñado a
llamarlo asÃ)
Cuando
desaparece de este mundo deja tras de sà su EspÃritu. Lo ha derramado en
nuestros corazones, que no por ello dejan de ser humanos y ha sembrado en todas
las cosas un sentido., una apertura a un más allá. No las ha cambiado, la
realidad sigue siendo profana, mutable, investigable. No es divina ni está
llena de dioses, como decÃa Tales de Mileto. “Vestidos los dejó con su
hermosura”, cantó Juan de la Cruz. Pero la hermosura es algo que hay que
descubrir, requiere ojos adiestrados. Por eso el EspÃritu puede abrÃrnoslos
para ver la promesa de trascendencia que habita la realidad sin cambiarla.
Cada
uno de nosotros no es una ola del mar ni un hielo en el océano. Es un individuo
que gestiona su vida por sà mismo. Si puede y quiere (por la fe) alcanza a
verla en su profundidad y esperar un encuentro (encuentro, no disolución)
futuro.
Entretanto,
como decÃa la antigua pelÃcula brasileira, somos pobres y nuestra única palabra
es una palabra de pobres: gracias.
Publicado
por Atrio
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