Generaciones | Pepe Mallo/RD
Soy viejo gracias a la vida
“La
vejez debemos inventarla”
“La juventud
siempre ha sido un escándalo, la madurez un aburrimiento y la vejez una
humillación". (…) Me niego a asumir el destino de los
viejos: dar buenos consejos a falta de poder dar malos ejemplos."
Palabras del insigne filósofo Fernando Savater (El
País, 11-09-2021). ¿Agudezas de veterano filósofo o lindezas
de “viejo” pensador? Prefiero la exhortación de Francisco en
carta a los sacerdotes ancianos y enfermos de Lombardía: "Están
viviendo una estación, la vejez, que no es una enfermedad sino un
privilegio".,
La vejez es
una etapa más en la evolución de la persona. Y no se puede definir por el baremos
"edad". Hay viejos que atesoran más valores, más
vitalidad, inteligencia y creatividad que muchos con menos años que
presumen de inteligentes y lúcidos. Yo ya no cumplo años, los
colecciono. Tengo ya casi todos…, y ninguno repe. De
hecho, hace unos días he incrementado mi colección con uno nuevo que
no tenía. O sea, que soy más viejo que ayer y menos que en lo
sucesivo, circunstancia que motiva mi reflexión de hoy, estimulado por la
reciente conmemoración del Día Internacional de los Mayores.
No soy “un
viejo”. Sí, soy viejo. Me
encuentro en la “flor de la vejez”. Y por ello, doy gracias a la vida
“que me ha dado tanto”, como reza la canción de la desdichada Violeta
Parra. Canción que ha entrado en el corazón de muchos para
quedarse. Lo que la autora describe como don de la vida: ojos y
oídos, sonidos y palabras, pies para la marcha y el camino, corazón
para el amor y hasta la risa y el llanto, resulta ser lo que en la actual
cultura dominante pasa inadvertido, cuando no desdeñado. Violeta
Parra agradece a la vida lo que le ha permitido abrirse al mundo, sentir
al otro, “madre, amigo, hermano”, conocer y vivir el
amor. Todo este sumario es don de la vida desde el
nacimiento, es “la vida misma”, es lo único
que "poseemos" y que esconde un altísimo valor.
Pertenezco a
una generación que lo
ha tenido muy duro para llegar a adulta. No sabría decir si la guerra, las
penurias y el hambre nos impedían madurar entorpeciendo nuestro crecimiento o
nos convertían en adultos prematuros o apócrifos. Pero sí puedo
garantizar que aquel afán de supervivencia nos infundió mayor
coraje, porque, gracias a la vida, teníamos lo
esencial: espíritu de lucha, pasión por la vida, ansias de
vivir. Hoy, también gracias a la vida, algunos de aquellos niños
disfrutamos de colmada y calmada vejez, sin frustraciones ni desencantos, conscientes
de nuestro inquebrantable quebranto, de nuestra frágil salud de hierro y
de nuestras inexorables limitaciones.
El papa
Francisco ha aludido en variadas ocasiones a la cultura del descarte. “Lo que no
sirve se descarta. Los viejos son material
descartable: molestan. “La sociedad es injusta con los
ancianos. Nos movemos en una enquistada marginación social, política
y económica. En el imaginario colectivo, los viejos estamos
etiquetados con términos negativos: clase
pasiva, improductivos, dependientes, enfermos e ignorantes
frente a una cultura donde predominan la economía, la producción y las
nuevas tecnologías. Sólo se nos valora en cuanto consumidores. Para
las políticas públicas asistenciales somos pensionistas. Y como valemos un
voto, intentan ganarnos con la pesadilla de las pensiones. Un amigo
socarrón me sugería que el acrónimo “imserso” significa “inservibles
sociales”.
La pandemia
del coronavirus ha destapado y evidenciado al colectivo más frágil e indefenso y
ha enfatizado las necesidades y vulnerabilidades que sufre. Y no menos ha
acrecentado la conducta discriminatoria, incluso vejatoria, respecto
a los ancianos, no solo a nivel social sino en conductas
individuales. Traigo aquí un ejemplo que ratifica mi
afirmación. Me refiero a un acreditado bloguero de RD, de todos
conocido, nonagenario él, de clarividente lucidez, de ideas
claras y preclaras, denostado por unos fanáticos comentaristas, de
mente demente, que le tachan de “vago, senil, vejestorio
que chochea” y otras groseras lindezas. Mientras alardean de
fervorosos cristianos… ¡De vergüenza!
“La vejez
debemos inventarla”, se ha
dicho. Y en ello estoy. En la antigüedad, la propia sociedad
estaba tutelada por ancianos. Hoy, las experiencias de los viejos no
encajan en los vigentes valores sociales, éticos y religiosos. Nos
asemejamos a los “jarrones chinos” de que hablaba un
expresidente. Escondemos gran valor, pero
no se encuentra un sitio apropiado para nosotros. Considero
que la vejez se presenta como catarsis. Tras haber sido Alguien en la vida
laboral y social, aunque a ese alguien pocos le conocieran, resulta muy
difícil llegar a ser don Nadie. Necesitamos soñar nueva vida
real, creer en nosotros y en nuestros recursos, crear paradigmas y
respuestas nuevos, explotar la creatividad. Más que nunca nuestra
presencia y testimonio son necesarios, aportando el protagonismo que
nos hurta la sociedad. Se trata de ser protagonistas de nuestra propia
vida.
Personalmente
hace tiempo que he desterrado de mi vocabulario la tópica
muletilla “¡Vamos tirando!". He decidido no “tirar”, sino
“reciclar”, reciclarme. La longevidad no consiste solo en vivir
mucho, sino en vivir animosamente cada oportunidad que nos brinda la
vida. Se trata de intentar ralentizar el implacable desgaste
corporal, prolongar nuestro debilitado deterioro mental y cognitivo y
esquivar los dos crueles estigmas de la vejez, la nostalgia y la soledad.
La nostalgia, esa
“pena o tristeza y melancolía por el recuerdo de una dicha
perdida”, nos atasca e inmoviliza. Confisca nuestras facultades
y capacidades, enquistándonos mentalmente en un pasado, ya inoperante
e inútil, que impide la comunicación con el exterior. Enrocarse en
algo dejado atrás que no va a volver. La nostalgia se da en todos
los órdenes de la vida, social, político y religioso. En la
heterogénea sociedad actual aún quedan nostálgicos que
por “montañas nevadas, banderas al viento, van por rutas
imperiales caminando hacia Dios”. Y otros que por “rutas
tridentinas” también se dirigen hacia el Creador. ¿Qué será más
positivo y humano lamentar lo mucho perdido, ya irrecuperable, o
potenciar lo poco favorable que aún nos regala la vida?
No menos cruel
y perversa es la soledad, tan relevante
en los comienzos de la pandemia. Ante el abandono y vulnerabilidad de
tantos ancianos, solo nos queda, en lo negativo, las protestas y
lamentaciones; en lo positivo, la acogida, el
acompañamiento, la empatía y la simpatía. Incluyo en los
“ancianos” a los “presbíteros” jubilados. ¿Se sentirán
acogidos y atendidos por la institución Iglesia a la que han servido
religiosamente durante años? ¿Dónde y cómo acabarán sus días?, ¿en
una residencia sacerdotal, sin más compañía que otros
sacerdotes “solitarios”? Su potencial soledad no será por falta
de compañía sino por ausencia de cariño, especialmente de afectos
familiares debido a su celibato.
En lo que a mí
respecta, doy gracias a la vida, que me ha regalado el compartir mi dilatada
existencia con una formidable mujer, formar una familia y trasmitir a mis
hijos mis convicciones y vivencias, ayudándoles en su desarrollo
personal. Y en esta última etapa, disfrutar jubilosamente de los
nietos que alegran y refrescan los alifafes de la vejez. Y sentir la
cercanía de amigos que me quieren y de gente que me acepta y
aprecia.
¡Gracias a la
vida!
Post scriptum:Tras lo dicho, prometo esforzarme
denodadamente por vivir para siempre… ¡aunque muera en el intento!
Publicado por Religión Digital
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