Espiritualidad
| Cardenal Carlos Aguiar Retes/RD
"Hoy más que ayer,
dados los nuevos y acelerados cambios sociales, necesitamos recordar el
testimonio de María para hacerlos nuestros y renovar nuestra querida
Iglesia"
¿Qué necesitamos para
recorrer este camino? Seguir el ejemplo de Nuestra Madre María
“De ti, Belén
de Éfrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel...
Él se levantará para pastorear a su pueblo con la fuerza y la majestad del
Señor, su Dios. Ellos habitarán tranquilos, porque la grandeza del que ha de
nacer llenará la tierra y él mismo será la paz”.
Esta profecía
del envío de un pastor, que hará presente la fuerza y la majestad de Dios, se
ha cumplido cabalmente en la persona de Jesucristo, incluso superando la
expectativa generada de la llegada del Mesías, ya que Dios mismo en la persona
del Hijo tomó cuerpo en el seno de María; uniendo así la divinidad con la
humanidad, misterio, que sobrepasa la mente humana, pero hecho realidad en
Jesucristo.
Desde este
acontecimiento el autor de la carta a los Hebreos, en la segunda lectura ha
manifestado el cambio radical de la relación del hombre con Dios: “No quisiste
víctimas ni ofrendas; en cambio, me has dado un cuerpo. No te agradan los
holocaustos ni los sacrificios por el pecado; entonces dije – porque a mí se
refiere la Escritura –: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”.
En el Antiguo
Testamento se consideró que el pueblo de Israel debía cumplir las normas y los
ritos establecidos para agradar y obtener de Dios respuesta a sus necesidades
materiales y espirituales, mientras que, a partir de la vida, pasión, muerte y
resurrección, Jesús se ofreció a sí mismo para obtener el perdón de nuestros
pecados, y garantizar con su entrega el camino de la vida y la esperanza de la
eternidad: “Cristo suprime los antiguos sacrificios, para establecer el nuevo.
Y en virtud de esta voluntad, todos quedamos santificados por la ofrenda del
cuerpo de Jesucristo, hecha una vez por todas”.
En la
Celebración de cada Eucaristía se actualiza en beneficio de sus participantes
el perdón y la reconciliación con Dios; y para todos aquellos que presentan en
el ofertorio su ofrenda existencial, sus buenos propósitos, sus obras de
caridad y sus esfuerzos de vivir como buenos discípulos de Cristo, con el pan y
vino que serán consagrados como signo de la presencia de Cristo, reciben el
auxilio del Espíritu Santo, que los fortalece para continuar en el camino de
esta vida de la mano de Dios, Nuestro Padre.
De esta manera
en cada Eucaristía que participamos, no solo encontramos a Jesucristo, sino a
cada una de las tres personas divinas:
1) Al
Padre al descubrir mediante la luz de la Palabra de Dios lo que espera
de nosotros, y luego se prolonga dicho encuentro al cumplir su voluntad.
2) Al
Hijo en el signo sacramental de su cuerpo y de su sangre mediante el
pan y el vino consagrado en su memoria.
3) Al
Espíritu Santo cuando le damos cabida a las inquietudes que se mueven
en nuestro interior y abrimos nuestro corazón a la escucha de la Palabra y a la
respuesta que dentro de nosotros suscita su presencia, y en consecuencia el
Espíritu Santo nos fortalece para llevar a la práctica sus inspiraciones.
¿Qué
necesitamos para recorrer este camino? Seguir el ejemplo de Nuestra Madre
María: Creer lo que celebramos y escuchamos, compartir lo que vivimos con los que
integramos nuestra comunidad sea la familia, sea los amigos y/o los vecinos,
sea con la comunidad de creyentes en la misma fe.
Recordemos el
camino de María: Al anuncio del Arcángel Gabriel que sería la madre del
Salvador, ella respondió: “Yo soy la esclava del Señor; que se cumpla
en mí lo que me has dicho”. Al compartir su experiencia con su prima
Isabel, la confirmó en su fe: “Dichosa tú, que has creído, porque se
cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.
Creer es causa
de alegría, de la dicha de comprobar no solamente la veracidad de lo anunciado
y prometido, sino del gozo que causa vivirlo, y a través de la experiencia
descubrir el amor, de quien nos ha creado y regalado la vida.
María es la
discípula fiel y ejemplar de Jesucristo, fiel porque mantuvo en todo momento su
fe y su confianza en Dios, incluida en la pasión y muerte injusta de su amado
Hijo. La contemplamos dolorosa, pero de pie acompañando hasta el final a su
querido Hijo. Nos muestra así el camino de quien tiene fe y confianza, de quien
se sabe elegida y amada por Dios, su Padre y su Creador.
La visita de
María a su prima Isabel, y sus positivos efectos del encuentro, son una
expresión de la conveniencia y aún más de la necesidad de compartir nuestra
vida interior entre quienes confesamos la misma fe. Así se fortalece el caminar
de los cristianos, y ésta es la razón de integrar y formar parte de un grupo de
meditación y reflexión de la Palabra de Dios.
Esta
experiencia conducirá a los miembros de la comunidad a desarrollar fuertes
lazos de amistad y a reconocerse hermanos solidarios, no solo con los mismos
miembros, sino con los demás que profesamos la misma fe en Jesucristo, dando
por consecuencia el ejercicio habitual de la responsabilidad social.
De la mano de
Nuestra Madre, María de Guadalupe, elevemos nuestra oración a Dios Nuestro
Padre, como lo proclamábamos en el Salmo responsorial: “Escúchanos, Pastor de
Israel; ... manifiéstate; despierta tu poder y ven a salvarnos. Que tu diestra
defienda al que elegiste, al hombre que has fortalecido. Ya no nos alejaremos
de ti; consérvanos la vida y alabaremos tu poder. Señor, muéstranos tu favor y
sálvanos”.
Hoy más que
ayer, dados los nuevos y acelerados cambios sociales, necesitamos recordar el
testimonio de María para hacerlos nuestros y renovar nuestra querida Iglesia; y al imitarla, no
solamente descubriremos la causa de nuestra alegría, y la esperanza fundada de
la vida eterna; sino también daremos testimonio en nuestra sociedad, de que es
posible promover y vivir la fraternidad y la solidaridad como hermanos y
miembros de la familia de Dios, Nuestro Creador y Redentor. En este Adviento
pidámosle a Nuestra Madre, que nos acompañe para seguir su ejemplo.
Señora y Madre
nuestra, María de Guadalupe, en la dramática situación actual, llena de
sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, con plena
confianza, mueve nuestro corazón para promover que cada persona cuente
con la alimentación y los demás recursos que necesita.
Que podamos
sentir ahora más que nunca que todos estamos interconectados y que somos
interdependientes, permítenos escuchar y responder al clamor de la tierra y al
clamor de los pobres. Que todos estos sufrimientos sean los dolores del
nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Madre de Dios
y Madre nuestra, buscamos refugio bajo tu protección. Transforma nuestro miedo
y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos
experimentar una verdadera conversión del corazón.
Nos
encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación
y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe!
Amén.
Publicado por Religión Digital
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