Papa Francisco | Jesús Bastante/RD
Primer
clamor del Papa en Chipre: "No hay ni debe haber muros en la Iglesia
católica, es la convivencia de la diversidad"
"No
hay ni debe haber muros en la Iglesia católica". El Papa quiso dejar clara
su intención de trabajar por romper muros de exclusión, en el interior de la
Iglesia y de cara al exterior, en su primer discurso a su llegada a Chipre. Un
lugar del mundo que, aún hoy, simboliza la separación. Un país partido en dos,
una Iglesia también diversa. Y con necesidad de "paciencia y
fraternidad", las dos claves que, tomando el ejemplo del apóstol Bernabé,
recomendó Bergoglio.
El
primer encuentro oficial del Papa a su llegada a Nicosia (a una hora del
aeropuerto de Lárnaca) fue con los sacerdotes, religiosos y religiosas,
diáconos, catequistas, asociaciones y movimientos eclesiales de Chipre, en la
catedral maronita de Nuestra Señora de las Gracias, a la que llegó en un
pequeño Fiat oscuro.
Antes
que Francisco, tomaron la palabra el patriarca maronita, cardenal Béchara Rai,
y que habló de "la expectativa de una reunificación" entre los dos
pueblos de la isla, dividida desde 1974; y dos religiosas, una franciscana del
Sagrado Corazón, que hizo una encendida crítica de la invasión turca de aquel
año; y la otra de la orden de las josefinas, quien destacó el trabajo de la
Iglesia por los más desfavorecidos, descartados, excluidos.
El
arte de construir puentes
En
su discurso, Bergoglio mostró su alegría por llegar a este país de frontera, al
tiempo que agradeció a la Iglesia chipriota por ser "lugar de encuentro,
diálogo y aprendizaje del arte de construir puentes".
Siguiendo
las huellas del apóstol Bernabé, "hijo de este pueblo, discípulo enamorado
de Jesús, intrépido anunciador del Evangelio que, pasando por las nacientes
comunidades cristianas, veía cómo actuaba la gracia de Dios y se alegraba de
ello", Francisco afirmó llegar con su mismo deseo: "Ver la gracia de
Dios obrando en su Iglesia y en su tierra, alegrándome con ustedes por las
maravillas que el Señor obra y exhortándolos a perseverar siempre, sin
cansarse, sin desanimarse nunca".
"Los
miro y veo la riqueza de su diversidad", apuntó el Papa, quien quiso
saludar a la Iglesia maronita, "que en el curso de los siglos ha llegado
en varias ocasiones a la isla y que, a menudo atravesando muchas pruebas, ha
perseverado en la fe".
"Deseo
de paz" para el Líbano
En este momento, mostró su preocupación "por la crisis" en el Líbano. "Noto el sufrimiento de un pueblo cansado y probado por la violencia y el dolor". "Llevo a mi oración el deseo de paz que sube desde el corazón de ese país. Les agradezco lo que hacen aquí en Chipre", prosiguió, agradeciendo a los maronitas ser como los cedros del Líbano, que "surge desde las raíces y crece lentamente". "Ustedes son estas raíces, trasplantadas en Chipre para difundir la fragancia y la belleza del Evangelio. ¡Gracias!".
Francisco
también saludó a la Iglesia latina, "presente aquí por milenios, que ha
visto crecer en el tiempo, junto a sus hijos, el entusiasmo de la fe y que hoy,
gracias a la presencia de tantos hermanos y hermanas migrantes, se presenta
como un pueblo 'multicolor', un auténtico lugar de encuentro entre etnias y
culturas diferentes".
"Este
rostro de la Iglesia refleja el rol de Chipre en el continente europeo: una
tierra de campos dorados, una isla acariciada por las olas del mar, pero sobre
todo una historia que es cruce de pueblos y mosaico de encuentros", glosó
Bergoglio. "Así es también la Iglesia: católica, es decir, universal,
espacio abierto en el que todos son acogidos y alcanzados por la misericordia
de Dios y su invitación a amar".
"Ninguno
de nosotros estamos llamados al proselitismo, estamos llamados a la
misericordia. Las raíces de nuestra misericordia están en el Señor. Su
misericordia no defrauda. ¿Quién hace la unidad? El Espíritu Santo. El que
quiera entender, que entienda. El Espíritu Santo es el espíritu de la
armonía", improvisó.
"Así
es también la Iglesia: católica, es decir, universal, espacio abierto en el que
todos son acogidos y alcanzados por la misericordia de Dios y su invitación a
amar"
Y
es que, insistió, "no hay ni debe haber muros en la Iglesia católica, es
una casa común, es el lugar de las relaciones, es la convivencia de la diversidad".
Paciencia
para no juzgar
Regresando
a San Bernabé, el Papa quiso retomar dos palabras de su vida y misión. "La
primera palabra es paciencia. Se habla de Bernabé como de un gran hombre de fe
y de equilibrio, que fue elegido por la Iglesia de Jerusalén —se puede decir la
Iglesia madre— como la persona más idónea para visitar una nueva comunidad, la
de Antioquía, que estaba compuesta por diversas personas que se habían
convertido recientemente del paganismo".
De
hecho, fue enviado "casi como un explorador", encontrándose
"personas que provenían de otro mundo, de otra cultura y sensibilidad
religiosa", con "una fe llena de entusiasmo, pero todavía
frágil". La actitud de Bernabé fue "de gran paciencia", de
"entrar en la vida de personas hasta ese momento desconocidas, la
paciencia de acoger la novedad sin juzgarla apresuradamente, la paciencia del
discernimiento, que sabe captar los signos de la obra de Dios en todas partes,
la paciencia de “estudiar” otras culturas y tradiciones". En una palabra,
"la paciencia del acompañamiento".
"[Bernabé]
no sofocó la fe frágil de los recién llegados con actitudes estrictas,
inflexibles, o con requerimientos demasiado exigentes en cuanto a la observancia
de los preceptos. Los acompañaba, los tomaba de la mano, dialogaba con
ellos". Eso también ha de suceder hoy.
"Queridos
hermanos y hermanas, necesitamos una Iglesia paciente", proclamó el Papa.
"Una Iglesia que no se deja turbar y desconcertar por los cambios, sino
que acoge serenamente la novedad y discierne las situaciones a la luz del
Evangelio", como el drama de la migración, que precisa "cultivar una
mirada paciente y atenta, a ser signos visibles y creíbles de la paciencia de
Dios que nunca deja a nadie fuera de casa, privado de su tierno abrazo".
"La
Iglesia en Chipre tiene estos brazos abiertos: acoge, integra y acompaña. Es un
mensaje importante también para la Iglesia en toda Europa, marcada por la
crisis de fe. No sirve ser impulsivos y agresivos, nostálgicos o quejumbrosos,
es mejor seguir adelante leyendo los signos de los tiempos y también los signos
de la crisis", recalcó Bergoglio, que prosiguió.
"Es
necesario volver a comenzar y anunciar el Evangelio con paciencia, sobre todo a
las nuevas generaciones"
"Es
necesario volver a comenzar y anunciar el Evangelio con paciencia, sobre todo a
las nuevas generaciones", dijo, dirigiéndose a los obispos: "Sean
pastores pacientes en la cercanía, no se cansen nunca de buscar a Dios en la
oración; a los sacerdotes, en el encuentro; a los hermanos de otras confesiones
cristianas, con respeto y solicitud; y a los fieles, allí donde viven".
A
los sacerdotes, les pidió ser "pacientes con los fieles, siempre
dispuestos a animarlos, ministros incansables del perdón y de la misericordia
de Dios. Nunca jueces severos, siempre padres amorosos" porque "la
obra que el Señor realiza en la vida de cada persona es una historia sagrada,
dejémonos apasionar por ella".
"Tomar
consigo" al otro
"En
la multiforme variedad de su pueblo, paciencia significa también tener oídos y
corazón para acoger sensibilidades espirituales diferentes, modos de expresar
la fe distintos y culturas diversas. La Iglesia no quiere uniformar, sino
integrar con paciencia. Es lo que deseamos hacer con la gracia de Dios en el
itinerario sinodal: la oración paciente, la escucha paciente de una Iglesia
dócil a Dios y abierta al hombre", culminó.
La
segunda palabra tiene que ver con el encuentro de Bernabé con Pablo de Tarso.
"Bernabé lo tomó consigo, lo presentó a la comunidad, contó lo que le
había sucedido y respondió por él". Ese 'tomar consigo', "es una
actitud de amistad y de compartir la vida". "Significa hacerse cargo
de la historia del otro, darse tiempo para conocerlo sin etiquetarlo, cargarlo
sobre los hombros cuando está cansado o herido, como hace el buen samaritano.
Esto se llama fraternidad, y es la segunda palabra".
"Bernabé
y Pablo, como hermanos, viajaron juntos para anunciar el Evangelio, aun en
medio de persecuciones", recordó, apuntando que "la Palabra de Dios
corría y crecía no sólo por sus cualidades humanas, sino sobre todo porque eran
hermanos en el nombre de Dios y esta fraternidad entre ellos hacía resplandecer
el mandamiento del amor".
Pese
a todo, "tuvieron un fuerte desacuerdo y sus caminos se separaron",
admitió. Porque "también entre los hermanos se discute, a veces hay
disputas. Pero Pablo y Bernabé no se separaron por motivos personales, sino que
estaban discutiendo acerca de su ministerio, sobre cómo llevar adelante la
misión, y tenían visiones diferentes". Y, con el tiempo, volvieron a
mantener relación.
"Cuando
hay una paz rigorista, no es de Dios. Yo sospecho de aquellos que no discuten
nunca, algo esconden, siempre", volvió a improvisar.
Se
discute, pero seguimos siendo hermanos
"Esta
es la fraternidad en la Iglesia, se puede discutir sobre visiones,
sensibilidades e ideas diferentes. Y decirse las cosas en la cara con
sinceridad en ciertos casos ayuda, es ocasión de crecimiento y de cambio. Pero
recordemos siempre que no se discute para hacerse la guerra, para imponerse,
sino para expresar y vivir la vitalidad del Espíritu, que es amor y comunión.
Se discute, pero seguimos siendo hermanos", culminó. "La discusión de
una madre, la Madre Iglesia, en la que sus hijos también discuten".
"Queridos
hermanos y hermanas, necesitamos una Iglesia fraterna que sea instrumento de fraternidad
para el mundo", explicó el Santo Padre, poniendo al mundo el ejemplo
chipriota. "Aquí en Chipre existen muchas sensibilidades espirituales y
eclesiales, varias historias de procedencia, ritos y tradiciones diferentes;
pero no debemos sentir la diversidad como una amenaza contra la identidad, ni
debemos recelar y preocuparnos de los respectivos espacios".
"Si
caemos en esta tentación crece el miedo, el miedo genera desconfianza, la
desconfianza conduce a la sospecha y, antes o después, lleva a la guerra"
"Si
caemos en esta tentación crece el miedo, el miedo genera desconfianza, la
desconfianza conduce a la sospecha y, antes o después, lleva a la guerra",
advirtió. "Somos hermanos amados por un único Padre. Ustedes están
inmersos en el Mediterráneo, un mar con diferentes historias, un mar que ha
mecido numerosas civilizaciones, un mar del que todavía hoy desembarcan
personas, pueblos y culturas de todas partes del mundo".
"Con
su fraternidad pueden recordar a todos, a toda Europa, que para construir un
futuro digno del hombre es necesario trabajar juntos, superar las divisiones,
derribar los muros y cultivar el sueño de la unidad. Necesitamos acogernos e
integrarnos, caminar juntos, ser todos hermanos y hermanas", finalizó,
deseando a los católicos "que sean siempre una Iglesia paciente, que
discierne, acompaña e integra; y una Iglesia fraterna, que hace espacio al
otro, que discute, pero permanece unida".
Publicado
por Religión Digital
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