Cultura y Vida | RE
Una crítica a… El juego del
calamar: De los hombres y de Dios
(Advertencia:
esta crítica desvela elementos claves de la trama)
Vaya por
delante que es violenta, muy violenta. De una violencia explícita innecesaria.
Pero quede claro también que El juego del calamar, la exitosa serie
coreana que arrasa entre los jóvenes en Netflix, es algo más que una ficción
que busca hacer una crítica del «capitalismo moderno», como asegura su creador,
Hwang Dong-hyuk. La trama tiene también mensaje, y guiños religiosos
inequívocos.
El argumento
es bien sencillo. Un grupo de hombres y mujeres fracasados, desesperados y
acuciados por las deudas, son invitados a participar en una serie de juegos de
infancia en las que el vencedor —una única persona entre 456 participantes— se
lleva un premio extraordinario: el equivalente a 33 millones de euros. El
problema es que a medida que los «concursantes» pierden, son asesinados sin
miramiento por los misteriosos organizadores de la competición. Es decir, se
juega a vida o muerte, se lucha por sobrevivir. Una metáfora de la vida, nos
viene a decir el director, que ha confesado que se le ocurrió la idea tras
«tocar fondo» él mismo en la crisis financiera de 2008.
Este
planteamiento hace que cada concursante, que participa en el juego libre y
voluntariamente, se comporte según su naturaleza, manifestándose de este modo
las mil y una caras del ser humano, capaz tanto de grandes gestos de altruismo
y generosidad como de las mayores abominaciones y vilezas.
Luego está el
universo religioso y existencialista. No es casualidad que el anciano que se
desvela como el organizador de ese mundo cruel y sufriente al que son llevados
los hombres (¿un trasunto del Creador?) lleve el número 1, como tampoco lo es
que el protagonista, el concursante vencedor, luzca el último dorsal y pase
(casi siempre) haciendo el bien. Asimismo, el hecho de que el anciano convoque
a su protegido al «nuevo juego» en la noche del 24 de diciembre, justo cuando
está a punto de nacer Dios en la persona del Hijo, es cualquier cosa menos una
coincidencia. El final, bellísimo, y aderezado por el compromiso redentor del
protagonista, es todo un canto a la esperanza en el ser humano.
El juego del
calamar genera muchas preguntas. He aquí dos. Si todos nos identificamos con el
protagonista, ¿por qué en el juego real de la vida solo unos pocos dan la talla
y se preocupan, como nuestro héroe, por los demás, sacrificando su propio
bienestar? Y segunda, y quizá más importante: ¿Quiénes son en la vida real esos
VIPS enmascarados que, aburridos en sus tronos cual dioses griegos en el monte
Olimpo, se divierten apostando a costa del sufrimiento y el enfrentamiento
entre los pobres y desesperados del mundo? Una escena esta, por cierto,
claramente deudora del Espartaco de Kubrick, si bien aquí nuestro protagonista,
y a diferencia del esclavo tracio que se alza en armas contra Roma, acepta su
destino sin rebelarse.
Último apunte.
Tampoco es casualidad que esta cinta u otras como la oscarizada Parásitos nos
lleguen de Corea del Sur, un país con un rostro capitalista cada vez más
inhumano y salvaje en el que quienes no alcanzan las expectativas de éxito
parecen no tener cabida en la sociedad. Buena prueba de ello es su elevadísima
tasa de suicidios: una media de 38 personas diarias (2019), tres veces más que
la media mundial. En la «Corea buena» por cada persona que es asesinada, 44 se
quitan la vida ellas mismas. Son las víctimas del sistema, abocadas al abismo
como los personajes de la serie.
Publicado
por Revista Ecclesia
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...