Nuestra Fe | Pepe Mallo
¿Era
sacerdote Jesús?
Festividad de
san José, Día del Seminario. Lema de este año: “Sacerdotes al servicio de
una Iglesia en camino”. Noticia relacionada con el evento: “El número de
seminaristas se desploma en dos décadas. De hecho, la cifra es la más baja de
la serie histórica de la CEE.”
Llama la
atención la crisis vocacional que está viviendo la Iglesia. Porque no solo
hay que lamentar la escasez de aspirantes, sino también las defecciones de
sacerdotes que se ven obligados a renunciar a su ministerio por imposición del
celibato. Yo me pregunto qué estará ocurriendo si la vocación es, según
doctrina, una “llamada de Dios”. ¿Por qué Dios no llama más? Visto así, da la
impresión de que Dios ha perdido el poder de convocatoria, a pesar de su
omnipotencia. ¿O es que Dios llama y son muy pocos los que le hacen caso?
Pienso que el problema no hay que ponerlo en Dios, sino en la Institución. ¿No
será que son los “comerciales del culto”, y no Dios, quienes realizan la labor
de reclutamiento (campaña vocacional), y son ellos mismos quienes controlan el
“casting” y resuelven infaliblemente quién es realmente llamado por Dios y
quién no?
Del 17 al 19
de febrero pasados, se celebró en el Vaticano el Simposio “Hacia una teología
fundamental del Sacerdocio”, durante el cual se profundizó “sobre el horizonte
global del Sacerdocio de Cristo”. Me sorprende el lema de tal simposio. ¿Qué se
entiende por “teología fundamental”? “Hacer teología” significa “interpretar”
los textos sagrados. Pero, claro, depende de qué teólogos realicen esa
interpretación. No es un secreto que determinados teólogos de prestigio han
sido perseguidos, silenciados e inhabilitados. Leídas algunas ponencias, se
percibe que la susodicha profundización resulta ser “más de lo mismo”. Se
pretende progresar a través de argumentos de una teología retrógrada.
El cardenal
Marc Ouellet, en la
presentación del simposio, alude a la sinodalidad como “tema central, cuya
originalidad consistirá en establecer una relación fundamental entre el
sacerdocio de los bautizados, que el Concilio Vaticano II ha potenciado, y el
sacerdocio de los ministros, obispos y sacerdotes, que la Iglesia católica
siempre ha afirmado y precisado. En esta búsqueda de la conversión sinodal, hay
cabida para un vasto esfuerzo teológico que debería ofrecer una visión
renovada, un sentido de lo esencial, una manera de valorar todas las vocaciones
respetando lo que es específico de cada una.” Está claro. Se intenta
“profundizar en”, no “renovar” la teología del sacerdocio. Vano esfuerzo.
¿Por qué será
que el término vocación se ha atribuido durante tantos siglos exclusivamente a la vida
sacerdotal o religiosa? Se afirma sin reparos que “el sacerdocio no es una
profesión, es una vocación”. Y digo yo, la vocación de médico, la vocación de
músico, de investigador, de artista, y más etcéteras ¿son profesiones y no
vocaciones? Sutilezas de la teología. ¿No será que la vocación sacerdotal es de
hecho una profesión?
Se menciona el
clericalismo como “un peligro tanto para los sacerdotes como para los
fieles”. Sospecho que habrá clericalismo mientras exista el “clero”; y habrá
clero mientras se considere a ciertos bautizados como personas sagradas, “alter
Christus”, elegidos y preferidos de Dios, o sea, sacerdotes. Solo se extinguirá
el clericalismo cuando desaparezca la “elección sagrada”, la ordenación “in
sacris”, y demos paso a los “ministerios” de la comunidad sin desigualdades ni
prerrogativas. Un simposio sobre el sacerdocio deberá necesariamente abordar el
sacerdocio común, el bautismo, y llegar, más allá del discurso, a sólidas
conclusiones tangibles, no a palabras enfáticas y retóricas. En el proceso
sinodal, los obispos latinoamericanos definen el clericalismo como "el
modelo de una Iglesia piramidal y jerárquica, que no reconoce la riqueza de la
diversidad de ministerios y carismas, impide un modelo comunitario de animación
y deja a muchos miembros que apoyan la misión fuera de los roles y servicios,
excluyendo especialmente a las mujeres".
En la Iglesia,
a los sacerdotes se les considera, teológicamente, “otros Cristos”. Pero, ¿de
verdad Jesús era sacerdote? Ni en los Evangelios ni en los Hechos de los
Apóstoles jamás aparece semejante afirmación. Los únicos sacerdotes que se
mencionan son los del templo de Jerusalén. De Jesús nunca se afirma que
oficiara ceremonias religiosas en el templo. Jamás nadie durante su vida lo
reconoció como sacerdote ni le descubrió vinculación alguna con los ministros
del templo. Y esto por la sencilla razón de que para ser sacerdote había que
pertenecer a la tribu de Leví, y Jesús pertenecía a la tribu de Judá. Por lo
tanto, nunca podría haber sido aceptado como sacerdote. Para su pueblo, Jesús
era un laico. Por eso los apóstoles nunca predicaron sobre el sacerdocio de
Cristo.
El sacerdocio
judío provocaba una
notoria división con el resto de la gente: Pertenecían a una casta social
selecta, exclusiva, la tribu de Leví. Solo ellos podían ser sacerdotes.
Mediante rituales minuciosos, vestidos especiales y atavíos ornamentales,
recibían una consagración especial de Dios, de la que el resto de la gente no
podía beneficiarse. ¿No sucede lo mismo en el “sacerdocio” cristiano?
Hay un solo
libro en todo el Nuevo Testamento que afirma que Jesucristo era sacerdote, la
Carta a los Hebreos. Y solo a él se le atribuye esta prerrogativa. El contenido
de esta carta aclara que, tras su resurrección, Jesús se convirtió en sacerdote
y proclamó un “nuevo sacerdocio” superior al de los judíos, no excluyente, y
del que hace partícipe a todo el “nuevo pueblo de Dios” (pueblo sacerdotal). La
misión de este nuevo sacerdocio ya no es encerrarse en ningún templo en
determinadas fiestas, vestir de ornamentos “sagrados” y suntuosos, y practicar
ciertos ritos, sino transformar la historia de todos los días, con sus alegrías
y sus dolores, sus gozos y sus tragedias, sus proyectos y desvelos. Inyectar en
el mundo una nueva vida, hecha de fraternidad, igualdad, solidaridad y amor. De
esta manera, la “teología fundamental” del sacerdocio se centrará en el hecho
de que todos estamos llamados a manifestar la presencia de Dios en la tierra, a
ser sacerdotes. El camino sinodal apunta precisamente a esta responsabilidad
común de todo el pueblo en torno a Cristo.
Urge un modelo
de Iglesia más
abierto, transparente, corresponsable. Una Iglesia sinodal, igualitaria,
participativa y misionera. Se hace necesario abolir la organización piramidal y
jerarquizada. Instaurar una Iglesia donde no tenga cabida la “casta
sacerdotal”, sino el “linaje elegido de un pueblo de sacerdotes” (1Ped. 2,9).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...