Reflexión | Miguel A. Munárriz/FA
Nadie está libre de pecado…
Jn
8, 1-11
«Tampoco
yo te condeno. Anda y, en adelante, no peques más»
Jesús
está sentado en una grada de la escalinata del pórtico de Salomón enseñando su
doctrina a los judíos. Un grupo numeroso de ellos le escucha fascinado, pues
jamás hombre alguno les había hablado como éste. De pronto, aparece en escena
un grupo de escribas, fariseos y guardias del templo que no tarda en abrir un
claro circular entre el gentío. Acto seguido, arrojan en medio a una mujer
aterrada que no osa levantarse y ni siquiera alzar la vista.
Jesús
detiene su enseñanza y un silencio sepulcral se apodera del recinto: «Moisés
nos manda lapidar a estas mujeres… ¿Tú qué dices?»...
La
puesta en escena es soberbia, y la trampa mortal. Ya no se trata de una
discusión rabínica para demostrar al pueblo que aquel impostor no es tan listo
como parece, sino que le han puesto frente a una situación dramática de la que
depende la vida de una persona.
Jesús
queda desconcertado y busca desesperadamente en su mente una respuesta que
salve a la mujer. Condenarla supone que toda su doctrina del perdón, de Dios
Abbá, es simple teoría; que suena muy bien a los oídos de la gente, pero no es
posible llevarla a la práctica. Perdonarla supone quebrantar explícitamente la
Ley de Moisés, autorizar el pecado y dar carta de naturaleza a la
desobediencia. No es fácil salir de ese callejón sin aparente salida, y Jesús
se toma su tiempo enredando en el suelo con una rama.
«El
que esté libre de pecado que tire la primera piedra».
La
gente queda atónita porque nunca antes han visto a nadie jugarse la vida por
salvar la de una mujer pecadora. Saben que llamar pecadores en público a los
santos y los sabios de Israel es una temeridad inconcebible que jamás le van a
perdonar (y que no le perdonaron), pero sus palabras tienen el efecto de
cambiar radicalmente el signo de la situación. Es probable que algunos fariseos
sintiesen la tentación de proclamarse justos y perpetrar allí mismo la
lapidación, pero la personalidad de Jesús se impuso finalmente a su orgullo.
«Tampoco
yo te condeno. Anda y no peques más».
Permítanme
unos comentarios en torno a estos hechos.
El
primero, que Jesús pudo haber salido indemne de aquel atolladero aduciendo que
él no era juez para juzgar a nadie, pero de haberlo hecho hubieran matado a la
mujer y su principal preocupación era evitarlo. El segundo, la diferencia
radical entre la religiosidad de Jesús y la de escribas y fariseos. Para estos
últimos lo importante es el cumplimiento de la Ley, y para Jesús lo importante
son las personas. Si la Ley no sirve para salvar, no sirve para nada. Como ya
les había dicho, «no se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para el
hombre».
El tercero, que Dios no es el que nos juzga por nuestros pecados, sino el que nos ayuda a salir de la esclavitud del pecado; es nuestro aliado contra el mal. El cuarto lo tomamos de labios de Ruiz de Galarreta: «En este mundo no hay justos y pecadores, sino solo pecadores necesitados de Dios y amados por Él».
Publicado
por Feadulta.com
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