Para Vivir Mejor | Sergio Centofanti/VN
¡Queremos la paz!
La
invasión rusa está llevando el dolor y la devastación a Ucrania y amenaza con
extenderse. Otras guerras siguen cobrándose víctimas en Siria, Yemen, Etiopía y
otras tierras. Siempre son los más indefensos, especialmente los niños, los que
pagan el precio. La gente sencilla quiere la paz
Hoy,
más que nunca, soñamos con la profecía de Isaías: "Forjarán de sus espadas
azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación,
ni se ejercitarán más en la guerra" (Is 2,4).
Durante
demasiado tiempo, aquí en Europa, hemos dado por descontada la paz. La guerra
era cosa de otros, de pueblos lejanos, podíamos olvidarnos de esas guerras,
involucrados sólo por los gritos de los fugitivos en busca de una nueva
esperanza, tal vez insensibles al dolor de esas personas. Esas guerras siguen
ahí: Siria, Yemen, Etiopía y muchas otras. La gente sigue huyendo, tratando
sólo de vivir.
La
vida a veces cambia de repente. La noche anterior al ataque ruso, había
multitudes en las calles y restaurantes de las ciudades ucranianas. La gente
intentaba no pensar en las tropas de Moscú que se concentraban en la frontera.
Nadie imaginaba que el drama llegaría en pocas horas. Por la tarde había paz,
por la noche ya había guerra. Por la noche del brazo con el amado o la amada,
al día siguiente con el fusil. Una joven pareja se casó inmediatamente después
de la invasión y se alistó para defender su patria. Muchos niños fueron sacados
del país, muchos otros siguen bajo las bombas. Una nueva matanza de inocentes.
Nos
hemos acostumbrado demasiado a la paz. Todos los días nos quejamos de muchas
cosas. Pero cuando de repente estalla la guerra, vemos claramente lo que es
esencial. La paz es esencial. Un salmo nos recuerda: "que no haya brechas
ni aberturas en los muros ni gritos de angustia en nuestras plazas. Feliz el
pueblo que tiene todo esto" (Salmo 144). Ahora hay combates en Europa. Y
tenemos miedo, angustia. Tal vez sea una guerra lejana para otros. Para los
ucranianos está en su tierra, que alguien quiere robar. Para los demás europeos
está cerca. Existe la pesadilla de una guerra nuclear. Un misil podría alcanzar
una central atómica. En medio de esta angustia hay mucha solidaridad con los
agredidos. La lectura de la oración de la mañana de hoy dice: "socorran al
oprimido" (Is 1,17). ¿Qué podemos hacer para ayudar?
¡Queremos
la paz! No queremos la guerra del poderoso de turno que pretende aumentar su
poder sobre la sangre de los demás: incluso la de sus propios hijos, que son
utilizados y engañados y enviados a matar y morir. ¿Cómo podemos detener esta
locura? Algunos recurren a las sanciones, otros a las armas, otros a la
diplomacia. ¿Qué puede hacer la gente sencilla? Ayudar, solidarizarse con el
pueblo ucraniano y rezar por la paz.
Hoy
más que nunca, soñamos con otra profecía, cuando los enemigos por fin vivirán
juntos en paz: "Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se
echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño
pequeño los conducirá" (Is 11,6). Señor, ¡danos la paz!
Publicado
por Vatican News
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