Espiritualidad | Miguel A. Munárriz/FA
Al final, el triunfo de Dios
Juan
14, 23-29
«El
Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará
todo y os recordará todo lo que yo os he dicho»
El
libro del Éxodo es el punto culminante de la epopeya de Israel, pero es también
una excelente metáfora del transcurrir de nuestra vida: “Desde la cómoda
esclavitud de las pasiones, a través del desierto de la vida, acompañados por
el Espíritu, hasta la casa del Padre”.
El
pueblo de Israel se sintió acompañado del espíritu de Dios —el Ángel de Yahvé—
hasta que se vio a salvo al otro lado del mar de las Cañas, pero cuando tuvo
que enfrentarse a los rigores del desierto y vio pasar el tiempo sin llegar a
la Patria prometida, se impacientó, se sintió abandonado y se rebeló contra
Dios.
Quizá
las comunidades cristianas de finales del siglo primero sintieron una sensación
parecida, y de ahí que Juan escribiese el Apocalipsis para atajar la creciente
desesperanza del pueblo. Habían empezado su andadura con el espíritu de Jesús a
flor de piel, se habían enfrentado a enormes dificultades y lo habían soportado
todo gracias a su fe en la inminente venida del Señor… pero pasaba el tiempo y
el Señor no terminaba de llegar.
Nosotros
corremos el mismo riesgo que los Israelitas del desierto y los primeros
cristianos. Vemos pasar generación tras generación sin que se vislumbre
siquiera el fin de las guerras, del dolor, del sufrimiento, de la injusticia,
de la opresión… y nos preguntamos: ¿Dónde está la acción del Espíritu?...
¿Dónde está su luz para no errar el camino, y su fuerza para no desfallecer en
nuestro peregrinar hacia ese mundo humanizado, civilizado, justo, libre y
honesto que se supone nuestro destino?
Y
nos impacientamos, y nos agobiamos porque sabemos que con nuestras fuerzas
nunca llegaremos, y dudamos de que el espíritu de Dios esté acompañando a la
humanidad, y nos preguntamos si no estaremos asistiendo al fracaso de Dios… Y
nuestra fe se tambalea y nos sentimos condenados a vivir en un mundo que se
rige por sus propias leyes y camina errático hacia ninguna parte…
Y,
quizá desconcertados por la tardanza, llegamos a la lectura del texto de Juan.
Y
Juan, que vivió estas mismas dudas y vacilaciones en el seno de sus propias
comunidades, nos invita hoy —y lo hace aún con más fuerza en el Apocalipsis— a
hacer un acto de fe en el triunfo final de Dios; a ver con optimismo el destino
de la humanidad. Nos invita a no caer en la desesperanza; a confiar en que el
Espíritu de Dios está con nosotros y que algún día dejaremos de vagar por el
desierto y llegaremos también a la Patria… Porque Dios ha apostado muy fuerte
por nosotros y no puede fallar.
Publicado
por Feadulta.com
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