Jueves de Estreno | Juan Orellana
Cinco lobitos. Siendo hija
se aprende a ser madre
La debutante directora vasca Alauda Ruiz de Azúa ha entusiasmado a la
crítica con su ópera prima, Cinco lobitos.
Primero se dio a conocer la película en el Festival de Berlín, pero ha sido en
el de Málaga donde, además de conquistar la Biznaga de Plata, se ha hecho con
el Premio SIGNIS,
que concede la Asociación Católica Mundial para la Comunicación. Se trata de un
largometraje, aparentemente sencillo y costumbrista, sobre una familia
cualquiera en un lugar cualquiera. Pero es solo apariencia. En realidad, es un
honesto retrato de la condición del ser humano posmoderno, que trata de
sobrevivir entre un sordo nihilismo y la tozudez de la realidad que grita por
un sentido.
Amaia (Laia Costa) ha tenido su primer bebé. Le cuesta adaptarse a su
nuevo rol de madre. Tiene depresión posparto, le duelen los puntos quirúrgicos,
el niño llora, y a su pareja, Javi (Mikel Bustamante), le acaban de ofrecer un
trabajo que le obliga a estar varias semanas de viaje. Así que lo más sensato
es instalarse unos días en casa de los padres de Amaia, Begoña (Susana Sánchez)
y Koldo (Ramón Barea), en la costa guipuzcoana. Begoña y Koldo se quieren, pero
se llevan regular tras muchas décadas de rutina compartida. Koldo no siempre
supo cuidar a su mujer, la cual no siempre supo ser fiel. Pero ambos acogen a
Amaia con todo su amor y su buen hacer. Aunque Amaia lo que realmente desea es
estar con Javi, quien parece dar más importancia a su trabajo que a su mujer y
a su recién nacido bebé. Esa insatisfacción no declarada que viven todos en la
casa familiar va tensando sordamente el ambiente, hasta que la realidad vuelve
a reclamar su protagonismo con un nuevo imprevisto: la inesperada y grave
enfermedad de Begoña. Así que Amaia ahora no solo debe gestionar su maternidad,
sino que tiene que volver a asumir su papel de hija, pero no ya como niña, sino
como adulta que también es madre.
Amaia no encuentra sentido al dolor de su madre ni a su relación con
Javi. Esta situación le hace declarar que «a un día de mierda le sigue otro día
de mierda, y así sucesivamente». Y como también dice Begoña en otro momento,
cada uno hace lo que puede. Pero lo cierto es que, en medio de ese mar oscuro y
nihilista, hay al menos dos realidades que siguen dando luz: la familia, que,
con todas sus goteras, sigue siendo un lugar de perdón y acogida, y el bebé,
que, ajeno a la vida decepcionada de los adultos, va día a día encontrando
satisfecho su lugar en el mundo.
La película transpira autenticidad, es muy fácil reconocer la
cotidianidad de esa familia que podría ser la de cualquiera, pero también es
inevitable sorprender el retrato desnudo de muchas de las lacras de nuestro
mundo, que apenas es capaz de reconocer alguna certeza que permita hacer el
camino de la vida con esperanza. Se confirma que las nuevas directoras que
están llegando al cine español están consolidando un cine humano, sin
ideologías ni falsificaciones. Sean bienvenidas.
 
 

 


 
 
 
 
 
 
 
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...