Para Vivir Mejor | Juan Manuel Diago/LFI
El dilema de las redes sociales y la educación
Según
el documental de Netflix, El dilema de las redes sociales, podríamos hacernos
una idea sumamente negativa sobre las intenciones detrás de las grandes
corporaciones que diseñan y explotan comercialmente estas plataformas.
Basado
en testimonios de ex-colaboradores de gigantes de la tecnología de Silicon
Valley como Facebook, Instagram, Twitter y Youtube, este documental habla de
muchos impactos negativos que las redes tienen en sus usuarios, algunas de las
prácticas denunciadas son:
-
Fomentar la adicción
-
Manipular emociones y comportamientos
-
Generar estrategias para captar la atención mediante herramientas diseñadas
para engancharnos
-
Mantener a los usuarios conectados a las pantallas a toda costa para obtener la
mayor cantidad de información, cifras y datos personales que luego serán usadas
para fines comerciales por otras empresas.
El
documental afirma que mercantilizar a las personas, volviéndolas productos trae
consecuencias psicosociales de gran repercusión como el atrofiar la capacidad de
las personas para afrontar situaciones difíciles. Las redes sociales son chupos
digitales que dan consuelos, falsas recompensas a los usuarios, aumento de los
casos de depresión, ansiedad y suicidios de niños en edad escolar y jóvenes.
Considerando
lo anterior, vale la pena hacernos algunos planteamientos y reflexiones que nos
ayuden a no rotular irresponsablemente a las redes sociales como algo
intrínsecamente malo.
Es
claro que las redes sociales son un negocio y como todo negocio partieron de
alguna necesidad que tiene el ser humano, probablemente su necesidad de
interactuar, relacionarse y asociarse para finalidades específicas. No intento
ser un defensor acérrimo de estas herramientas, solo trato de tener un balance
y sobre todo establecer un juicio justo en algo tan sensible, controvertido,
pero a su vez popular, que ha marcado tendencias, sobre todo a varias
generaciones que las usan.
Considero
que, como toda invención humana, las redes sociales, suplen una necesidad, es
decir, en teoría estarían al servicio del hombre, de su progreso,
productividad, bienestar y realización. Deberían estos avances de la tecnología
hacer que el hombre socialice, interactúe, esté informado, haga networking,
trabaje más fácil, encuentre familiares lejanos, explore otras culturas,
estreche lazos con otros humanos, y porque no, conseguir buenos amigos y hasta
incluso encontrar el amor de su vida.
Sin
embargo, sabemos de las limitaciones que tenemos, lo difícil que es para
nosotros autorregularnos, muchas veces actuamos de manera impulsiva, egoísta,
nos dejamos llevar por la vanidad, las ansias de poder, seguimos sin templanza
nuestras pasiones con el afán de satisfacer necesidades inmediatas, superfluas,
materiales, nos seduce lo fácil y lo que no requiere mucho esfuerzo o
dedicación. Nos inclinamos por evitar el sacrificio, el dolor o las situaciones
adversas, las cuales son también parte de la vida. Usamos vías de escape de la
realidad como medidas para establecer paliativos rápidos que nos den alivio,
sin tener que profundizar en nuestro interior, porque tenemos miedo a lo que
podamos encontrar y mucho más a las soluciones, porque muchas veces implican
cambios de vida, adquirir hábitos, modificar conductas y comprometernos con
algo o alguien.
Creo
que las redes sociales no son malas, nosotros le damos mal uso. También hay que
analizar la rectitud de intención de las grandes compañías propietarias de
estas plataformas, que están compuestas por personas no exentas de caer también
en vicios, objetivos desproporcionados y propósitos que pueden ser muy
beneficiosos para sus arcas, pero destructivos para los demás. Es común que los
directivos de las grandes organizaciones a nivel mundial, buscando más poder y
reconocimiento, caigan en carreras de crecimiento captando mercado por encima
de todo y de todos.
Hasta
ahora veo dos caras del problema, pero creo que debemos decir – ¡basta de
análisis parálisis! – que nos llevan a sobre diagnosticar las cosas. Debemos
actuar para contrarrestar esto, siempre tendremos el dilema de qué uso daremos
a nuestra libertad, por esto la educación en y para la libertad es tan
importante.
Nos
educamos para saber tomar decisiones y responsabilizarnos de las consecuencias
de estas. Nos educamos para tener criterio y discernir qué camino tomaremos en
la vida. Si las redes sociales compiten por nuestra atención y tiempo, ¿contra
qué o quién están compitiendo? Se me vienen a la cabeza varios de estos
competidores, el tiempo que compartimos con nuestra familia o amigos, y me
refiero a tiempo presencial, conversando, tratándonos y mirándonos a los ojos.
Compiten las redes contra el tiempo que dedicamos a nuestros estudios o
trabajos, al que invertimos en hacer deporte, leer, cocinar o hacer labor
social. En fin, seguramente la lista puede crecer exponencialmente.
En
lo personal, me parece que un buen antídoto, para el efecto placebo de
felicidad y bienestar que nos puede dar el pasar horas y horas mirando el
celular, los “likes” que nos dan, las vidas estereotipadas y muchas veces
maquilladas de los demás o simplemente algunos memes descalificadores, puede
ser definir lo importante en nuestras vidas, los roles que desempeñamos y en
los que, si somos efectivos, tendremos un camino ganado hacia la realización
personal.
Descubrir
nuestra misión personal y trazar un plan hacia su cumplimiento implica si o si
saber distribuir el tiempo de manera armónica y balanceada. Dedicar acciones
para desarrollarnos en todas nuestras dimensiones (física, espiritual, afectiva
y volitiva) requiere planear bien nuestra semana, tener orden, disciplina, pero,
sobre todo, la voluntad firme de ser cada vez mejores para servir más y mejor a
los demás. Vivir las virtudes ayuda al fortalecimiento de nuestro carácter,
esta puede ser una receta médica para el dilema de las redes sociales.
Publicado
por LaFamilia.info
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