Testigos de la Fe | Papa Francisco
Francisco:
la mirada profética de Juan Pablo I sobre las heridas del mundo
Hoy el
periódico Avvenire publica el prefacio firmado por el Papa Francisco para el
libro "El Magisterio. Textos y documentos del Pontificado" de Juan
Pablo I. Un volumen de la Fundación Vaticana Juan Pablo I publicado por Lev y
Editrice San Paolo, que recoge, además de sus notas y reflexiones, las
homilías, discursos, cartas, reflexiones en las audiencias generales y en el
Ángelus pronunciadas o escritas por el Papa Luciani en sus 34 días de
Pontificado, del 26 de agosto al 28 de septiembre
Juan Pablo
I-Albino Luciani fue obispo de Roma durante 34 días. Con él, en esas breves
semanas de pontificado, el Señor encontró el modo de mostrarnos que el único
tesoro es la fe, la simple fe de los Apóstoles, repropuesta por el Concilio
Ecuménico Vaticano II. Así lo atestiguan también las páginas de este volumen,
que recoge su magisterio, todos los discursos escritos y pronunciados en el
curso de su pontificado. En el poco tiempo que vivió como Sucesor de Pedro, el
Papa Juan Pablo I confesó la fe, la esperanza y la caridad como virtudes dadas
por Dios, dedicándoles sus catequesis de los miércoles. Y nos repitió que la
preferencia por los pobres forma parte infalible de la fe apostólica, cuando
-en la liturgia celebrada en San Juan de Letrán al tomar posesión de la Cátedra
Romana- citó las fórmulas y oraciones que había aprendido de niño para
reafirmar que la opresión de los pobres y la "defraudación del justo
salario a los trabajadores" son pecados que "claman venganza ante
Dios".
Precisamente
por la fe del pueblo cristiano, al que pertenecía, pudo lanzar una mirada
profética sobre las heridas y los males del mundo, mostrando hasta qué punto la
paz es también querida por el corazón de la Iglesia. Así lo demuestran, por
ejemplo, las numerosas expresiones dispersas en sus discursos públicos de
aquellos días, de los que se da cuenta en estas páginas, expresando su apoyo a
las conversaciones de paz celebradas del 5 al 17 de septiembre de 1978 y en las
que participaron el presidente estadounidense Jimmy Carter, el presidente
egipcio Anwar al-Sadat y el primer ministro israelí Menachem Begin en Camp
David. O también las palabras dirigidas el 4 de septiembre a más de un centenar
de representantes de misiones internacionales, en las que expresaba el deseo de
que "la Iglesia, humilde mensajera del Evangelio a todos los pueblos de la
tierra, contribuya a crear un clima de justicia, fraternidad, solidaridad y
esperanza, sin el cual el mundo no puede vivir". Así que el Papa Luciani
repitió que lo más urgente, lo más a la altura de los tiempos, de nuestro
tiempo, no era producto de su propio pensamiento o de su generoso proyecto,
sino el simple caminar en la fe de los Apóstoles. La fe la recibió como un
regalo en su familia de trabajadores y emigrantes, que conoció el esfuerzo de
la vida para llevar el pan a casa. Gente que caminó en la tierra, no en las
nubes. La humildad también formaba parte de este don. Reconocerse pequeño, no
por esfuerzo o pose, sino por gratitud. Porque sólo se puede ser humilde en la
gratitud por experimentar la misericordia y el perdón sin medida de Jesús. Y
así también puede resultar fácil hacer lo que él pide: "Aprended de mí,
que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29).
Cuando murió
el Papa Luciani, Óscar Arnulfo Romero -el arzobispo de San Salvador que fue
asesinado en el altar y que ahora es venerado como santo por el pueblo de Dios-
también celebró una misa el 3 de octubre en memoria del difunto pontífice. Con
la brevedad de su pontificado -dijo Romero- Juan Pablo I había tenido
"sólo tiempo para dar al mundo la breve pero densa respuesta que Dios da al
mundo de hoy". En tan poco tiempo, con la muerte de dos Papas y dos
elecciones papales", observó el Arzobispo mártir, "se ha llamado la
atención del mundo para que mire "a la cima de la jerarquía de la Iglesia
católica", esa jerarquía que se coloca "sobre los hombros de hombres
frágiles", y que, sin embargo, está llamada a ser "el canal a través
del cual la Iglesia es guiada y gobernada" y un "signo
sacramental" de la "gracia que se da a los hombres". Este es el
misterio de lo que San Ignacio de Loyola llama "Nuestra Santa Madre la
Iglesia Jerárquica". En la Iglesia, la jerarquía no es una entidad aislada
y autosuficiente. Está dentro de un pueblo reunido por Dios "al servicio
del Reino y del mundo entero" -como subrayó monseñor Romero- porque la
Iglesia "no es un fin en sí misma, y mucho menos la jerarquía: la
jerarquía es para la Iglesia, y la Iglesia es para el mundo". En esa
circunstancia, en la circunstancia de la muerte de Juan Pablo I -el santo
mártir nuevamente observado- era fácil reconocer que la Iglesia no la construye
el Papa ni los obispos: el Sucesor de Pedro es "la piedra de la
consistencia" sobre la que la Iglesia que Cristo mismo construye, con el
don de su gracia, adquiere unidad. Y si las puertas del infierno y de la muerte
no prevalecen, esto no sucede por los "frágiles hombros" del Papa,
sino porque el Papa "está sostenido por Aquel que es la vida eterna, el
inmortal, el santo, el divino: Jesucristo, nuestro Señor". Y este es el
misterio que también brilla en la historia y las enseñanzas de Juan Pablo I.
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