Reflexión | Miguel A. Munárriz/FA
Jesús, visibilidad de Dios
Jn
10, 27-30
«Yo
y el Padre somos uno»
La
reiteración de Juan en proclamar la identidad entre Jesús y el Padre, acabó por
imponer en la Iglesia una cristología descendente muy distinta a la primera
cristología formulada en Hechos. De la expresión más primitiva usada por Pedro
para enunciar la divinidad de Jesús: «Dios estaba con él», pasamos a esta otra
mucho más elaborada proclamada por Juan: «El verdadero Dios se hizo hombre para
salvarnos».
Estos
dos enunciados tan distintos reflejan la evolución histórica que experimentó la
forma de entender la naturaleza divina de Jesús, pero es posible que Juan quisiera
enviarnos también un mensaje mucho más importante para nosotros: “Conocemos a
Dios en Jesús” … El propio Juan, en el capítulo 14 de su evangelio, expresa
esta idea de una forma mucho más asequible para nosotros: «Quien me ha visto a
mí ha visto al Padre».
Podemos
admirar a Jesús como lo han hecho infinidad de personajes no cristianos —como
Hegel, Nietzsche, Gandhi…—. Podemos aceptarlo como maestro de sabiduría, al
estilo de Sócrates, Séneca, Confucio o Buda. Podemos quedar fascinados por su
personalidad, su valentía y su independencia de juicio como quedaron los que le
siguieron, y finalmente podemos creer “en él”, es decir, creer que sus hechos y
sus dichos son reflejo de Dios…
Juan
es capaz de hacer formidables síntesis de la fe de los testigos, y sería una
gran necedad no reconocer la importancia de su evangelio. No obstante, resulta
difícil sentirse cómodo con el Jesús que nos presenta, pues esa imagen de
hombre que lo sabe todo, que recorre Judea y Galilea prodigando discursos
teológicos para sabios en lugar de contar parábolas para gente sencilla, que no
se conmueve, que no está sometido a tentación y no se aterra ante la inminencia
de la muerte en cruz, dista mucho del hombre verdadero en el que creemos.
Creemos
en el Jesús que se siente necesitado del bautismo de Juan, que hace teología
contando parábolas, que antepone la persona a la Ley, que se conmueve ante el
sufrimiento y se indigna ante la injusticia, que toca leprosos y come con
pecadores, que responde con aplomo a los ataques de los santos de Israel…
Que
desplanta a los notables de Jericó por atender al jefe de los publicanos y a un
mendigo ciego, que expulsa a los mercaderes del Templo, que no se arruga ante
los constantes embates de los poderosos de Jerusalén, que se juega la vida y la
pierde por salvar a una adúltera desconocida, que organiza una cena para
despedirse de sus amigos porque sabe que lo van a matar, que lava los pies, que
no se escabulle, que se angustia en Getsemaní y perdona a quienes le crucifican
en el Calvario…
A
Juan le debemos la fe en “Jesús visibilidad de Dios”, pero quizás esta fe
resulte más reconfortante mirando al hombre verdadero y fascinante que nos
presentan los sinópticos.
Publicado
por Feadulta.com
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