Nuestra Fe | Cristina Sánchez Aguilar/A&O
Los católicos en Corea se evangelizaron solos
No
fue gracias a ningún misionero, sino a lecturas llegadas de China, como los
cristianos coreanos conocieron a Cristo.
La
Iglesia católica en Corea del Sur no surgió, como en otros muchos territorios
de misión, por la evangelización directa de misioneros extranjeros. Los primeros
laicos coreanos se convirtieron, en 1784, tras encontrarse con la fe al leer
unos catecismos escritos en chino por Mateo Ricci y otros misioneros. «Es un
caso único en la historia de la misión», una misión que se puede llamar
«indirecta», como asegura Ester Palma, española servidora del Evangelio y
misionera en el país desde 2006, en el libro El catolicismo en Corea del Sur,
donde hace un exhaustivo análisis de la historia de la Iglesia y la vivencia de
la fe en la nación asiática.
Las
comunidades nativas de laicos impulsaron el rápido crecimiento de la Iglesia.
De hecho, el primer sacerdote que logró entrar en el país no lo hizo hasta
1794. «Solo en 1845 tendría lugar la ordenación de un sacerdote nativo, san
Andrés Taegon Kim, quien sellaría su entrega pastoral con la sangre del
martirio apenas un año después, en 1846», explica en el prólogo el jesuita
Alberto Núñez Ortiz, teólogo que vive en Taiwán.
Desde
el comienzo y durante casi un siglo la Iglesia vivió en un clima de
persecución. De ahí la elevada cifra documentada de mártires, alrededor de
1.800, aunque las estimaciones oficiales han calculado su número total en torno
a 10.000. «La primera razón de la persecución tiene que ver con el choque de la
fe católica con el pensar y el orden establecido», explica Palma. La segunda,
con el miedo de los gobernantes ante la posible amenaza de terceros países que
apoyaban a los católicos. El primer ataque tuvo lugar en 1785, y, a partir de
entonces, se consideró al cristianismo una doctrina herética. De hecho, la
portada del libro de la misionera es el Árbol Sofora, que fue testigo de la
entrega de la vida de más de 2.000 cristianos. Durante la década de 1860, junto
a los delincuentes, fueron detenidos y torturados en la cárcel cientos de
cristianos, sentenciados por el único delito de no querer renunciar a su fe. En
este árbol, situado al lado de la cárcel, fueron colgados de alambres de hierro
y ejecutados. Hoy siguen grabadas las marcas de los alambres.
Palma
bebe de todas estas experiencias tras 240 años de evangelización en Corea para
analizar la vivencia del catolicismo en el siglo XX en el país, muy marcado por
los problemas «sangrantes de la sociedad coreana», que disfruta de las ventajas
de una sociedad altamente desarrollada a nivel económico, tecnológico y
científico, pero con grandes lagunas a nivel sociocultural en un contexto
limitado a una cultura materialista y altamente competitiva que coloca el
disfrute hedonista como objetivo último del ser humano. Y su consiguiente
frustración al no conseguirlo. Solo en 2020 murieron 36 personas al día. «Corea
es el país número uno de la OCDE en número de suicidios por cada 100.000
habitantes y dobla la tasa media de los demás países», explica Palma. «Para hacernos
una idea de la gravedad del problema, basta decir que, hasta los 30 años, el
suicidio es la razón principal de muerte en Corea». También es el país en
cabeza en pobreza de ancianos, donde uno de cada dos está por debajo del mínimo
para vivir dignamente.
Otro
de los retos de la Iglesia en Corea del Sur es la división, que hace mella con
su vecina del norte —«La Iglesia católica en Corea del Norte es conocida como
la Iglesia del silencio, no sabemos casi nada con certeza sobre ella»—, y de la
propia sociedad coreana, dividida entre conservadores y liberales, ricos y
pobres, ciudad y campo. La humildad de la propuesta cristiana y una opción
preferencial por la comunión son dos de las metas últimas de la misión católica
en Corea del Sur.
Publicado
por Alfa & Omega
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