La Escuela Económica 402 | Esteban Delgado
@estebandelgadoq
No soy jugador. También lo
aprendí de mi padre
A propósito de que este domingo 31 de julio se
celebra el Día de los Padres en República Dominicana, aprovecho este espacio
para recordarle y mostrar algo más de lo que aprendí de él: pues murió a
destiempo y, al saber que se iría antes de lo previsto, agotó mucho de ese
tiempo dándonos, a sus hijos y a quienes deseaban escucharle, muchos consejos
que nos han servido en la vida.
Recuerdo desde pequeño que mi padre era muy
específico al decirnos que no practicáramos juegos de azar y que en los casos
de juegos cotidianos como el de bolas, Dominó y otros, nunca apostar dinero ni
nada de valor. En eso era sumamente estricto.
Una vez insistimos con mi madre sobre la razón por
la cual Papi era tan estricto en cuanto a no permitir que practicáramos juegos
de azar. Mi madre sabía la razón, pero siempre evitaba hablar de eso.
No recuerdo en qué momento decidieron contarnos el
porqué de la negativa de nuestro padre a permitirnos apostar o practicar juegos
de azar.
Resulta que mi padre fue militar durante muchos
años. Me enorgullece decir que en 12 años de servicio no pasó de ser un raso
del Ejército. No consiguió ascenso, en parte, porque siempre se resistió a
prestarse para asuntos que consideraba alejados de la labor de un militar.
El caso es que en una ocasión cobró su salario
correspondiente y antes de dirigirse a la casa con esa mensualidad que servía
de sustento a la familia, se quedó con unos amigos para compartir y hacer
algunas jugadas a las cartas o a los dados. En realidad, no recuerdo.
Mi padre apostó y comenzó ganando, pero luego
siguió perdiendo y cuando vino a darse cuenta había agotado casi la totalidad
del salario del mes que era para alimentar a su familia. Al percatarse del
error que había cometido de jugar con el dinero de su sustento, pidió una pausa
en el juego, entró al baño y se puso de rodillas. Le rogó a la Santa de su
devoción (la Virgen de la Altagracia) implorándole: “Ayúdame a recuperar el
dinero del sueldo para el sustento de mi familia y te prometo que nunca más en
mi vida volveré a apostar ni a practicar juegos de azar”.
Mi padre regresó a la mesa de juego, apostó lo que
le quedaba en procura de recuperar lo perdido, comenzó a ganar y cuando
completó exactamente lo que había perdido, es decir, el monto de su salario, ni
más ni menos, se paró y dio por terminada la jugada.
Desde ese entonces, en agradecimiento y
cumplimiento de su promesa, mi padre nunca más volvió a jugar. Y no es que
fuera jugador; fue uno de esos días en que uno se junta con amigos y hace una
que otra jugada. Pero, de todas formas, nunca más volvió a jugar.
De hecho, en las pocas ocasiones en que jugaba
Dominó con algunos familiares en la casa, siempre se resistía a las apuestas,
ni siquiera de cervezas o tragos. Nada que implicara apuestas.
A nosotros siempre nos insistía en que, bajo
ninguna circunstancia, jugáramos con apuestas ni practicáramos juegos de azar
de ninguna índole.
Esa experiencia le sirvió de escarmiento a mi
padre y conocerla sirvió de prevención para sus cuatro hijos, que nos hemos
formado y desarrollado satisfactoriamente y nos caracterizamos por no ser
jugadores de nada. De hecho, yo ni siquiera se jugar Dominó. Las pocas veces
que me siento en una mesa solo sirvo para “poner fichas”, como nos dicen a los
malos jugadores.
En esta semana de celebración del Día de los
Padres recuerdo al mío, José Antonio, honrándolo con el cumplimiento de sus
consejos cargados de sabiduría adquirida de la experiencia más que de la
academia, pues, aunque era un asiduo lector, especialmente de la Biblia, en
realidad no cursó más que un quinto grado de primaria.
No soy jugador y a estas alturas nunca lo seré.
Eso me ha servido para aprender a ganar las cosas con esfuerzo y trabajo y no
por simple azar. Eso también, y mucho más, lo aprendí de mi padre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...