Testigos de la Fe | José Calderero de Aldecoa
Creció
en una familia sin fe y hoy es sacerdote: «Pensaba que a los curas había que
meterlos en la cárcel»
Eduardo Pérez Orenes se ordenó sacerdote este
sábado 10 de septiembre en la parroquia de Nuestra Señora de Cortes de
Nonduermas, en Murcia, una celebración que define como «emocionante.
Fue genial. Había un montón de curas, gente de la parroquia, amigos,
familiares. Mezclados cristianos con paganos. Se hizo un ambiente buenísimo».
Y es que el ya sacerdote proviene de una familia
sin fe. «Me bautizaron e hice la Primera Comunión, casi por tradición y por mis
abuelos, pero ya después no volví a la Iglesia hasta los 23 años. De hecho, yo
era de los que pensaba que el mal del mundo era la Iglesia y que a los curas
había que meterlos en la cárcel», asegura en conversación con Alfa y Omega. De esta forma, «mi familia hubiera
preferido que me siguiera dedicando al canto y que hubiera tenido una familia.
Ven las críticas hacia los sacerdotes, los escándalos y, claro, pues mi madre
no quiere que su hijo sufra y lo lleva un poco regular», confiesa. «Es verdad,
que luego me ven bien y se tranquilizan».
El camino de su conversión comenzó cuando Eduardo
decidió dedicarse profesionalmente al canto. Fue admitido en el Conservatorio
Superior de Música de Murcia, donde se estudia el canto lírico, como la ópera o
la zarzuela. «Pero mi pasión era la música polifónica, el gregoriano y la
música sacra. Vamos, todo lo que había surgido en la Iglesia». Entonces, «me
ocurría que cada vez que cantaba esta música o iba a la iglesia para dar algún
concierto, pensaba: “Me han pintado a toda esta gente tan mala y tan
retrógrada, pero ¿cómo pueden ser así y construir estas iglesias que son un
recreo para el espíritu y producir esta música tan bonita?”».
A pesar de que estaba empezando a cuestionarse su
visión de la Iglesia, Eduardo no tenía ojos más que para sí mismo. «Vivía con
una ambición desmedida y todo giraba en torno a mí. Los demás eran herramientas
para conseguir éxito y prestigio. Y esto me encaminaba a una vida de soledad».
De ella le salvaron dos buenos amigos, que le
recomendaron algunas lecturas que hicieron reaccionar al joven. «Me escuchaban
y después de muchas conversaciones empecé a aceptar que quizá podía existir
Dios». Luego, «me recomendaron un libro de Unamuno, que se llama Del sentimiento trágico de la vida. Ahí se plantea la
necesidad de creer porque lo contrario es muy trágico». Pero «el paso definitivo
para mi conversión lo di con un libro de Chesterton, que se llama Ortodoxia. Es una defensa de la Iglesia, pero en
positivo».
Tras su vuelta a la fe en la que había sido
bautizado, Eduardo se inscribió en catequesis y se confirmó. «Me convertí a lo
loco. Empecé a hacer oración, a ir a Misa y a rezar el rosario todos los días,
leía vidas de santos, mis amigos me preguntaban todo el rato por Dios y yo
tenía ansias por aprender más y más para poder contárselo a mis amigos». Al
final, «me di cuenta que si la Iglesia brillaba, todo lo bueno del mundo
brillaría. Merecía la pena trabajar por la Iglesia». Ahora lo hace como
sacerdote.
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