Fe y Vida | Zenit
La profecía de paz de Juan Pablo I. Un Papa que sigue hablando
al mundo
Su
magisterio contribuyó a reforzar el diseño de una Iglesia conciliar cercana al
pueblo y a su sed de caridad Juan Pablo I (1912-1978).
«Todos
los hombres tienen hambre y sed de paz, especialmente los pobres, que en las
turbulencias y guerras son los que más pagan y sufren; por eso miran con
interés y gran esperanza la conferencia de Camp David. También el Papa ha
rezado y reza para que el Señor se digne ayudar a los esfuerzos de estos
políticos…». Estas son las palabras, aún muy relevantes, pronunciadas hace 44
años.
Son
las palabras de Juan Pablo I que, en vísperas de la cumbre sobre el conflicto
árabe-israelí en Estados Unidos, invitó a los líderes políticos de tres
confesiones diferentes a rezar por la paz. Y a su insistente oración unió la
afirmación que se ha hecho famosa por describir el amor y la misericordia
eternos de Dios hacia nosotros: «Él es padre; más aún, es madre». No quiere
hacernos daño; sólo quiere hacernos el bien, a todos». Y lo hizo recordando un
pasaje de los textos sagrados del Islam: «Hay una noche negra, una piedra negra
y sobre la piedra una pequeña hormiga; pero Dios la ve, no la olvida».
Es
el primer Pontífice que cita un verso del Corán en un Ángelus. Y en esas palabras
pronunciadas –que parecían de improviso, pero que tienen detrás dos borradores
autógrafos– en medio de un pontificado que duró apenas 34 días, Luciani,
antiguo profesor de teología dogmática, tejió los acordes profundos de su
magisterio e hizo avanzar a la Iglesia por los principales caminos señalados
por el Concilio: la vuelta a las fuentes del Evangelio y un renovado espíritu
misionero, el diálogo interreligioso, la colegialidad episcopal, el servicio en
la pobreza eclesial, la búsqueda de la unidad de los cristianos, el diálogo
internacional conducido con perseverancia y determinación, por la justicia y la
paz, la unidad de los cristianos, el diálogo internacional llevado a cabo con
perseverancia y determinación, por la justicia y la paz.
Cada
una de estas prioridades ha marcado los gestos y las palabras de su
pontificado. Y como ya se prefiguraba en el mensaje Urbi et orbi, pronunciado
el 27 de agosto en latín, su rumbo quedó claramente perfilado en los seis
«Volumus» programáticos, «queremos», en los que declaraba continuar la
aplicación del Vaticano II, siempre entendido por Luciani como una vuelta a la
tradición de la Iglesia que brota de la “fe romana”. Los otros cinco «queremos»
esbozan sus prioridades: en preservar «la gran disciplina de la Iglesia tanto
en el ejercicio de las virtudes evangélicas como en el servicio a los pobres, a
los humildes, a los indefensos»; en «recordar a toda la Iglesia que su primer
deber es la evangelización»; en «continuar el compromiso ecuménico»; en proseguir
«con firmeza el diálogo sereno y constructivo que Pablo VI puso como fundamento
y programa de su acción pastoral»; en «favorecer todas las iniciativas que
puedan proteger e incrementar la paz en un mundo agitado». Son, pues, estas
seis «voluntades», declinadas en un programa de pontificado por Juan Pablo I,
las que pueden hacernos reflexionar sobre la rigurosa relevancia de su mensaje,
el de un Pontífice que no fue el paso de un meteoro, sino que fue y sigue
siendo un punto de referencia en la historia de la Iglesia, cuya importancia
–como había observado San Juan Pablo II– es inversamente proporcional a la
duración de su pontificado.
En
su diario personal, ahora propiedad, junto con todos sus papeles, de la
Fundación Vaticana Juan Pablo I, el comienzo de su uso como Pontífice está
marcado simplemente por las palabras «Roma» y la fecha al pie «3-9-78».
Mientras que sus primeras palabras: «Ayer por la mañana fui a la Sixtina a
votar tranquilamente…», caracterizadas por una comunicación en primera persona
sin precedentes, habían recuperado una oralidad del registro familiar que
parecía surgir de los siglos. Juan Pablo I, el 27 de agosto, al día siguiente
de su elección, había abierto una nueva puerta en su relación con la
contemporaneidad mediante la elección teológica del Sermo humilis. Su
pontificado había comenzado con la máxima sencillez: ninguna coronación, gestos
que atestiguaban una decidida voluntad de redescubrir la dimensión pastoral del
oficio papal.
La
proximidad, la humildad, la sencillez evangélica, la insistencia en la
misericordia de Dios, el amor a los demás y la solidaridad son los rasgos más
destacados. Albino Luciani, después de un Cónclave que duró sólo 26 horas, con
un consenso casi plebiscitario, el 26 de agosto había ascendido al Trono de
Pedro o, mejor dicho, había descendido, como Servus servorum Dei (siervo de los
siervos de Dios), bajando a la cumbre de la autoridad que es la del servicio
querido por Cristo, si en el diario personal del pontificado firmaba a pie de
página, con estas palabras, siendo ministros en la Iglesia: «Servidores, no
dueños de la Verdad». El Papa Luciani sigue siendo, pues, un signo de esa
continuidad de las esperanzas que vienen de lejos y que se enraízan en el
tesoro nunca olvidado de una Iglesia sin triunfos mundanos, que vive de la luz
reflejada de Cristo, cerca de la enseñanza de los grandes Padres de la Iglesia
a los que el Concilio se había remontado. Es en esta actualidad apremiante
donde hay que reconsiderar su estatura, heredera y precursora de los tiempos.
No hace falta, pues, preguntarse qué camino habría recorrido la Iglesia con él:
la imagen que Juan Pablo I alimentó de ella es la de las Bienaventuranzas, la
de los pobres de espíritu, la de Lumen Gentium.
La
conferencia sobre el magisterio de Juan Pablo I, a la luz de los documentos de
los archivos privados y de los textos y discursos del pontificado (que por
primera vez han sido restituidos en su integridad e impresos por la Fundación
Vaticana Juan Pablo I), el 13 de mayo en la Pontificia Universidad Gregoriana,
abrió una página sustancialmente nueva para la narración de su pontificado y su
magisterio a partir de las fuentes. Magisterio que ha contribuido a fortalecer
el diseño de una Iglesia conciliar cercana a la gente y a su sed de caridad y
ha ayudado a fortalecer y testimoniar hoy el diseño de una Iglesia que con el
Concilio ha vuelto a las fuentes para ser fiel a la naturaleza de su misión en
el mundo.
Publicado
por Zenit
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