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    martes, 25 de octubre de 2022

    Predicar es provocar


    Nuestra Fe | Martin Gelabert

     


    Predicar es provocar

     

    El refrán es conocido: una cosa es predicar y otra dar trigo. O sea, una cosa es dar consejos a los demás y otra poner en obra esos consejos cuando uno puede hacerlo. No cabe duda de que hay predicadores de la Palabra incoherentes. Ya Jesús lo hizo notar a propósito de los escribas cuando dijo: “haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen, porque ellos dicen y no hacen” (Mt 23,3). Ocurre, sin embargo, que cuando el predicador no hace lo que dice, o sea, cuando el primer afectado por la predicación no es el predicador, esta predicación termina por resultar increíble y hasta contraproducente. Lo primero que se exige a un buen predicador es que sea coherente con lo que predica. Ya el Vaticano II y los últimos Papas han hecho notar que la distancia entre fe y vida es uno de los grandes males de nuestra época. Solo una predicación coherente resulta provocativa.

     

    El término provocar no tiene necesariamente connotaciones negativas. Provocar no es solo suscitar enfado en otra persona mediante actos o palabras hostiles. Provocar puede ser también suscitar una reacción positiva, invitar a cambiar algo o a realizar algo. Cierto, los cambios, a veces, no resultan fáciles. Y por eso, incluso si el que pretende hacer cambiar lo hace con buena intención o buscando el bien del otro, es posible que, por parte del provocado, se den reacciones contrarias al cambio propuesto. A veces, lo fácil es quedarse uno como está. Eso sí, no siempre lo fácil es lo mejor ni lo que hace feliz.

     

    Lo último que Jesús encargó a sus discípulas y discípulos fue anunciar el evangelio a toda la creación. El evangelio es una buena noticia. Si es mala no es evangelio. En principio, se diría que todo lo bueno debe ser fácil y agradablemente acogido. Ahora bien, puede ocurrir que una cosa buena a algunos les parezca mala y, por eso, la rechacen y se enemisten con el que la propone u ofrece. Proponerle a alguien que está metido en las drogas o en el alcohol que salga de allí es, sin duda, bueno para él. Pero no es fácil salir de esa situación, y así, quién es invitado a hacerlo puede reaccionar violentamente.

     

    Para que una buena noticia (¡bienaventurados los pobres!, por ejemplo), sea acogida en ambientes en los que puede ser entendida como mala (el dinero hace la felicidad, piensa el mundo), necesita ser propuesta con mucha sabiduría, no principalmente para evitar una reacción hostil, sino para lograr que sea aceptada, aunque es posible que, ni aún así, sea aceptada.


    Religióndigital.org




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