Testigos de la Fe | Lucía López Alonso
Juan XXIII: el
Papa que evitó una guerra atómica
60 años de la
crisis de los misiles, ¿con otra crisis en ciernes?
Los discursos
incendiarios de la ultraderecha extendida tanto en América como en Europa, la
invasión rusa de Ucrania y la amenaza nuclear que sobrevuela las relaciones
internacionales actuales han hecho que los 60 años de la crisis de los
misiles se cumplan en el contexto de una especie de segunda Guerra
Fría.
Como
escenificación de lo que daría paso a su episodio más espinoso, la llamada
crisis de los misiles, todo el mundo recuerda la fotografía de Kennedy
y Kruschov en Viena (en 1961, un año antes del estallido de la
crisis). Pero hubo un personaje secundario en aquella historia, cuya mediación
resultó sumamente importante para que el bloque capitalista y el bloque
comunista utilizasen la diplomacia en provecho del desarme nuclear. De familia
campesina, era de forma de ser humilde pero apasionada. Ese 1962 cumplió 80
años y en el Vaticano le conocían como el Papa Juan XXIII.
Comprometido
desde el principio de su papado con el diálogo entre los pueblos, el Papa Juan
ya había hecho un llamamiento a la paz y el desarme globales cuando en 1961 se
comenzó a construir el Muro de Berlín. Lo mismo que los líderes del
“Tercer Mundo” (de Nehru en India al Egipto de Nasser), al pontífice le
disgustaba la política de bloques; la división bipolar de las naciones en un
“Primer Mundo” capitalista, Estados Unidos y su ámbito de influencia, y un
“Segundo Mundo” comunista, la URSS y lo que controlaba territorial y
políticamente. Lo peor de esa constante y expansiva disputa del poder a gran
escala era que podía arrastrar a una guerra nuclear en cualquier momento: ambas
superpotencias poseían armamento atómico.
Entonces EE.UU. descubrió, ya en el 62, que el enemigo soviético había colocado en Cuba, la isla del Caribe en la que había triunfado la revolución comunista de Fidel Castro, aviones espías con rampas de lanzamiento de misiles. Lo que dejaba a tiro un ataque nuclear al enemigo yankee. Fue el punto álgido de la escalada de tensiones. El entonces presidente de EE.UU., Kennedy, anunció un bloqueo naval de Cuba. Kruschov, el de la URSS desde la muerte de Stalin y desestalinización, se acogió al derecho de navegación y recordó que los americanos eran los primeros en poseer bases militares por doquier.
Así se desató
la crisis: enredados los presidentes en un diálogo en el que ninguna de las
partes quería dar su brazo a torcer, se hacía necesaria la intervención de
terceros para librar al mundo del conflicto nuclear.
El Papa del Vaticano II
Días antes, en
Roma, se había inaugurado el Concilio Ecuménico Vaticano II. Aunque
el presidente Kennedy, el primer presidente católico de los EE.UU., había
prometido en campaña no establecer relaciones diplomáticas con la Santa Sede,
Juan XXIII, abierto como el Concilio que estaba impulsando, había recibido a su
esposa Jacqueline Kennedy y hablado de “fraternidad humana”. La Primera Dama
dejó caer que, en el fondo, nadie quería apretar el botón nuclear: la
comprensión internacional tenía que ser posible.
Por su parte,
ese mismo otoño Kruschov felicitó el 80º cumpleaños al Papa. Se
trató de la primera comunicación que la URSS establecía con la Santa Sede desde
aquel otro otoño, el de la revolución de 1917. “Algo de mueve en el mundo”, se
convenció el Papa, impresionado. Y anunció al personal del Vaticano que deseaba
mediar entre los EE.UU. y la URSS.
El deshielo
Ambas
potencias aceptaron el papel del Papa, y empezaron las negociaciones.
Kruschov retiraría los suministros bélicos a Cuba, pero a condición de que
EE.UU. garantizase no invadir la isla castrista. Pero, cuando los periódicos de
todo el mundo se hicieron eco del paso atrás que dieron los misiles soviéticos
y los militares estadounidenses en Cuba, no fue fácil calibrar cómo de
determinante fue la influencia del Vaticano. El Papa, sin embargo, debió de
convencerse de que, ejerciendo de moderador, había enfriado la amenaza nuclear.
Al contrario que su predecesor, Pío XII, un anticomunista declarado.
Referente para Francisco
Un año después
de la crisis de los misiles, en 1963, Juan XXIII publicó su célebre
encíclica, la Pacem in Terris. Por primera vez un Papa se
dirigía “a todos los hombres de buena voluntad”, y no solo a la catolicidad. El
63 fue también el año de su muerte, por lo que su mensaje sobre la paz y los
derechos humanos ha pasado a la historia con un halo de urgencia. Le quedaba,
tras las discordias pasadas, al Papa poco margen para responder a las pugnas o
signos de su tiempo y advertir sobre las incertidumbres del futuro.
'Algo se mueve
en el mundo', se convenció el Papa, impresionado. Y anunció al personal del
Vaticano que deseaba mediar entre los EE.UU. y la URSS
Desde que
Francisco fue nombrado Papa, se ha hecho evidente que Juan XXIII es uno de sus
principales referentes. Por su forma de ser sencilla y porque ambos papas, en
sus encíclicas y discursos, han abogado por la fraternidad, la paz
mundial y el fin de las actividades nucleares. Pero no han reducido su
papel a las enseñanzas teóricas, sino que también el Papa Francisco ha mediado
entre EE.UU. y Cuba para contener las tensiones y lograr que se emprendan mesas
de diálogo. Otro gran deshielo al que ha contribuido, sin fanfarrias, ese
“hombre de buena voluntad” que a día de hoy ocupa la silla de San Pedro.
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